12 de noviembre de 2024

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Evangelio del día

Festividad de todos los Santos

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14
Salmo 23, 1-6.
Juan 3, 1-3

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Señor, según el evangelista Mateo, un día te subiste a un monte para hablarnos de las Bienaventuranzas. Nos querías decir que, desde ahora, tú serás para nosotros el nuevo Moisés y la nueva ley. Por eso esta mañana quiero escuchar las bienaventuranzas como si yo estuviera presente en ese monte y las oyera por primera vez. Desde la cumbre de esa montaña quiero respirar el aire puro que llega perfumado con la fragancia del campo de Galilea con sus árboles en flor. En este ambiente maravilloso quiero que me enseñes los auténticos caminos para la felicidad.

Las bienaventuranzas son la mejor expresión de lo que Jesús llevaba dentro. Antes de ser expresadas, fueron vividas por Él. Y constituyen el ADN más profundo de Jesús.  San Mateo las sitúa en un monte para indicarnos que es Jesús el Nuevo Moisés, pero su doctrina supera los contenidos de los diez mandamientos. En Jesús nada hay mandado. Todo su obrar consiste en hacer la voluntad del Padre, agradarlo, darle gusto, deleitarlo. En el monte Sinaí había truenos, relámpagos, miedos…pero en el monte de las bienaventuranzas todo es paz, libertad, alegría, gozo de vivir. Y hasta la misma naturaleza sirve de marco.

Dice Dolores Aleixandre: “Si las bienaventuranzas tomaran forma, figura y colores, reflejarían el azul tranquilo del lago, el verde sombra de los olivos y cipreses, el tono pardo del desierto de Judea y los mil matices de flores silvestres que crecen en sus colinas con las lluvias de primavera”.  Las Bienaventuranzas exhalan el perfume exquisito del jardín interior en el que vive el alma de Jesús en su relación de intimidad con el Padre. Las bienaventuranzas están destinadas a todos.

“Al ver a la multitud” se sentó como Maestro. Pero sólo las pueden entender los que están cerca de Jesús. “Se acercaron sus discípulos” (v.1). Sólo los que ya “han tocado” a Jesús, los que “han experimentado algo” de la vida de Jesús, pueden aceptarlas. Sólo los que han sido perdonados, pueden aprender a perdonar; sólo los que han sido amados por Jesús, pueden comprender la inmensidad del amor de Dios.

Te agradezco, Señor, que hoy me haya enterado un poco más hacia donde van las bienaventuranzas. Quieren un nuevo estilo, una persona nueva, un ser distinto de los demás. No buscan la felicidad por el camino del poseer, del ambicionar, del dominar sino por el camino que ha elegido Jesús: el camino gozoso del servicio desinteresado a los hermanos. Y esto como consecuencia de que Dios es mi riqueza, mi gozo, mi esperanza, y, sobre todo, mi “Abbá”. Mi papá. Gracias, Señor.


MÁXIMA
Felices los que siguen a Jesús


Todos los tesoros de Dios y todos sus bienes son nuestros, su herencia es nuestra, su dicha, su gloria serán nuestra parte y nuestra recompensa, con tal que seamos verdaderamente sus hijos, es decir, si nos esforzamos en ser semejantes a él, en ser santos como él es santo: “sean santos como yo soy santo” (1Ped 1,16). (Renovación promesas del bautismo)

Felices aquellos, los de puro corazón,
los que en cada mañana te sonríen con pasión
y te dicen, mirándote con gozo:
«Tenga usted un día hermoso
más amable, más dichoso».

Felices los de limpio mirar,
que no saben de envidias,
los de nunca condenar,
los que nunca te cargan de tristeza
ni te enrostran tu pobreza,
que conocen tu belleza.

Felices los que nunca descansan
en la lucha por la paz,
una paz verdadera, de justicia y libertad;
los que entregan su vida sin medida
por un mundo sin heridas,
sean felices cada día.

Felices los que buscan verdad,
los que luchan por dar
a cada hombre dignidad;
los que al miedo salvaje dan derrota,
dan su sangre gota a gota
y en la tierra son semilla que brota.

Felices los que dicen: «hermano»
con nobleza y sin doblez;
los que saben que el barro
se ha pegado a nuestros pies;
que conocen la pena más profunda,
la alegría donde abunda
y la entrega más fecunda.

Felices los que olvidan tu error
y te saben distinto
y te abrazan sin rencor,
porque ven que tu corazón palpita,
que en tu alma siempre habita
algún sueño que se agita.

Felices los que saben sufrir junto
a tu lado en el dolor
y te dan una mano
que te aprieta con calor;
los que nunca se ríen de tu llanto,
porque sólo un nuevo canto
es su alegría y su encanto.

Felices
los de gran corazón,
que comparten la vida,
regalando un nuevo don;
Y te dan de su pan
y te dan de beber
y a su mesa te sientan
y te llaman hermano.