2 de diciembre de 2024

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Evangelio del día

1º lunes de Adviento

Isaías 2, 1-5
Salmo 121, 1-2. 4-9

Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente.
Jesús le dijo: Yo mismo iré a curarlo.
Pero el centurión respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: Ve, él va, y a otro: Ven, él viene; y cuando digo a mi sirviente: Tienes que hacer esto, él lo hace.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:  Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos.

En esta narración encontramos unos cuantos rasgos que sin pretender que sean los rasgos esenciales de la fe ni los más importantes, son ejemplares para todo discípulo de Jesús. El pueblo de Dios real no coincide con el oficial. El centurión no pertenece al pueblo de Israel. La fe no siempre coincide con la confesión oficial ni con la religiosidad externa.

Esto sucedía en aquel momento y sucede, sin duda, en el actual momento de la Iglesia. Sabemos que hay gente que se aferra a tradiciones y prácticas religiosas por encima y, a veces, en contra de la fe verdadera. Con una actitud así es muy difícil ser discípulo de Jesús. Se puede ser religioso, pero no cristiano.

La fe verdadera lleva a acoger a las personas por encima de razas e ideologías. En el centurión se da una actitud así, pero sobre todo en Jesús, y no sólo en este pasaje. Siempre ha sido muy peligroso creerse el pueblo y los elegidos de Dios. Más aún, creerse eso es alejarse de Dios como sucedió con los judíos.

Jesús va a lo hondo y a la intimidad de la persona, y ahí debe de ir el buen discípulo. Cercanía, respeto y acogida a las personas. Esta será una de las grandezas del cristianismo. La fe verdadera está abierta y aprende siempre de los demás.

El centro de la fe cristiana es la persona de Jesús. El centurión manifiesta un profundo respeto por Jesús. No se considera digno de que visite su casa y usando una comparación militar demuestra una gran confianza en el poder de Jesús. Sus palabras las repetimos los cristianos con mucha frecuencia y en uno de los momentos más sagrados de la liturgia. Han quedado como modelo de fe y confianza.

Esta fe en la persona de Jesús, y a través de él en el Padre, es la nota más característica de la fe cristiana. Es la condición previa que pide Jesús a todo el que quiera ser su discípulo. Esto está en todas las páginas del Evangelio. Con una fe así son posibles los milagros y hasta lo imposible. Y sucede lo imposible, o lo que parece imposible, como es la curación del criado del centurión.

El evangelio se complace especialmente en figuras como la del centurión cuando se quiere destacar la fe. No lo hace a través de discursos ni razonamientos, sino de personas. Con frecuencia estas personas no son creyentes del pueblo de Israel. Así cuando nos habla de la viuda de Sarepta, o de Naamán el sirio, de la hemorroisa, y de otras figuras. ¿No se nos querrá recordar que la fe es un don o gracia universal, que no se mide por la geografía ni por las creencias?

Tiempos de increencias los nuestros y es algo que nos tiene que hacer reflexionar. La figura de este centurión, por su apertura, bondad y generosidad, y sobre todo por su fe, que no hay que separar de las otras virtudes, es un buen punto de referencia. Un buen modelo. (Dabar, 1989)


MÁXIMA
Señor, aumenta mi fe


¡Oh! ¡Cuánto mejor es reposar dulcemente entre las manos del buen Dios y encontrar nuestra felicidad en el cumplimiento de los deberes que la Providencia nos manda! ¡Cómo! ¿Seríamos menos dóciles a sus órdenes, le obedeceríamos con menos diligencia y amor que los siervos del centurión de los que habla el evangelio? “Yo digo a uno, ven, y viene; a otro vete, y va; a aquél haz esto, y lo hace”. Dios mío que tu voluntad sea siempre la mía. Sólo tengo un deseo, el de no oponer la más pequeña resistencia a lo que me pidas. Me entrego a ti completamente, haz de mí lo que te plazca. (Carta a Langrez, 1814)


Hay montañas que tengo que mover
con la fe que no duda de nada.
Hay batallas que tengo que vencer
con la fe que camina sobre el agua.
Ojos necesitan ser abiertos,
vidas necesitan sanidad.
Sé muy bien que solo, yo no puedo.
Es por eso que una vez más vengo a pedirte:

Dame fe para pelear la batalla.
para mover las montañas.
Ven y dame tu poder.
Dame fe
para abrazar tus promesas,
para llegar a la meta
y no dudar de ti otra vez.
Para ver que aun existen milagros.
Dame fe

Quiero ver, quiero verte actuar.
Quiero ver, quiero verte actuar.
Quiero ver, quiero verte actuar en mí.
Ya no quiero dudar de tu poder.
Quiero ser el que cumpla tus sueños.
Es por eso que no renunciaré.
Seguiré con la vista en el cielo.
Ojos necesitan ser abiertos,
vidas necesitan sanidad.
Sé muy bien que solo, yo no puedo.
Es por eso que una vez más vengo a pedirte:

Dame fe para pelear la batalla,
para mover las montañas.
Ven y dame tu poder.
Dame fe
para abrazar tus promesas,
para llegar a la meta
y no dudar de ti otra vez.
Para ver que aún existen milagros.

Quiero ver, quiero verte actuar.
Quiero ver, quiero verte actuar.
Quiero ver, quiero verte actuar en mí
Dame fe
Quiero ver, quiero verte actuar
Quiero ver, quiero verte actuar
Quiero ver, quiero verte actuar en mí

Hay montañas que hoy voy a mover
con la fe que no duda de nada…


ORACIÓN POR EL CAPÍTULO

Señor Jesús,
somos discípulas y discípulos tuyos
que, como Familia Menesiana del Cono Sur,
queremos caminar en actitud sinodal,
en un clima de constante discernimiento,
 para descubrir y responder a la invitación
que nos haces de colaborar contigo,
 anunciando tu Evangelio.

Señor Jesús,
conscientes de nuestra fragilidad,
ponemos confiados en tus manos,
los cinco panes y dos peces que tenemos
para que tú, desde tu sensibilidad,
los repartas, transformando
corazones, mentes, manos y pies,
 saciando el hambre de fraternidad.

Señor Jesús,
enséñanos tu modo de ser misión,
a mirar como comunidades educativas
compasivamente la realidad,
a tejer lazos de corresponsabilidad
que nos hagan más hermanas y hermanos
de tus predilectos, los pobres.
Amén