Hebreos 12, 18-19. 21-24Salmo 47, 2-4. 9-11
Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.Les dijo: Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos.Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
“Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos lo dice muy claramente: En la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar.La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Y cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso hay que tener las puertas abiertas, sobre todo las puertas del corazón.Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso, con el leproso, con el paralítico.Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido. Y, a veces, por culpa nuestra.Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es”. (Homilía del P. Francisco, 12 de julio de 2015).
Les van a llegar nuevos colaboradores: espero que encuentren en sus mayores unos modelos: ¡ah!, ojalá se animen todos recíprocamente a trabajar con celo por la salvación de las almas y por la gloria de nuestro buen Maestro. (Al H. René, 25 de octubre de 1841)
Creer en ti, Señorno es sólo la palabra vocación,es desgastarse entre los hombres por amor.Creer en ti es mucho másque llevar tu nombre en mi voz,es permitir que sea tu graciaquien viva en mi corazón.Creer en ti no es sólo pedirpor el pecador,es el abrir mis brazos pronto al perdón.Creer en ti no bastarápara cambiar la situación,es transformarse en hombre nuevoy anunciar la salvación.Por eso, yo quiero creer en ti,quiero que me sanes,que me transformes,me hagas feliz.Yo te doy mi vida,tú me das la mano,y así es como siempreyo te quiero amar.Por eso yo quiero creer en ti,seas tú mi esperanza,mi fortaleza, mi plenitud.Yo te doy mi vida,tú me das la mano y así juntossiempre hasta la eternidad.Creer en ti, Señorno es signo de debilidad,es la confianza de que un día volverás.Creer en ti no es el refugiode quien vive en soledad,es plenitud de vida nuevade vida en comunidad.Creer en ti, Señorno es sólo para el mundo pedir paz,es trabajar para que sea realidad.Creer en ti no me aseguraque no pueda yo fallar,más en ti he puesto mi esperanzay me puedo levantar.Y por eso yo quiero creer en ti,quiero que me sanes,que me transformes me hagas feliz.Yo te doy mi vida,tú me das la mano,y así es como siempreyo te quiero amar.