Hebreos 13, 1-9Salmo 26, 1. 3. 5. 8-9
El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes.Algunos decían: Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.Otros afirmaban: Es Elías. Y otros: Es un profeta como los antiguos.Pero Herodes, al oír todo esto, decía: Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado.Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado, porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía.Un día se presentó la ocasión favorable: Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le aseguró bajo juramento: Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.Ella fue a preguntar a su madre: ¿Qué debo pedirle?La cabeza de Juan el Bautista, respondió ésta.La joven volvió rápidamente donde estaba el rey y le hizo este pedido: Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza.Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y ésta se la dio a su madre.Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Señor, me impresiona la lectura del Evangelio de hoy. Aquel Juan del que tú dijiste que “entre los nacidos de mujer no había nadie más grande” es capaz de ir a la cárcel por ser profeta, por denunciar el pecado. Él estaba en la cárcel, pero la Palabra de Dios no estaba encadenada. Dame también hoy a mí la valentía de Juan, la valentía de decir siempre la verdad, aunque deba pagar por ello, un precio alto.Juan el Bautista comenzó su predicación en el periodo del emperador Tiberio, en el año 27-28 d.c., y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es preparar el camino para acoger al Señor, para enderezar las sendas torcidas de la vida a través de un cambio radical del corazón.Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el «Cordero de Dios» que vino a quitar el pecado del mundo, tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido.Como nota final, el Bautista testifica con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, o sin ceder o darle la espalda, cumpliendo hasta el final su misión.San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice: San Juan por Cristo dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar de Jesucristo, sólo le fue ordenado callar la verdad. Y no calló la verdad y por eso murió por Cristo, quien es la Verdad. Justamente, por el amor a la verdad, no reduce su compromiso y no tiene temor a dirigir palabras fuertes a aquellos que habían perdido el camino de Dios. (Benedicto XVI, 29 de agosto de 2012).Señor, todos los días yo escucho tu palabra, medito tu palabra y hasta me gusta tu palabra. Pero hoy, ante el testimonio de Juan que prefiere guardar silencio y estar encadenado a causa de ser fiel a esa palabra, me pregunto: Y yo, ¿qué tipo de cristiano soy? ¿Me limito a escuchar tu palabra? Dame, Señor, fuerza para testificar, incluso con la sangre, aquello que dicen mis palabras.
Ministros de su santa Palabra, nosotros nos encargamos de repetir todos los días las mismas instrucciones, las mismas verdades, para que a lo largo de los siglos, y cualquiera que sea la corrupción del mundo, su malicia y su locura, los hombres sean sin cesar advertidos de lo que deben creer y de lo que deben hacer para ganar al cielo y para evitar la eterna condena.Cumplimos con rigurosa fidelidad, me atrevería a decirlo, esta noble misión; nuestros púlpitos resuenan continuamente con exhortaciones, advertencias, consejos, amenazas, y nuestra boca, como la de Juan el Bautista, está siempre abierta para decir a los pecadores: Conviértanse, hagan penitencia o todos morirán. (Sermón sobre la conversión)
¿Qué hay en tu corazónque haya sobrevivido,que lleve puesto el ropajede cuando niño?¿Qué hay en tu corazónque llene de luz tu cara,que haga brillar de fe tu mirada?¿Qué hay en tu corazónque tenga algo de rareza,que sea como pasaruna puerta estrecha?¿Qué hay en tu corazónuniendo lo que más amascon todo lo que en verdadhace falta?¿Qué hay en tu corazón?¿Qué hay en tu corazónsin miedo a la sensatezni alas circunstancias?¿Qué hay en tu corazónque mezcle paz y añoranza,que tenga el sello indeleblede la esperanza?¿Qué hay en tu corazóncapaz de sentir asombroy aquella humildadque tiene el retorno?¿Qué hay en tu corazóncreyendo aún en milagrosY viéndolos sucedera cada paso?¿Qué hay en tu corazón, dime,qué hay en tu corazón,que sea la voz de Dios.Diciendo tu nombre,que tenga la candidezde los primeros amores,del viento cuando desciendedesde los montes?Que sea soplo de vidagirando en un rincón,gritando tu semejanza con el Señor.