2ª Corintios 1, 18-22 Salmo 118, 129-133.135
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Jesús nos invita a ser un reflejo de su LUZ, a través del testimonio de las buenas obras. Lo que dice es que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquél que es la Luz del mundo, no por las palabras, sino por nuestras obras. De hecho, es sobre todo nuestro comportamiento que deja una huella en los otros. Tenemos por tanto una tarea y una responsabilidad por el don recibido: expandir la luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo; no debemos retenerla como si fuera nuestra propiedad. Estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los otros mediante las buenas obras. ¡Y cuánto necesita el mundo de la luz del Evangelio que transforma, sana y garantiza la salvación a quien lo acoge! Esta luz debemos llevarla con nuestras buenas obras.La SAL es un elemento que, mientras da sabor, preserva la comida de la alteración y de la corrupción. Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es la de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado, y al mismo tiempo tiene lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, etc. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que deben, sin embargo, resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad, de reconciliación. Para unirse a esta misión, es necesario que nosotros mismos seamos los primeros liberados de la degeneración que corrompe de las influencias mundanas, contrarias a Cristo y al Evangelio. Y esta purificación no termina nunca, se hace continuamente, ¡se hace cada día! (Papa Francisco)
MÁXIMASomos sal y luz del mundo
Abran, ensanchen su alma, y entonces Dios hará correr en ella, deliciosamente, un río de gracia, de luz y de paz”. (Sobre la perfección)
Quisiera ser más como Tú,tu santidad poder buscar.Quiero ser como Cristo.Tu gracia quiero conocerpara que el mundo pueda verque tengo el amor de Cristo.Hazme sal, hazme luz,Ilumíname de amor.Cambia mi vida, Señor.No me cansaría de tu nombre exaltar.Hazme luz, hazme sal.Hazme como un faro con tu luz,brillando más que el sol.Quiero ser el barro:moldéame, Señor.