18 de abril de 2025

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Evangelio del día

Jueves Santo – la cena del Señor

Éxodo 12, 1-8. 11-14
Salmo 115, 12-13. 15-18
1ª Corintios 11, 23-26

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: ¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?
Jesús le respondió: No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás.
No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!
Jesús le respondió: Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte.
Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!
Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos.
Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: No todos ustedes están limpios.
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: ¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

La humildad, el servicio, no es algo que hay que hacer porque nos ha sido mandado o como una concesión. La humildad, el servicio, es el modo de ser de Dios, por eso es el modo en que vivió Jesús. Vivir de manera humilde y sirviendo a los demás es aprender a vivir como Dios y, por tanto, a vivir como sus hijos.

Por tanto, Jesús, tanto en el gesto del pan partido y del vino repartido, así como en el lavatorio de los pies, lo que viene es a poner delante de nosotros lo que ha sido toda su vida y lo que tiene que ser la nuestra: una vida que se da, que se entrega, que se parte, que se reparte, que se deshace por los demás; una vida entendida como servicio humilde, sencillo, callado, a todos. Éste es el «hacer» al que Jesús se refiere. «Hagan esto…» quiere decir, vivan como yo he vivido, ¡eso es lo que Dios quiere, ésa es la voluntad de mi Padre sobre ti, sobre el mundo! Por eso, en el lavatorio de los pies, añade: «Y serán felices si lo hacen…» Es decir, el secreto de la felicidad es el servicio.

Cuando se entiende así, la Eucaristía cobra todo su sentido. En la eucaristía, el Señor nos alimenta con su propio cuerpo y con su propia sangre; es decir, con su propia vida. En la eucaristía escuchamos su Palabra, que ilumina nuestro sendero y nos indica el camino a seguir. En la eucaristía partimos y compartimos el pan con los hermanos y hacemos comunidad; en la eucaristía somos enviados a prolongar este modo de entender la vida y se nos envía a vivir aquello que celebramos. Por eso «ir a misa» se convirtió en un ‘precepto’, porque es algo bueno, algo sin lo cual un cristiano no puede vivir, pues es la fuente en la que se alimenta para amar, para dar la vida como Jesús.

Aprendamos de este Dios que se abaja para ponerse a nuestra altura, de ese Dios que lava los pies a Judas, al traidor, que sigue amándonos en medio de nuestras traiciones y olvidos. Aprendamos a acoger y a agradecer su amor y seamos canal por el que ese amor llegue a esta humanidad que necesita amor, más que preceptos.


¡Oh!, me gusta decirlo, tengo como garante de mis buenas y santas disposiciones, lo que han hecho hasta ahora; se han asociado a nosotros para procurar la gloria de Jesucristo, objeto único de nuestros pensamientos, de nuestros deseos y de nuestros trabajos; han dicho como el mismo Jesucristo: «Vengo no para ser servido sino para servir». (S VII. p.2317)

Sé como el grano de trigo que cae
en tierra y desaparece.
Y aunque te duela la muerte de hoy,
mira la espiga que crece.

Un trigal será mi Iglesia
que tomará mis entregas,
fecundadas por la sangre de Aquél 
que dio su vida por ella.

Ciudad nueva del amor,
donde vivirá el pueblo,
que en los brazos de su dueño nació,
sostenido de un madero.

Yo mi vida he de entregar,
para aumentar la cosecha,
que el sembrador al final buscará
y dejará ser eterna.

Y un día al Padre volveré
a descubrir el secreto
de la pequeña semilla, que fiel,
cobró su herencia en el cielo.