2 de diciembre de 2024

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Evangelio del día

Beato Santiago Alberione

Apocalipsis 14, 14-19
Salmo 95, 10-13

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido.
Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va suceder?
Jesús respondió: Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: «Soy yo», y también: «El tiempo está cerca». No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen. Es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin.

Jesús dijo: “De todo esto que ven, un día no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido«. Naturalmente le preguntan: ¿Cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos? Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios a las verdaderas cuestiones. Y son dos: Primero: No dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: Vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.

Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre. Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, brujos, personajes que quieren atraer hacia sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”. (Papa Francisco, 17 de noviembre de 2013).


MÁXIMA
Jesús es el único salvador


Cuando nos sea concedido ver, así frente a frente, al ser que encierra en sí todas las perfecciones, de quien se desprende todo orden y toda bondad, a Dios mismo; cuando veamos a Jesucristo, nuestro Salvador, no ya en la humillación del pesebre y del calvario, sino en la gloria de reino, y cuándo conozcamos y comprendamos hasta qué punto nos ha amado, ¿podrán nuestra admiración y nuestro agradecimiento permanecer en silencio? (Sermón sobre el Cielo)    

Brilla en los ojos un fuego que arde
y despierta una llama en mi corazón.
Nueva es la paz y mayor la alegría;
los mismos colores, mas otro el sabor;
es lo eterno que viene de ti,
es lo eterno que viene de ti.

Hoy dejo atrás esa vida de siempre,
me pongo en camino, me ordeno hacia el fin.
El amor me llama, conozco el deseo
aunque pesa en mi vida el honor.
Me hago más libre en busca de ti,
me hago más libre en busca de ti.

Sin miedo abrazo y sigo tus pasos,
busco el camino, voy peregrino.
Sin miedo me confío en tu gracia,
me pongo en marcha, tu amor me basta.
Sin miedo abrazo, sigo tus pasos,
busco el camino, voy peregrino.
Sin miedo me confío en tu gracia,
me pongo en marcha, tu amor me acompañará.

Este camino, al igual que otros muchos,
exige la lucha, no excluye el dolor.
Caben mis rodeos y mis pies cansados,
también esas voces que me hacen dudar.
Pero en mis noches, me aferro de ti,
pero en mis noches, me aferro de ti.


ORACIÓN POR EL CAPÍTULO
Señor Jesús,
somos discípulas y discípulos tuyos
que, como Familia Menesiana

del Cono Sur,
queremos caminar en actitud sinodal,
en un clima de constante discernimiento,
 para descubrir y responder a la invitación
que nos haces de colaborar contigo,
 anunciando tu Evangelio.
Señor Jesús,
conscientes de nuestra fragilidad,
ponemos confiados en tus manos,
los cinco panes y dos peces que tenemos
para que tú, desde tu sensibilidad,
los repartas, transformando
corazones, mentes, manos y pies,
y saciando el hambre de fraternidad.
Señor Jesús,
enséñanos tu modo de ser misión,
a mirar como comunidades educativas
compasivamente la realidad,
a tejer lazos de corresponsabilidad
que nos hagan más hermanas y hermanos
de tus predilectos, los pobres.
Amén