San Ignacio de Loyola

Jeremías 15, 10. 16-21
Salmo 58, 2-4. 10-11. 17-18

Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

¿Qué tesoro es tan valioso para vender todo lo que se tiene? ¿Qué merece desprenderse de cuanto se posee para conseguir otro bien? ¿Qué hallazgo puede producir inmensa alegría?  No cabe la menor duda que lo que encontró el hombre tiene un valor inestimable, inmedible, y lo más grande en valor, es el Reino de Dios, y por él se puede renunciar a todo, y ésta sería la mejor decisión tomada.

Quien encuentra un tesoro como éste, el Reino de los Cielos, debe dejarlo todo por él, y renunciar con alegría a lo que tiene terrenalmente, pues es indudable que no podemos comparar los bienes terrestres con la posesión de Dios, «Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero» (Mt 6-24).

Jesús también nos agrega la parábola del comerciante de perlas. Ambas parábolas nos muestran que merece mucho la pena hacer un gran esfuerzo por conseguir algo muy valioso, como el Evangelio, como el amor de Cristo, como el Reino de Dios, con fe, veremos que la valoración de la posesión de Dios, que es el tesoro del que nos habla Jesús, no puede tener ninguna comparación.

Pero para poseer a Dios, debemos despojarnos de todo lo que aprisiona nuestro corazón. Es decir, de nuestros afectos, o inclinaciones, pasiones e instintos, de todo cuanto nos impida la posesión de Dios. Si vaciamos el corazón de nosotros mismos, éste podrá ser ocupado por Dios.

Un muy buen negocio nos propone Jesús, el mejor de los trueques, un intercambio o entrega de cosas de poco precio, por otras valiosísimas, es así, como nos pone el ejemplo de un negociante, para indicarnos que es un hombre que conoce el valor de las cosas, y se desprende de todo por una perla fina.

Es así, como nos invita, pero también nos condiciona, que, para la adquisición del Reino de los Cielos, tenemos que renunciar con alegría a todo, porque la renuncia a lo material tiene el mejor de los premios, como es la posesión de Dios. La verdadera riqueza es Dios.

«El tesoro y la perla valen más que los otros bienes, y por tanto, el campesino y el comerciante, cuando lo encuentran, renuncian a todo lo demás para poder conseguirlo. No necesitan hacer razonamientos, pensar, reflexionar: se dan cuenta en seguida del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo para tenerlo.
Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro.»  (P. Francisco, 27 de julio de 2014).


Desde ahora perteneceremos a Dios sin división, y Dios se nos dará sin reservas: seremos pobres de bienes terrenos, pero todos los tesoros del cielo serán para nosotros. (1º votos de los misioneros de Saint-Méen)

Eres Tú mi gran tesoro.
Por ti lo he vendido todo
para comprar este campo
donde estabas escondido.

Eres Tú mi gran tesoro
de amor como ninguno,
de corazón abierto
y de brazos extendidos.

Encontré lo más valioso.
Eres todo mi universo.
Eres el Rey de mi vida.

Nada vale la pena si Tú no reinas.
Tú eres el tesoro de mi vida.
Nada vale la pena si Tú no reinas.
Tú eres mi preciada perla fina.

Eres la más valiosa perla,
la única y más bella.
Ya todo lo he vendido
para comprarte enseguida.

Eres la más valiosa perla,
eres blanca como nieve.
Así es tu amor de puro.
Soy dichosa en tenerte.

Encontré lo más valioso,
eres todo mi universo.
Eres el Rey de mi vida.

Nada vale la pena si Tú no reinas,
Tú eres el tesoro de mi vida.
Nada vale la pena si Tú no reinas,
Tú eres mi preciada perla fina.

Eres mi alegría.
Por ti yo compro el campo entero.
Nada escatimo
con tal de tenerte por siempre conmigo.
Eres mi tesoro y mi perla fina.