3º jueves de Cuaresma

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios. Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque – como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul.
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

No hay peor sordo que quien no quiere oír y ciego que quien no quiere ver. Eso hacen las ideologías: Hacer que veas y oigas lo que no existe en realidad, pero que la mente crea para adecuar la realidad a una forma de pensar. De ese modo, a lo largo de la historia, hemos acomodado la imagen de Jesús a los propios intereses. Los revolucionarios de izquierda, viéndolo como un paladín de la búsqueda de la justicia con los medios que sea. Los amantes de la buena vida y del dinero, viendo sus posesiones como bendiciones de Dios por su buen comportamiento. Tenemos al Jesús de ojos azules y pinta de actor de Hollywood, al asceta negador de cualquier deleite, al angelical que casi no pisa la tierra, al del puño cerrado en alto, etc, etc.

En la lectura de hoy vemos a Jesús curando efectivamente a un enfermo y a quienes, no quieren saber nada de él, buscando una razón para denigrarlo y hacer que la gente no lo siga. Cuando no queremos ver el bien en la otra persona, tergiversaremos sus dichos y sus obras, para demostrar que, en verdad, no es bueno lo que hace o dice. “Está bien, pero…”

Jesús expulsa los espíritus impuros, pero no logra librarse de los otros demonios que buscan y seguirán buscando su caída y que terminarán por ponerlo en una cruz. Cuántas veces nosotros funcionamos como ellos, envenenando el ambiente, diciendo medias verdades, sonriendo irónicamente frente a un hermano que quiere hacer algo, condenando si llega la oportunidad. Si el bien lo hago yo, ‘¡qué bueno!’, pero si lo hace otro, ‘habrá que ver por qué lo hace’.

Que el Señor no dé la gracia de conocerlo y adivinar su paso por la vida de los hermanos, para que no seamos esos ‘demonios’ que les ponen palos en la rueda.


MÁXIMA
Reconoce el bien que hacen los demás


Eviten con gran cuidado el espíritu prejuicioso, las quejas, las murmuraciones, todo lo que hiere y divide: en una palabra, busquen no tener más que un corazón y un alma sola y de estar animados por la caridad más pura; se los repito porque no sabría recordárselo demasiadas veces. (Al H. Arturo, 03-04-1842)

Ser presencia, Señor,
es hablar de Ti sin nombrarte,
callar cuando es preciso;
gestos en lugar de palabras.

Luz que debe alumbrar,
voz que desde la vida habla.
Decir que estamos cerca
aunque estemos en la distancia.

Ser presencia es, también,
incluir a la esperanza,
sufrir con el que sufre
mostrarte en oscuras llagas.
Reír con el que ríe,
alegrarse con los que aman.
Gritar con el Espíritu
que Dios siempre nos salva.

Ser tu presencia, Señor, abrirnos el corazón
y es también, Señor, ser caminante,
en un camino poblado de hermanos,
gritando en el silencio que estás vivo,
que nos tenés tomados de la mano.

Ser presencia es vivir
sin más armas que tu Palabra,
compartir tu Misterio
y decirles, Dios, que los amas.

Es saber escuchar tu voz
que en silencio nos habla,
y ver por ello cuando la fe,
parece, se apaga.

Ser presencia, Señor,
es vivir tus tiempos en calma,
esa serenidad
con la paz que llena las almas.
Es vivir la tensión de una Iglesia
que crece y cambia,
abrirse a nuevos tiempos
siendo fieles a tu Palabra.