San Francisco de Borja – Beato Ambrosio Ferro y compañeros mártires

Jesús dijo: ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió.

La expresión ¡Ay! repetida expresa una lamentación por parte de Jesús, pero no una condena. Jesús ni condena, ni castiga, ni amenaza. Es importante descubrir estos sentimientos tan nobles y tan profundos de Jesús para cambiar nuestras actitudes de enfrentamiento, de venganza y de rechazo. Mucho hemos sufrido a lo largo de la historia con tantas guerras de religiones. Y, sobre todo, mucho hemos hecho sufrir a nuestro Padre Dios por matarnos unos a otros.
En realidad, todas las guerras son “fratricidas”. No hay guerras de naciones contra naciones, de religión contra religión, de hombres contra hombres. Todas son guerras de “hermanos contra hermanos”. La historia es vieja y se repite: “Caín sigue matando a Abel, su hermano”. El enfrentamiento de los hermanos afecta a la creación entera. Somos los hombres los que destruimos bosques, quemamos mieses, ensuciamos ríos y contaminamos los mares. Somos las personas las que destruimos “nuestra casa común”, como ha dicho el Papa Francisco.

Señor, al terminar esta reflexión, quiero volver a tu proyecto original del Paraíso. Quiero que sople sobre el jardín, esa “suave brisa” signo de tu presencia. Con ella vendrá la paz y la armonía sobre la familia humana y sobre la obra de la Creación. Si por un hombre, Adán, vino la destrucción y la muerte, por otro hombre, llamado Jesús, nos ha venido la restauración y la vida. ¡Gracias, Señor!


Desde hace algún tiempo sufro por lo que preveo. Sin embargo, no te he dicho nada porque temía que mis reflexiones y mis consejos no te iban a gustar. Todavía hoy me cuesta abrir la boca y voy a escribirte lo que pienso. En el momento en que creo que tú te inventas tantos lamentos y dolores, no hablarte una última vez, sería olvidar que soy tu hermano.” (Carta a Feli, abril 1815)

Se me está olvidando todo
de hace un tiempo para acá.
Ni de corto ni de largo plazo
logro recordar.

Se me está olvidando todo
y aunque aún no tengo edad,
una amnesia prematura sufro ya.

Se me olvida que jamás
me has dejado a la deriva,
y que en la mesa has puesto el pan
puntualmente cada día.
Es que se me olvidan los milagros
que asombrado recibí.
Es que se me olvida
que estás siempre junto a mí.

Se me está olvidando todo
y este mal particular
tiene efectos secundarios,
como toda enfermedad.

Hay fatiga general
hay depresión, hay ansiedad
y un insomnio permanente
que me impide descansar.

Se me olvida que jamás
me has dejado a la deriva
y que en la mesa has puesto el pan
puntualmente cada día.
Es que se me olvidan los milagros
que asombrado recibí.
Es que se me olvida
que estás siempre junto a mí.

Ay, ayúdame,
Señor, a recordar
tantas veces que he podido
ver tu gran fidelidad.

Es que se me olvidan los milagros
que asombrado recibí
Es que se me olvida
que estás siempre junto a mí
Junto a mí, (oh-oh, oh-oh)

No quiero seguir, (oh-oh, oh-oh)
olvidando así. (oh-oh, oh-oh)
Yo quiero vivir, (oh-oh, oh-oh)
aferrado a ti.


AMBROSIO FRANCISCO FERRO fue un sacerdote oriundo de las Azores, martirizado en Brasil. Después que los holandeses hubiesen masacrado a decenas de católicos en Cunhaú, mientras estaban celebrando la Misa, muchos buscaron refugio en Uruaçú, cerca de Natal. Sin embargo, fueron descubiertos y unos 80 de ellos fueron reunidos por los invasores junto al río del mismo nombre, donde asesinaron a todos los que no renegaron de su religión. Ambrosio Ferro era en ese entonces vicario y lideró al grupo de católicos que buscó refugio en Uraçú. Fue beatificado por Juan Pablo II en el año 2000 y canonizado por Francisco en el año 2017.


FRANCISCO DE BORJA (1510-1572) fue un noble español, duque de Gandía y marqués de Lombay. Tras servir en la corte del emperador Carlos V, quedó profundamente impactado al contemplar el cadáver desfigurado de la emperatriz Isabel de Portugal, lo que lo llevó a un cambio de vida. Al morir su esposa, renunció a sus títulos y riquezas para ingresar en la Compañía de Jesús, donde llegó a ser su tercer Superior General. Se destacó por su humildad, su intensa vida de oración y su entrega a la misión de los jesuitas en la evangelización y la formación. Fue canonizado en 1671 y es considerado modelo de conversión y desprendimiento de los bienes mundanos.