Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?Jesús le preguntó a su vez: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: ¿Y quién es mi prójimo?Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver».¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?El que tuvo compasión de él, le respondió el doctor.Y Jesús le dijo: Ve, y procede tú de la misma manera.
En el texto tenemos una pregunta: ¿quién es mi prójimo? Y es una la respuesta luego del cuento: Vete y haz tú lo mismo. El amor es el ADN de la fe cristiana. Encontramos nuestra identidad común en la experiencia del amor de Dios y la revelamos al mundo mediante nuestro amor al prójimo.El doctor de la ley, pregunta a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»La cuestión de hasta dónde debía llegar la obligación bíblica de amar era objeto de controversia entre los doctores de la ley. Se creía que esta obligación se extendía a los israelitas y a los extranjeros residentes. Con el tiempo, a medida que el judaísmo se fragmentaba, a veces se entendía que se aplicaba únicamente a la propia facción; por eso la pregunta es provocadora. Jesús responde con una parábola que ilustra un amor que se extiende mucho más allá de los límites esperados.Los cristianos están llamados a amar como el Buen Samaritano, mostrando misericordia y compasión a los necesitados, independientemente de su religión, étnia o grupo social. La visión del amor al prójimo que Jesús nos presenta se encuentra hoy bajo presión en el mundo. Las guerras, los desequilibrios en las relaciones internacionales y las desigualdades generadas por los ajustes estructurales impuestos inhiben nuestra capacidad de amar como Cristo. Es aprendiendo a amarnos unos a otros dejando de lado nuestras diferencias que los cristianos podemos ser prójimos como el samaritano del Evangelio:En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia. En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos. Por el camino viene un tercer personaje: “ve al herido, se conmueve y se acerca”. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo. Lo primero es no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Así era la mirada de Juan María, una mirada amplia que descubría el dolor de los niños por las calles y acudía en su ayuda. Así debe ser nuestra mirada, una mirada atenta, de servicio, de entrega, de compasión.
El amor vive especialmente de acción y es por eso que su divino autor le ha dado como objeto propio, no la humanidad sobre la cual ninguno de nosotros puede nada, sino el prójimo o, en otros términos, la fracción de la humanidad que cada uno de nosotros debe servir. (S.IX p.2582)
Anda faltando en el mundo algún Buen Samaritanoque trate al hombre en hermano, tenga la sangre que tenga.Y que venga de donde venga siempre le tienda una mano. Por estos mundos de Dios andan pobres y andan ricos,andan grandes y andan chicos aporreados por los males.Y el prójimo no me lo explico a dónde está, que ya no sale. Hay que ser como los árboles,que en las invernadas crudasdel ramaje se desnudanpara que otros tengan calor.Que a donde todos se ayudan sale más linda la flor. Seguro que fue su prójimo aquel que tuvo piedad.Asi es en realidad les dijo Jesús a todos:“Anda amigo y ojalá hagas tú del mismo modo”.