San Juan de Capistrano

Jesús les dijo: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Este pasaje del Evangelio rompe con la imagen de un Jesús manso y conciliador. Aquí aparece un Jesús apasionado, decidido, consciente de que su mensaje no deja a nadie indiferente. El “fuego” que Él trae no es un fuego que destruye, sino que purifica, transforma e ilumina. Es el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor que quema toda indiferencia, toda tibieza y toda injusticia.

Jesús no quiere discípulos pasivos, sino corazones ardientes. Su palabra tiene el poder de encender en cada persona un deseo profundo de conversión y de vida nueva. Vivir el Evangelio con coherencia no es simplemente “llevarse bien con todos”, sino defender la verdad, el amor y la justicia, incluso cuando eso nos pone en tensión con los demás.

La palabra de Jesús provoca divisiones no porque Él busque enfrentamientos, sino porque su mensaje confronta las estructuras de egoísmo, injusticia y pecado que muchas veces se instalan incluso dentro de las familias y las sociedades.
La opción por Cristo muchas veces obliga a romper con lo que no construye Reino: prácticas injustas, costumbres vacías, sistemas que oprimen. El desafío es dejar que su fuego encienda nuestro corazón, aun cuando eso signifique cuestionar nuestras comodidades, nuestras estructuras y nuestros vínculos.

¿Estoy dispuesto a vivir como Jesús quiere?


Que ninguno dude como tampoco yo mismo dudo, en hacer todos los sacrificios que exigen la gloria de Dios y la salvación de las almas. De esta disposición depende de un modo especial la perpetuidad de la obra que juntos vamos a fundar. Lejos de nosotros las faltas de resolución y los tristes cálculos de la prudencia humana. Es necesario que los espíritus se eleven, que todos los corazones estén en lo alto, y que todos respondan: nuestra libertad, nuestro cuerpo, nuestra vida son del Señor, no somos de nosotros mismos somos de Dios Sólo” (A los religiosos de San Pedro, 7-9-1834)

Hoy es un día distinto,
siento la magia en mi piel.
Siento que el mundo
me atrapa y me deja vivir
con el corazón.
Donde no hay guerras ni hambre,
donde no exista el dolor.
Y aunque parezca imposible
el amor puede unirnos
para crecer.

Y este es un mensaje al mundo
para que dejen de pelear,
para que juntos construyamos
un camino como hermanos,
con amor y libertad.

Hay que cuidar nuestra tierra
para que vuelva a crecer.
Hay que ser parte de un cambio.
Intentar hacer algo
para brillar.
Que todo sea alegría,
que todos puedan soñar
y aprender que la vida
es un simple camino a la felicidad.

Y este es un mensaje al mundo
para que dejen de pelear,
para que juntos construyamos
un camino como hermanos,
con amor y libertad.


San JUAN DE CAPISTRANO (1386-1456) fue un fraile franciscano, predicador y líder religioso del siglo XV. Estudió Derecho y fue gobernador de Perugia, pero durante una guerra fue hecho prisionero. En la cárcel sintió el llamado de Dios y, tras recuperar la libertad, ingresó a la Orden Franciscana. Se destacó por su vida austera, su profunda vida de oración y su gran talento como predicador itinerante en toda Europa. redicaba la conversión, la paz y la reforma de la Iglesia, atrayendo a multitudes. Fue un gran defensor de la fe católica frente a las herejías de su tiempo. En 1456, ya anciano, animó y lideró tropas cristianas contra el ejército otomano en la defensa de Belgrado, logrando una importante victoria. Murió poco después, el 23 de octubre de 1456, agotado por el esfuerzo de la campaña. Fue canonizado en 1690 por el papa Alejandro VIII.