33° domingo durante el año

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va suceder?
Jesús respondió: Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: Soy yo, y también: El tiempo está cerca. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin.
Después les dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.

Las enseñanzas de Jesús en el evangelio de Lucas, antes de la pasión, terminan con un discurso de tono apremiante y severo; se le llama discurso escatológico porque se refiere al final de los tiempos.
Todo comienza a raíz de la expresión de algunos, que valoraban la belleza del templo de Jerusalén, construido durante décadas por mandato de Herodes el Grande. Era uno de los edificios más grandes e impresionantes de la antigüedad, y fascinaba a los peregrinos que acudían cada año a Jerusalén, y sobre todo en la fiesta de la Pascua.

Jesús, como tantas otras veces, insiste en que no se dejen llevar por las apariencias. La grandeza del templo no está en sus bellas piedras ni en los ricos adornos. La belleza aparente será destruida. Menos de cuarenta años después, en la guerra contra los romanos, Jerusalén quedó destruida y el templo arrasado.
Este evangelio está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto, ya se había producido esa catástrofe. Para un judío, la destrucción del templo era el «fin del mundo».

Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los tiempos, porque para ellos el templo era todo, la seguridad total. Para ellos era impensable la existencia sin templo. De ahí la preocupación de la pregunta: ¿Cuándo va a ser eso?
Pero Jesús responde hablando del fin de los tiempos, no del templo. La única preparación posible es la confianza total en Dios.
Jesús indica a sus discípulos que no vayan buscando signos y señales del final de los tiempos, porque se exponen a que les tomen el pelo. «No se dejen engañar», a la larga lo único que cuenta es la perseverancia.

Cuando la comunidad de Lucas recordaba estas palabras de Jesús vivía un momento muy tenso. Muchos esperaban que la venida definitiva de Jesús, su retorno glorioso, iba a suceder en seguida. Se preocupaban por reconocer los signos y creían descubrirlos en las guerras entre países o en las persecuciones que ellos mismos sufrían.
El evangelista les deja dos cosas claras: El final no vendrá tan pronto como lo esperaban, y las dificultades se superan con perseverancia y el apoyo del mismo Jesús.
Las dificultades son reales, por eso los cristianos no podemos ser ingenuos. En el mundo hay maldad, sufrimiento y dolor: la creación entera sufre de «dolores de parto», en la espera de la nueva era (Rom 8,22).

Y de repente, Jesús vuelve atrás; y dice «pero antes de todo eso…», y se centra en el sufrimiento de la comunidad cristiana. Esa no era la pregunta, pero sí es el tema que a Lucas le interesaba recalcar.
En la comunidad ya habían tenido experiencias de persecución, de denuncia de los propios familiares cercanos; habían tenido testimonios de fidelidad al evangelio en el sufrimiento, y también seguramente deserciones ante la dificultad.

El mensaje es claro: «Esto no les sucede porque Dios se haya olvidado de ustedes, sino porque así serán testigos del Evangelio ante todo el mundo». Aún más, el propio Jesús les dará las palabras que habrán de decir; estará a su lado, tan sólo necesitan confiar plenamente en él: Yo estaré con ustedes. Esa es la certeza mayor y la realidad dadora de esperanza y ánimo en el caminar.

Para Juan María será el Dios Solo la única esperanza y la única realidad que nos sostendrá, en el a veces, difícil caminar de la vida, por él obrar, por el vivir; no hay otra razón verdadera y fecunda.

Jesús y sus discípulos:
Toda ocasión es momento oportuno para la enseñanza: aquí el comentario sobre la majestuosidad del Templo. Jesús les deja claro que también estos magníficos caen. Los que no debemos caer en el engaño y en alarmarnos, somos nosotros. Vendrán momentos de difíciles para la comunidad cristiana, cuando el Templo y otros caigan, pero la confianza tiene que estar puesta en el que habita el Templo. Cuando las certezas exteriores se derrumban, las interiores son las que deben asomar con fuerza y sostenernos. Él es la certeza con mayúsculas, y no está fuera.


Hemos dicho y han dicho, a nuestro alrededor: ¡Señor, Señor! Puede ser que hayamos contribuido a la conversión de algunas almas; veo que hemos hecho milagros, abierto los oídos a los sordos, enderezado a los cojos; ¿entraremos en el reino de Dios? Estas obras en apariencia tan hermosas y tan brillantes, que han encandilado a los hombres, ¿qué son en realidad? ¿No hemos perdido todos los méritos? ¿No las hemos subrayado atribuyéndonos nosotros mismos toda la gloria? ¿Es sólo por Dios, por Dios solo por quién hemos trabajado? ¡Ah!, por lo menos comencemos a no verle más que a él, a no buscarle más que a él, con el fin de no llegar con las manos vacías despojadas de todo mérito y de toda virtud, a su terrible juicio. Sí comencemos, porque ¡ay!, hasta ahora no hemos conseguido nada, no hemos hecho nada; estamos agotados por la fatiga y las penas y se nos pueden aplicar las palabras del profeta: in vanum laboraverunt. (Apertura del retiro a la congregación de S. Méen, 1826, S VIII 2433)