Nuestra Señora de Loreto

Isaías 40, 1-11
Salmo 95, 1-3. 10-13

Jesús dijo a sus discípulos: ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron.
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

La liturgia del día nos presenta el Evangelio en el que se nos muestra de una forma sencilla el actuar Divino, comparándolo con la actitud de un pastor que, aunque tiene cien ovejas, es capaz de dejar 99 solas para ir en busca de la única que se le ha extraviado. Por eso es que, en esta pequeña parábola, Jesús revela el verdadero Rostro del Amor y la Misericordia de Dios Padre, que no se conforma en perder a ninguno de sus hijos, por más pequeño e insignificante que sea.

Y es que la experiencia del Padre, que Jesús comparte con los hombres es la de un Dios Incluyente, que sale al encuentro de lo perdido, para hacer una oferta de Amor al que creía no merecerla. Lo confirma con el ejemplo de dejar las noventa y nueve ovejas, para ir en búsqueda de la perdida hasta encontrarla, cargarla sobre los hombros, alegrarse con su encuentro, y hacer partícipes a otros de esa alegría.

Sin duda alguna que esa es la mejor manera que encontró el Maestro, para hacernos saber que Dios es verdaderamente un Padre. Teniendo claro, que amar a la persona perdida, no significa que se ha dejado de amar a las que anda por el carril, sino más bien garantizarles el amor suficiente si se llegaran a perder.

Vemos que el rostro del Padre que nos revela JESÚS, es de misericordia, y de consuelo, ya que se preocupa e interesa hasta por el “más pequeño de todos.» Este es el fruto de su amor misericordioso por sus criaturas. Y de consuelo, porque quiere transmitirle valor, fuerza y fortaleza a todos aquellos que se encuentran abatidos, arrinconados por las adversidades o porque se creen los más pecadores del mundo y piensan que no tienen perdón de Dios. Pero he aquí, que Dios Padre, Pastor de las ovejas buenas y malas, se asegura que las buenas queden bien protegidas y va en busca de la pérdida.

Conducta que deberíamos asumir todos los que nos consideramos seguidores de Jesús, que es la de buscar a los caídos, o los que están en peligro de caer, para hacerles saber con palabras y acciones, lo importante que son ellos para Dios. Porque los extraviados, los excluidos, los que han sido víctimas de la perversidad de otros, necesitan que alguien los valore y los consuele. Y, así como Dios nos ha dado mil oportunidades y siempre está a la espera de nuestro arrepentimiento, así también debemos actuar nosotros con nuestros semejantes, perdonándolos y ayudándolos a entrar en “el redil de los justos”, donde todos aspiramos, por la misericordia de DIOS, entrar.

Para eso es que Dios nos regala un tiempo como el ADVIENTO, que es un tiempo privilegiado que Dios usa para buscar a «sus ovejas descarriadas», de una manera súper especial, ya que renueva el envío de “Su Hijo Jesús, no para juzgar y condenar, sino para salvar al mundo”. De allí que este tiempo sea también una oportunidad para que cada uno de nosotros abramos el corazón y busquemos el encuentro con Dios, mediante la oración, el ayuno y la penitencia, que repercuta en la comunión fraterna y solidaria con todos nuestros semejantes.


MÁXIMA
Dios nunca nos abandona


¿Bajo qué otra imagen más hermosa podría nuestro Salvador divino mostrarnos su bondad para con los pecadores que bajo el emblema del Pastor del Evangelio? Este buen Pastor, al ver que una de sus ovejas se aleja del rebaño, la llama con amabilidad, y aunque no escucha su voz, la busca y la reincorpora después de muchas fatigas. No castiga a esta oveja infiel, no le reprocha; por el contrario, la acaricia y, para evitarle la molestia de volver, la pone sobre sus hombros y la devuelve al redil con alegría. (Sermón sobre la misericordia. Beignon, 1805)

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar,
nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor
que no me priva de nada.
En las praderas fresquitas
de pasto verde me sacia
y me lleva a los arroyos
donde el agüita es más clara.

Como una cuestión de honor
se preocupa de mi vida,
me lleva por buena senda
y me asiste en las fatigas,
y yendo con Él no temo
las quebradas más ariscas.

Saber que Él marca mi rumbo
me sosiega y tranquiliza.
Él me brinda su confianza
hasta entre gente enemiga.
Me hace sentar a su mesa
y en su copa me convida.

Qué lindo saber que tengo
su cariño y su alegrí­a,
que siempre vendrán conmigo
a lo largo de la vida,
y un dí­a será mi casa
la casa donde Él habita.