30 de junio de 2025

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Evangelio del día

1º mártires de la iglesia romana

Génesis 18, 1-2a.16-33
Salmo 102, 1-4.8-11

En aquel tiempo, al verse rodeado de tanta gente, Jesús mandó a sus discípulos que cruzaran a la otra orilla.
Entonces se aproximó un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió: Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre.
Pero Jesús le respondió: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Un escriba se dirige a Jesús y le expresa su deseo de seguirlo; y parece que lo hace con entusiasmo, decisión y entrega. “Maestro, te seguiré vayas a donde vayas.” En ese sentido, pueden chocar un poco las palabras con que Jesús le responde: Parece que, más que animar al escriba, quisiera decirle algo así como “¿Sabes en la que te estás metiendo?”  A continuación, es un discípulo el que le dice “Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre”; una petición bien justa. Y sin embargo la respuesta de Jesús de nuevo nos desconcierta: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.” La verdad es que, a primera vista, uno se queda desconcertado. Parece un lenguaje muy duro.

Y quizás alguna vez hemos recibido este texto así, como un jarro de agua fría; sentimos entonces que seguir a Jesús es demasiado exigente, porque nos va a pedir renunciar a cosas importantes para nosotros y que por lo tanto este seguimiento sólo es para personas especiales.  Y sí, con frecuencia en la interpretación que hemos recibido de este texto ha predominado el acento en la exigencia del seguimiento o más bien en una manera de entender esta exigencia que pone la mirada sobre todo en aquello a lo que se renuncia. Y yo creo que lo que Jesús quiere es precisamente lo contrario, abrir nuestra mente para que podamos acoger la novedad y la urgencia del Reino, aquella que nos hace cambiar el punto de apoyo en el que fundamentar la vida; aquella que nos introduce en un concepto más amplio de familia y de hogar.

La experiencia nos dice que ambos ámbitos son pilares necesarios para poder adquirir la seguridad y confianza básicas que precisamos para desplegar lo mejor de nosotros mismos. Sin embargo, Jesús nos invita a colocar tanto la familia como la propia casa en un espacio vital mayor en cuyo centro se halla la experiencia filial de confianza en el Padre. Él es nuestro verdadero hogar y en torno a Él, hermanados en Cristo, vamos construyendo una nueva familia abierta a cualquier persona, más allá de lazos de sangre, pueblo o nación. No es que la propia casa y la propia familia no tengan valor; claro que lo tienen. Pero adquieren una nueva perspectiva cuando se resitúan y se reorientan, desde el absoluto del proyecto de Dios para esta humanidad y esta creación.

Presentemos al Señor en este día nuestro mundo de relaciones y también aquello que en estos momentos nos da seguridad en la vida. ¿Hay algo que en estos momentos necesitemos reorientar para poder vivir con mayor plenitud nuestra vocación de hijos e hijas de Dios? (Hna. María Fernández Palencia, OP)


MÁXIMA
“Sígueme”


Nuestra salvación depende de nuestra fidelidad en seguir a Jesucristo, en todos los caminos por los que él ha caminado. (necesidad de tender a la perfección)

Mira Jesús, yo te traigo una gran inquietud.
¿Qué debo hacer? Nuestro mundo sufre esclavitud.
Le falta paz y en muchos no hay esperanza.
Dime Señor, ¿cómo puedo sembrar más amor?

Sígueme, soy Camino, única ruta a seguir.
Sígueme, soy la vida, que con amor debes compartir.

Oigo tu voz en la calma de mi oración;
oigo tu voz, en el pobre que me pide pan.
Desde tu cruz, Tú me pides mayor compromiso.
Dime, Señor, ¿cómo puedo sembrar más amor?

Yo, como Tú, buscaré dar más que recibir.
No hay amor, sin sufrir, sin luchar, sin servir.
Mas si a tu amor, olvidando, lo pierdo de vista,
Grita, Señor, aún más fuerte que te pueda oír.

Búscame en la tormenta,
me encontrarás en la brisa suave.
Ampliaré tu horizonte,
te haré mi compañero.
Llévame en tus palabras.
Me oirás cuando seas silencio.
Cumpliré mi justicia:
El amor que desborda.

Déjalo todo y sígueme.
No tengas miedo, allí estaré.
Sígueme sin tener la respuesta.
Confía en mí.
Sígueme.
Porque eres tan pequeño
nunca te abandoné.
Necesito tus manos,
aunque estén tan vacías.
No mires atrás; sígueme.

Que te alegren mis pasos
y me encuentres en tu camino.
Llévame a los pequeños
por mi misericordia.