18 de julio de 2025

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Evangelio del día

San Federico

Éxodo 11, 10-12,14
Salmo 115, 12-13. 15-18

En aquel tiempo, Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado.
Pero él les respondió: ¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa, ‘yo quiero misericordia y no sacrificios’, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado.

Señor, dame la sensatez para saber distinguir lo esencial de lo accidental. Para aquellos fariseos del tiempo de Jesús, lo esencial era el cumplimiento de la ley hasta caer en minucias absurdas. Entendían como trabajo prohibido por la ley el “frotar las espigas” con las manos. Jesús no puede permitir esta falsa interpretación del sábado, día en que uno cesa del duro trabajo de la semana, para descansar con su Dios en la oración y dedicar este tiempo sagrado al cuidado de los hermanos que lo necesitan. Dame, Señor, tu Espíritu para saber interpretar tu ley.

“Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su Reino, de su voluntad. Es todo lo contrario del fatalismo o el ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la cansada lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Está claro que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, es practicada de maneras diferentes según las diferentes vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión muerte y resurrección. Jesús nos ha demostrado qué significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo, y, al mismo tiempo, teniendo el corazón en el Cielo, sumergido en la misericordia de Dios”. (Benedicto XVI, 27 de febrero de 2011)

Señor, yo quiero ser cristiano, pero no fariseo; yo quiero cumplir hasta en los últimos detales el mandamiento tuyo del amor. Y te pido que me ayudes a sumergir mi corazón en el mar infinito de tu amor para poder amar a mis hermanos con un corazón lleno de ternura y de misericordia.


MÁXIMA
Dios nos quiere misericordiosos


“Se dirá el último día a aquellos que no han practicado misericordia hacia sus hermanos: No han traído aquí ningún sentimiento de humanidad, no encontrarán ninguno; han sembrado la dureza, la inhumanidad, recogerán sus gavillas. Han huido a la misericordia, ella se alejará de ustedes. Han despreciado a los pobres, serán despreciados por Aquél que se ha hecho pobre por amor” (S.IX p.2586. Cita de S. Gregorio. Biblia de los padres, p. 464)

Cuentan que hace más de dos mil años
las ovejas del rebaño iban tristes por la vida.
Lejos de un pastor que las guiara,
sus corazones llevaban tanta herida que sanar.

Fue allí que Dios, rico en misericordia,
nos manifestó su Gloria,
desde el vientre de María,
revelándonos su amor de Padre,
en el Verbo hecho carne.
¡Qué alegría, en verdad!

Y en un abrazo misericordioso nos unió,
nos devolvió la dignidad perdida.
Buscó la oveja, que del fiel rebaño se alejó,
sanó su herida y la rescató.

Con mirarlo uno veía al Padre.
Su ternura era el mensaje,
su actitud la cercanía.
Nos llenaba de besos y de abrazos
y buscaba a cada paso darnos vida y libertad.

Misericordiosos como el Padre
nos pedía que seamos, frente a tanta hipocresía.
No juzgar para no ser juzgados,
ver en el otro a un hermano
con heridas que sanar.

Jesucristo, estás a nuestro lado
y nos pides que veamos
tanta dignidad perdida;
tantos gritos y tantas miradas,
tanta gente postergada
y excluida de verdad.

Enséñanos a estrechar sus manos,
para que juntos sintamos
tu grata presencia amiga,
y esa caridad que nos obliga
a ser signos de alegría y de solidaridad.