23 de abril de 2025

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Evangelio del día

Miércoles de la octava de Pascua


Hechos 3, 1-10  
Salmo responsorial 104, 1-4.6-9 

Dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
Él les dijo: ¿Qué comentaban por el camino?
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!
¿Qué cosa?, les preguntó.
Ellos respondieron: Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.
Jesús les dijo: ¡Hombres duros de entendimiento, ¡cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Al caminar junto al Maestro, los discípulos de Emaús, nos enseñan que los acontecimientos de la vida diaria, son un lugar permanente, donde Dios se hace presente y forma el corazón de los suyos. Los dos discípulos, mientras iban camino de Emaús, iban hablando sobre la muerte de Jesús que había tenido lugar en Jerusalén. Se preguntaban, querían llegar a entender, lo que le había pasado a Jesús, su Maestro. No podían quedarse indiferentes ante este suceso. Esta postura, expresa ‘su apertura’: quieren entender bien todo lo que acaba de pasar. ¿No es ésta una actitud fundamental para quien desea dejarse educar por la vida diaria? Abrirse, exige salir de uno mismo. Un éxodo, a menudo difícil y trabajoso, pero grandemente enriquecedor y benéfico para quien logra esa apertura.

Jesús toma Él la iniciativa de juntarse con los dos discípulos de Emaús, pero ‘sin darse a conocer’. Se acerca y camina junto a ellos. Este sería el principio de un largo acompañamiento. Las cosas no estaban claras al principio: “… sus ojos carecían de luz para reconocerlo” (Lc 24, 16). En realidad, su caminar era un ‘andar a tientas’. Pero lo importante es que se dejan acompañar para que el Maestro pueda ponerse a su lado.

Aceptar a la compañía es asunto de todos. Cada día, el Peregrino de Emaús, se nos acerca y quiere caminar a nuestro lado allá adonde nos encaminemos, sea cual sea nuestra etapa en el camino…
¿Cómo respondemos a esta invitación? ¿De qué conversión tenemos necesidad para reconocer la presencia del Peregrino de Emaús en el camino de nuestras vidas? (H. Hervé Zamor, Circular Cada día)


MÁXIMA
Quédate con nosotros, Jesús.


Sí, él está presente en sus asambleas, él las preside y ustedes son ese pequeño rebaño que ha bendecido, y que al buen Pastor le gusta conducir a los pastos más abundantes. ¿Acaso dudan? ¿No se les ha manifestado a menudo, como antes a los discípulos de Emaús, llenando sus corazones con una alegría inefable y un ardor divino? Cada vez que asisten a los ejercicios piadosos de la Congregación, ¿no son reanimados internamente, iluminados, fortalecidos por una nueva gracia? (S. I-III, 256. Sobre las ventajas de pertenecer a una congregación)

Aquí vamos Jesús,
caminando con Vos,
dando un paso,
queriéndote elegir.
Y es la tierra que late
cuando cae la luz.

Es tu mirada radiante
que descubre huellas
de libertad, en nosotros.

Tus palabras dibujan la esperanza
y nos dicen que aquel
que está en camino
se mantiene vivo.

Porque tu corazón habló,
el nuestro cantará.
Porque tu corazón habló,
el nuestro cantará…

Quédate con nosotros,
no te vayas del mundo, Jesús.
Quédate con nosotros,
danos de tu paz.

Porque te reconocemos
al partir el pan.
Porque nos envías
al partir el pan.

Quédate con nosotros,
no te vayas del mundo, Jesús.
Quédate con nosotros,
danos tu paz…