Santos Timoteo y Tito

2ª Timoteo 1, 1-8 o Tito 1, 1-5
Salmo 95, 1-3. 7-8. 10

El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: ¡Que descienda la paz sobre esta casa!
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios está cerca de ustedes.

Estamos en la sección del Camino de Jesús hacia Jerusalén. Seguir a Jesús no es sólo compartir una enseñanza, sino un camino, una vida. Y él quiere hacer participar a sus discípulos de su misión, haciendo que también ellos caminen de pueblo en pueblo anunciando su Palabra.

Antes de darles las recomendaciones para la misión, Jesús les da dos órdenes a los 72 discípulos: Rogar al dueño de la mies que envíe operarios e ir a predicar (rueguen, vayan). Las dos son importantes. Aparece primero el tema de la oración y luego la acción. Nos parece en esto ver a María y Marta en su casa de Betania, la primera a los pies de Jesús y la segunda atareada con los trabajos de la casa. No es que una sea más importante que otra, las dos acciones deben ir juntas, pero teniendo en claro que los frutos dependen de Dios y no de nuestro accionar.

Estamos acostumbrados a ser profetas de desgracias, siempre buscando la última mala noticia para contársela al vecino. Jesús no les pidió que fueran a comentar la última salvajada cometida por Herodes o lo cabeza dura que eran los fariseos. Les pidió que anunciaran la llegada del Reino. El mismo Jesús explicó que significa eso: “Los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos los purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan…” (Lc 7,22).  La llegada del Reino es la llegada de Jesús a nuestras vidas, llenándolas de sentido, eliminando las cegueras, sorderas y parálisis que no nos dejan caminar libremente. Nos envía a nosotros por delante para anunciar que el Reino es posible, que no es un sueño utópico y se puede vivir desde ahora. 

Un poco más adelante el texto dice que volvieron contentos, porque hasta los demonios se les sometían y que Jesús les dijo, que se alegraran más bien porque sus nombres estaban escritos en el Cielo. Ellos experimentaron que con la fuerza del Señor eran capaces de hacer presente el Reino en la tierra, que no era una utopía. Nosotros también podemos hacerlo, pero si no olvidamos que es “en tu Nombre”, en el nombre de Jesús, después de ser elegidos y enviados por Él. ¡Cuántas veces armamos nuestro propio proyecto de reino y allá vamos como si fuéramos enviados por el Señor! Y así nos va.


Tienes que hacerles entender que el éxito de su hermosa misión depende, no de su ciencia, ni de sus talentos, sino de la bendición de Dios, y Dios no los bendecirá más que si buscan su gloria con sencillez y a expensas de sus gustos personales. (Al H. Ambrosio, superior en las Antillas)

Me enseñó la arena que mi huella dejaré
y que no serán mis pies los que me guíen.
Aprendí del tiempo que no lo puedo tener,
que lo pienso y ya se fue, sin que lo mire.

Y, más que perderlo, quiero tiempo ganar,
compartiendo amor que dure una eternidad.

Voy donde me digas, si tú vas.
Tu palabra, mi camino alumbrará.
Puede llover, pero mi fuego no se apagará.
Dame una montaña, un lugar,
dame una ciudad que quieras conquistar
y allí estaré, cuenta conmigo.

Tuyas son mis horas, tuyo es todo lo que ves,
imperfecto, tal cual es, pero te sigo.
Tuyas son mis fuerzas, tómame como a Caleb,
y en la guerra cúbreme, escudo mío.

Tu llamado es claro y es hermosa tu voz.
Mi Señor, te entrego todo mi corazón.