Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12Salmo 45, 2-3. 5-6. 8-91ª Corintios 3, 9-11. 16-17
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio. Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.Entonces los judíos le preguntaron: ¿Qué signo nos das para obrar así?Jesús les respondió: Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Parece que esta actuación de Jesús tuvo mucho que ver con su muerte. De hecho, en el juicio ante el Sumo Sacerdote Caifás, construirá una de las más graves acusaciones contra él: “Nosotros te hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho por los hombres y en tres días construiré otro no edificado por hombres” (Mc 14,58). Incluso será un tema que aparezca como insulto dirigido al crucificado (Mt 27,40).Para entender la acción de Jesús hay que verla como un gesto profético, en la línea de los grandes profetas de Israel. Y así lo percibieron tanto las autoridades como los testigos que se hallaban presentes. Para aquella tradición, un gesto profético era una acción simbólica que buscaba transmitir, dramatizando, un mensaje de hondo calado. En cierto modo, podría decirse que se trataba de una “parábola en acción”. Para la comprensión adecuada del gesto nos viene dada por la palabra del mismo Jesús: “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré”. Se refería -añade el autor del evangelio- “al templo de su cuerpo”. Se trata, lisa y llanamente, de una sustitución: el viejo templo de la religión ha de dejar paso al nuevo templo, la persona de Jesús. Y, por extensión, el ser humano y el conjunto de lo real.La religión pretende cerrar a Dios en espacios separados (templo) y en fórmulas delimitadas (creencias), bajo la supervisión de una autoridad inapelable (jerarquía). Pero es precisamente esa religión la que constituirá el objeto de la crítica de Jesús. Una lectura desapasionada del evangelio nos conduce imparcialmente a una conclusión evidente: Jesús es un crítico de la religión y de la autoridad de la religiosa, dando lugar, con ello, a un conflicto creciente que acabará con su vida. Posteriormente, como una de las grandes tentaciones, la imagen de Jesús sería más o menos “domesticada”, intentando convertirlo en un ser sumiso y obediente, primer garante de “la propia religión”, llegando así a grandes contradicciones. Siendo imagen de Dios como somos por nuestro bautismo, ¿nuestro cuerpo es templo del amor de Dios, al estilo de Jesús?
La religión nos enseña que Dios no ha hecho solamente nuestra alma a su imagen, sino que él ha formado nuestro cuerpo con sus propias manos. Sus cuerpos, dice el apóstol, son miembros de Jesucristo: “sois miembros de Cristo”. El templo de Dios es santo, añade, y ustedes son ese templo, templo vivo que es consagrado por los sacramentos. En efecto, es necesario que el cuerpo sea lavado por el agua en el bautismo para que el alma sea purificada y que se una a la carne sagrada del Salvador en la Eucaristía para que el alma sea alimentada espiritualmente. (Exhortación en el traslado de reliquias en Saint-Méen.)