San Juan de la Cruz

Eclesiástico 48, 1-4. 9-11
Salmo 79, 2-3. 15-16. 18-19

Los discípulos le preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?
El respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas. Pero les aseguro que Elías ya ha venido y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre.
Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.

El diálogo de Jesús con los discípulos ocurrió al bajar del monte después de la transfiguración (Mt 17,1-13). En aquel monte, junto a Moisés, los discípulos habían visto al profeta Elías (Mt 17,4). Este profeta tenía una importancia singular en el judaísmo del tiempo de Jesús,porque se pensaba que el profeta Elías era “como auxilio en caso de peligro o necesidad” (J. Lambrecht). Por eso, cuando Jesús grita en la cruz su desamparo (“Eloí, Eloí) (Mc 15,34), algunos pensaron que estaba llamando a Elías, (Mc 15,35-36).

El tema de fondo, que contiene este evangelio, está en que nuestra relación con Dios se puede entender y vivir de dos maneras: 1) Como auxilio en situaciones de peligro o necesidad. 2) Como exigencia ética que determina nuestro proyecto de vida. Los judíos del tiempo de Jesús esperaban la venida del Mesías y lo esperaban como “auxilio en el peligro”. Seguramente esto influyó en que mucha gente llegara a identificar a Juan Bautista con Elías. (Jn1,21.25; Mc 6,15 par; Lc 9,8; Mc 8,28 par; Mt 16,14; Lc 9,19).

Pero el destino de Juan Bautista y Jesús tuvo un paralelismo estricto y fuerte en otro sentido: como una exigencia, en su proyecto de vida, que los llevó al sufrimiento y a la muerte violenta. Cuando se plantea el “reinado de Dios”, Juan, Jesús y los discípulos asumen el mismo destino: sufrir y morir por el pueblo (Mat 11,11-14.16; 14,1-12). El Bautista y Jesús, en la mentalidad de Mateo, proclaman el mismo mensaje, padecen el mismo destino y tienen los mismos enemigos. La honradez ética de ambos los llevó a los dos a enfrentarse a los poderosos, a verse perseguidos y encarcelados, para terminar a degüello o en la cruz.
Es urgente que la Iglesia y los cristianos nos identifiquemos con un proyecto de vida equivalente.

Usar la religión como auxilio en el peligro es una forma de interés y refinado egoísmo. Es la religión de los que van a los templos, a las imágenes y a los santos cuando se ven en apuros. Jesús no quiere que nos quedemos atrapados por esa religiosidad egoísta. La religión de Jesús es la honradez ética y la defensa de la justicia y el derecho.

Cuando un gran cambio ha de producirse en el mundo, siempre hay voces que lo anuncian, precursores que dicen: Prepárense, los tiempos se aproximan. Y el signo de que hablan en nombre de aquél que tiene en su mano el porvenir es su desprecio de las cosas presentes, de todo aquello que persiguen los sentidos, de todo lo que busca ardientemente la multitud corrompida. ¿Qué les hace falta a estos hombres de fe? Un vestido de piel de camello, un cinto de cuero, un poco de miel salvaje. El resto lo desprecian; el resto se lo dejan a aquellos que buscan en esta vida y en el gozo de esta vida el sentido de la vida misma; a aquellos que dicen al cuerpo: estar bien, es todo; nada hay más que tú y nada más allá de ti. Aquellos tienen dentro el soplo de Dios, su palabra, y esta palabra es como un fuego que consume el mundo viejo gastado, la paja seca…” (Comentario al Evangelio según san Mateo, cap. III)

Oh, Señor Jesús,
nos da miedo dar la vida.
Pero la vida,
tú nos la has dado para darla,
no para economizar en estéril egoísmo.

Gastar la vida es trabajar por otros
aunque nunca nos paguen 
ni un favor que no nos devolverán. 

Gastar la vida es lanzarse
y aun fracasar.
Gastar la vida es tal vez
quemar las naves por la gente.

La vida nunca se da con protagonismos,
ni falsa teatralidad.
Se da la vida con sencillez
y sin publicidad,
como agua del manantial
y la madre que amamanta a su bebé,
como suda el labrador.

El futuro es un enigma,
se funde en la niebla.

Porque en la noche tú estás sin dormir,
derramas miles de lágrimas, sin dormir.
Porque en la noche tú estás.