Nuestra Señora de la Esperanza

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Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: ‘Dios con nosotros’.
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

José está en un dilema. Su mujer está encinta y, obviamente, él no es el padre. Es un hombre religioso. La ley, en estos casos, manda lapidar a la mujer o, al menos, repudiarla, es decir, abandonarla. Pero al parecer, su conciencia le dice otra cosa. La lucha de José es grande. Y, cuando cae agotado, el Señor le puede despejar sus dudas a través de un ángel que le habla en sueños.

Muchas veces en la Biblia aparecen momentos en que Dios se manifiesta en sueños. Adán cayó en un profundo sueño antes de la creación de Eva. Jacob vio en sueños aquella escalera que unía el cielo y la tierra. José, el hijo de Jacob, es famoso por sus sueños… Así, muchos ejemplos. Este es un modo de decir que Dios no siempre se manifiesta de manera clara y contundente. Muchas veces, nos parece que ha sido como un sueño y necesitamos discernir…

El centro del relato es precisamente el anuncio del ángel. Él le revela a José que María ha concebido por obra del Espíritu Santo. Y, sobre todo, le revela la identidad de aquel que va a nacer a través de los dos nombres que le va a dar (recordemos que el nombre expresa la identidad). Aquel que va a nacer se llamará Jesús (Dios-salva) y Emmanuel (Dios-con-nosotros). Es decir, aquel niño es Dios que viene entre nosotros para salvarnos. Un detalle bonito es que será José quien, por indicación del ángel, le pondrá el nombre, como un modo de tomar parte en este acontecimiento tan importante.

Y, José, aquel hombre sencillo y profundamente creyente, acoge las palabras del ángel y hace lo que le dijo. En José podemos ver claramente qué es ser creyente: disponernos para escuchar la Palabra de Dios, acogerla y ponerla por obra.

Que estos días, ya cercanos a la Navidad, sean días para leer, escuchar y acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y, no olvidemos que, la Palabra de Dios es, sobre todo, Jesús. En Él, Dios nos ha dicho claramente quién y cómo es Él y lo que nosotros tenemos que hacer y cómo tenemos que vivir. (Jacqueline Rivas, Hesed)

Creación artesanal,
tus manos son las que hablan.
Hay gozo en tu mirar
que grita mil palabras.
Silencio ante tu Dios,
confías en su Palabra,
y ofreces, a su Amor,
a tu mujer amada.

Dejaste sin temor:
trabajo, casa y patria.
Silente al contemplar
la incomprensible trama
¡De ver nacer tu Dios
del vientre de tu amada!
Nos hablas de dolor
sin proferir palabra.

Silencio eres José.
Silencio tu morada.
Silencio fue tu pan,
silencio tu jornada.
Silencio al contemplar.
Silencio ante la nada.
Silencio en el amor.
Silencio es tu palabra.

Temblabas de pensar
en no tener la entraña
para educar a un Dios,
nacido en carne blanda.
Le diste sin hablar
tu fe y viril confianza,
tu oficio, tu honradez
y tu presencia casta.

María, en tu mirar,
entiende que la amas.
Le explicas sin hablar
que ves a Dios en su alma,
que juntos librarán
una dura batalla.
Pioneros en creer
que su Hijo es Dios, que salva.