Santa María, Madre de Dios

Números 6, 22,27
Salmo 66, 2-3.5-6.8
Gálatas 4, 4-7

Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

En la solemnidad de Santa María, Madre de Dios (Theotocos), la Iglesia nos propone el texto de la visita de los pastores al niño en el pesebre. Los pastores, después de recibir la visita de Dios y el anuncio del signo-acontecimiento, van a Belén y comprueban la realidad del signo que los Ángeles le habían dado. Cuentan lo que habían oído decir referente al niño y esto provoca admiración en los oyentes y en María una acogida rumiante en su corazón. Los pastores vuelven glorificando y alabando por lo que habían visto y oído, conforme al anuncio. Vuelven convertidos en testigos, portadores de una buena noticia para el pueblo.

Los pastores han sido visitados por Dios. Han recibido una buena noticia: ‘Hoy les ha nacido un Salvador’. Una gran alegría, que lo será para todo el pueblo, por medio de su anuncio. Han recibido un signo para reconocer al Mesías: encontrarán un niño acostado en el pesebre. En el signo, los Pastores, son invitados también a acoger al niño, a acompañarlo, a anunciarlo.

Una vez que el ángel los deja van a ver lo que el ángel les ha anunciado, esa palabra que el Señor les ha revelado. Encuentran a María, José y el Niño recostado en un pesebre. Dice el relato que los pastores se dicen unos a otros “vayamos a ver”. Todas las expresiones están en plural. “Vayamos a ver lo que el Señor nos ha revelado”. La labor más importante de una comunidad es mantener la llama de lo que han visto y han oído, es decir convertirse en testigos.

Para Juan María de la Mennais este es un texto vocacional, pues los pastores han sido visitados por Dios e invitados a ir al encuentro del signo y una vez encontrado el mismo, anuncian lo oído y luego vuelven a su cotidianeidad glorificando y alabando a Dios por lo experimentado.

La vocación es un encuentro. Dios nos sale al encuentro y nos da el signo para poder encontrarlo. Nosotros vemos la verdad del signo que nos ha sido dado, lo aceptamos y proclamamos lo que nos ha sido anunciado alabando a Dios. Como todo relato vocacional, también en éste está incluida la dimensión misionera. Dice el relato que los pastores cuentan todo lo que han visto y oído y que alaban al Señor.

En el centro del relato tenemos la actitud de María. Es interesante constatar que María guarda en su corazón los ‘anuncios’. Los pastores comunican el ‘mensaje’, la palabra que ellos han recibido. Como María debemos acoger los ‘anuncios’, los ‘mensajes’ que nos han sido confiados y guardarlos en el corazón. La Iglesia, la comunidad, cada uno, vive y crece por la Palabra acogida y guardada. El que acoge la Palabra en su corazón y la pone en práctica es miembro de la verdadera familia de Jesús (hermano, hermana, madre), es el que construye la casa sobre roca, es el que entrará a participar de la fiesta de su Señor, pues no basta con decir: Señor, Señor.

El texto finaliza diciéndonos que José y María, como padres responsables en la educación integral de su hijo, lo llevan al templo para circuncidarlo y ponerle el nombre recibido de parte del ángel. Poner nombre, nombrar una realidad o una persona, es bautizarla, es señalar su misión y su vocación.


Es necesario que tu corazón sea parecido al corazón de María, que se sienta animado por el mismo espíritu de caridad, de humildad, de celo, de dulzura, de pureza, de atención a los detalles pequeños de manera que las perfecciones de esta divina Madre reluzcan, de alguna manera, tanto en las palabras como en las obras de sus hijas. Esto es lo que Dios quiere de ti; y, como nunca pide nada que no se pueda realizar, ¿con cuántas gracias no te enriquecerá para hacerte capaz de responder a un destino tan alto?
Permanece pues atenta para aprovechar las ayudas tan preciosas que te concede, o mejor que te prodiga para que cada día te acerques más al modelo que te ha dado, es decir a María, que, ella misma, fue llena de gracias y bendita entre todas las mujeres. (A la señorita A. Chenu, R, 446)

Madre de Misericordia,
Madre del Salvador,
Auxilio de los Cristianos
ruega por nosotros a Dios.

Virgen fiel y prudente,
Reina de la Paz,
Santa Madre de Cristo
que hagamos su voluntad.

Ven y reina, Madre de Dios,
Reina y Madre de la Creación
ven y reina en nuestro corazón
para que reine el Señor.

Madre del buen consejo,
Ideal de Santidad,
Reina del Santo Rosario
enséñanos a rezar.

Madre Inmaculada,
Madre del Creador,
Reina asunta a los cielos
llévanos contigo a Dios.