San Arnoldo Janssen

Hebreos 2, 14-18
Salmo 104, 1-4. 6-9

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

El Evangelio de hoy nos da un vistazo de la actividad de un sábado en la vida de Jesús. Y también nos deja claro las costumbres y leyes que regían aquella sociedad. El sábado era día de ir a la sinagoga, escuchar la Palabra de Dios y orar. Luego a casa y a descansar. Jesús respeta a medias estas prescripciones, porque no puede con su compasión y hace algo que estaba prohibido: Cura a la suegra de Pedro.
La gente recién empieza a traer a sus enfermos al anochecer, ya que según ellos el día siguiente comenzaba al ponerse el sol. Ya no era sábado, ya se podía curar.Y la compasión de Jesús se vuelve sanación y aliento, para aquella gente que estaba ‘como ovejas sin pastor’.

Escribe Octavio Esqueda:
“La compasión debe ser un sentimiento esencial de aquellos que se dicen seguidores de Jesucristo. La palabra compasión significa “sufrir juntos” y es un sentimiento que se manifiesta al percibir y comprender el sufrimiento de los demás y, por lo tanto, produce el deseo de aliviar, reducir o eliminar este sufrimiento.
Al ver las noticias, caminar por las calles o simplemente al conversar con personas a nuestro alrededor es fácil darse cuenta que muchas personas están sufriendo por diferentes circunstancias. La tendencia natural y tristemente común,  incluso en muchos de aquellos que se dicen cristianos, es juzgar a los demás y asumir que sus circunstancias negativas son consecuencia de sus malas decisiones.
Es fácil amar a los que nos aman y preocuparnos por aquellos que son cercanos a nosotros, pero una marca central de Jesús y sus seguidores debe ser amar y tener compasión por todos sin importar quienes son o qué hayan hecho…
Lo que no deja de sorprenderme y lo que motivó este pequeño artículo es encontrarme con frecuencia con posturas radicales y sin compasión de muchas personas que conozco y que sé son cristianos. Ver o leer su falta de compasión por los demás me rompe el corazón, pero también me ha hecho reflexionar sobre mis propias actitudes hacia aquellos que no piensan igual que yo. ¿Veo a los demás con los ojos de Jesús? ¿Amo a mi prójimo como a mí mismo? Si solamente amo a los que me aman o piensan igual a mí, entonces soy como cualquiera, pero no me comporto como un verdadero seguidor de Cristo (Mateo 5: 43-48).
Ser compasivo no significa estar de acuerdo o aprobar las decisiones de los demás. Evidentemente no todas las posturas son correctas y en ocasiones uno debe ser firme al defender los valores esenciales de los seres humanos. Pero lo que sí es claro es que nuestras palabras y actitudes deben ser hechas con gracia y nuestra actitud hacia los demás debe ser llena de compasión. Cuando nos ponemos en los zapatos de los demás podemos soportar sus cargas y así realmente cumplir la ley de Cristo”.


Eres demasiado sensible a lo que el H. Xavier ha podido decirte. Con esto no lo quiero defender, pero cualesquiera que sean sus agravios, no tienes que afligirte tanto por lo que hay de ofensivo en las cartas que te ha escrito. El santo Evangelio nos recomienda que no terminemos de romper la caña ya cascada. Pon en práctica esta máxima de dulzura y caridad y procura no irritar aún más a ese pobre hijo, cuya imaginación es tan ardiente; es más digno de compasión que de cólera.” (Al H. Ambrosio, 26 de mayo de 1835)

Dame, Señor, tu mirada
y pueda yo ver desde allí 
el día que empieza,
el sol que calienta
y cubre los montes de luz. 

Dame, Señor, tu mirada
y pueda gozar desde allí 
que el día declina
y anuncia las noches de luna
cuando viene abril.

Dame, Señor tu mirada,
grábala en el corazón, 
donde tu amor es amante,
tu paso constante, tu gesto creador.

Dame, Señor, tu mirada
y entrañas de compasión; 
dale firmeza a mis pasos,
habita mi espacio y sé mi canción. 

Dame, Señor, tu mirada
y entrañas de compasión.
Haz de mis manos ternura
y mi vientre madura:
¡Aquí estoy, Señor! 

Ponme, Señor, la mirada
junto al otro corazón
de manos atadas, de oculta mirada,
que guarda y calla el dolor.

Siembra, Señor, tu mirada
y brote una nueva canción,
de manos abiertas, de voz descubierta,
sin límite en nuestro interior