17 de febrero de 2025

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Evangelio del día

Beato Eduardo Pironio

Hebreos 12, 1-4
Salmo 21, 26-28. 30-32

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva. Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada.
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: ¿Quién tocó mi manto?
Sus discípulos le dijeron: ¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado? Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: No temas, basta que creas. Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: ¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: ‘Talitá kum’, que significa: Niña, yo te lo ordeno, levántate.
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar.
Ellos, entonces, se llenaron de asombro y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

En la lectura hay varios puntos a tener en cuenta:

La historia de la mujer, más allá de que haya ocurrido, es simbólica: Nos dice que Israel está enfermo, pierde vida sin cesar y no hay quien la cure. Todo lo que ha intentado hasta ahora sólo agrandó la herida. Solamente el Señor puede curarla. Y la historia de la niña de doce años nos dice que Israel está como muerto, ya no va más. Sólo el Señor puede levantarla de su lecho. También podemos aplicar este texto a la humanidad entera que está enferma y en peligro de muerte. Pero más que nada apliquémoslo a nuestra vida:
¿Dónde busco la vida?
¿A qué médicos recurro para curar mi mal?


Tanto la mujer como Jairo creen que el contacto con Jesús traerá la salvación deseada. Tres veces se repite el verbo tocar en los versículos 27 al 30. La mujer cree firmemente que con sólo tocarlo se curará.
Muchos tocan a Jesús, pero el tocar de la mujer es diferente, porque está cargado de fe. Es la fe la que hace la diferencia.
Nosotros también tocamos a Jesús y hasta lo comemos. Pero podemos hacer como las multitudes que lo apretujan, pero siguen sin entender nada, sólo alborotan y se ríen. Ni la mujer, ni Jairo alborotan o se burlan, sino que creen en Jesús y su fe produce frutos de salvación.
¿tomo en serio mi vida de relación con jesús?

Jesús elige a estos tres discípulos para acompañarlo, como hizo en la transfiguración (Mc 9,2) y en el huerto de los olivos (Mc 14,33). Más allá de que el número tres sea muy simbólico, es difícil explicar por qué los eligió a ellos y dejó a los demás. Lo cierto es que Dios llama a quien quiere y a veces, sin lógica aparente. Reunir en su primera comunidad a pescadores incultos, un cobrador de impuestos, un traidor como Judas, un incrédulo como Tomás, no parece ser la mejor opción. Él trabaja con los que quiere y a veces a pesar de ellos. ¿Por qué me eligió a mí para conocerlo y transmitir su mensaje, habiendo tantos mejores que yo?
¿Me siento agradecido/a por haberme llamado?

Talita Kum. ¡Levántate! Marcos usa el mismo verbo que luego emplea para hablar de la resurrección de Jesús. Este episodio, así como la curación del epiléptico, donde se usa el mismo término (9,27), son anticipos de la resurrección de Jesús. Estamos llamados por Jesús a levantarnos de nuestras situaciones de muerte, de nuestra imposibilidad de vida. Él es quien nos viene a buscar a nuestra casa, quien se nos acerca y nos toma de la mano, quien nos dice “levántate”.
¿De qué me tengo que levantar?
¿Qué situaciones de mi vida me tienen postrado/a?


Espera con profunda paz. Confía en Aquél que puede todo y no engaña nunca. Tienes su palabra; esta palabra ha creado el mundo ¡y temes que el mundo sea más poderoso que ella! (A Bruté de Remur, 1809)

Dame una fe sencilla,
como risa de niños cuando juegan,
como gota de rocío que se rueda,
como cruz de rústica madera.

Dame una fe sencilla,
que se siente a la mesa de los pobres,
que se alegre de alegrar sus corazones
y que llore también con sus dolores.

Una fe así, parecida a ti.
Sencilla, como fue a la tierra tu venida,
como fueron tus historias campesinas,
como fue tu hogar en Palestina.

Dame una fe sencilla
para curar con esperanza la tristeza,
para cantar por el perdón en esta guerra,
para avivar el pábilo que humea.

Dame una fe sencilla,
que no le da espacio a la mentira,
que no logra acomodarse a la injusticia
y no calla lo que sabe que da vida.

Una fe así, parecida a ti.
Sencilla, como fue a la tierra tu venida,
como fueron tus historias campesinas,
como fue tu hogar en Palestina.

Sencilla, como tu mirada compasiva,
como aquellas aldeas recorridas,
como el amor que te llevó a dar la vida,
a dar la vida, a dar la vida.