La providencia

El alma dócil y manejable en las manos de Dios, que no se resiste a las inspiraciones de su gracia, que cree que es El quien dirige a los hombres y sus proyectos, esta alma, digo, en vez de irritarse por la contradicción y de agitarse dolorosamente con continuos movimientos de impaciencia y de despecho, gusta una paz que nada altera y siempre bendice, adora con gozosa alegría y con tierno amor, los proyectos de la Providencia sobre ella. (Memorial 119)

¿Quién de nosotros podría dar cuenta de todos los medios que la divina Providencia emplea para conducir a los hombres a la verdad? ¿Quién podrá contar las maravillas de su gracia y cómo su mano dulcísima y llena de misericordia toca poco a poco nuestro corazón, lo ilumina gradualmente y lo hace pasar, de modo insensible, de la región de la sombra de la muerte a la luz de la vida eterna? Sus operaciones son tan íntimas, tan variadas, que seríamos incapaces de percibir y menos de desarrollar su encadenamiento misterioso. Se nos escapa todo lo que pasa en el secreto de nuestro corazón, no sabemos cómo los ejemplos que hemos visto con nuestros ojos, las lecturas que hemos hecho, las conversaciones que hemos oído, las reflexiones que nos han venido al espíritu, han cambiado poco a poco nuestras disposiciones y disipado nuestras tinieblas. No podemos, sirviéndome de una frase de Fénelon, encontrar nuestras propias trazas. (Respuesta a las principales objeciones de los ateos)

Debemos dejarnos llevar dulcemente en sus brazos, y arrojar en su seno nuestras inquietudes, nuestras penas, nuestras quejas y unirnos a él, más que nunca, por los lazos de un indisoluble amor. (A Querret, 1814)

Dejémonos devorar por la Providencia, seríamos indignos de secundarla si no pusiéramos completamente nuestra voluntad en la suya, sin conservar nada de la nuestra. (Al H. Policarpo, 1837)

Providencia de mi Dios, oh madre que tantas veces he invocado, y a quien he ofrecido, consagrado, entregado esta casa y cuantos ha reunido en ella tu gracia. Providencia, siempre buena, tan sabia, tan llena de piedad y amor para con tus pobres creaturas, te adoramos, te bendecimos, nos abandonamos en tus manos sin reserva. Haz de nosotros todo lo que quieras. Solo deseamos cumplir tu voluntad en todo, en las humillaciones y en las grandezas, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte. Providencia de mi Dios, vela sobre tus hijos, afiánzanos, dirígenos. Sé tú nuestra defensa, nuestra guía, nuestro consuelo, nuestra alegría y nuestra esperanza. ¡Dios sólo en el tiempo! ¡Dios sólo en la eternidad! ¡Dios sólo en todo y en cada cosa! ¡Dios sólo! (A las religiosas de la Providencia. Sermones VII 2165)

Felizmente todo pasa, todo acaba, y la Providencia, después de una corta prueba, duerme como una tierna madre todos nuestros dolores en su seno (A un amigo,1811)

Lo que es seguro es que el mejor remedio es el de reposar nuestra voluntad en la voluntad de Dios, que sólo piensa sobre nosotros pensamientos de paz, que no medita sobre nuestro miserable corazón más que meditaciones de amor. ¿No estás de acuerdo conmigo, señor doctor?, y ¿no aconsejas a tu amigo enfermo que no pierda ni una sola gota del cáliz amargo que la mano divina me presenta? Ojalá le beba hasta la hiel, y no deje de adorar y de bendecir a esta providencia llena de misericordia que quiere enriquecerme con todos los tesoros de la cruz. (A Bruté. 16-08-1807)

Las autoridades de nuestra ciudad no han descuidado nada para hacernos daño. Hubiesen deseado y esperaban echarnos abajo completamente. Pero admira y bendice con nosotros a la Providencia. Todo lo que han hecho para destruir la obra de Dios sirve, por el contrario, para afianzarla y extenderla (A Bruté, después de la visita al seminario menor de S. Malo de los inspectores Ampère et Guéneau de Mussy)

No me extraña, no estoy enfadado porque nos acusen de haber ido rápidos. Hemos hecho lo que creíamos que debíamos hacer. Las consecuencias dependen de la Providencia, y no estoy inquieto. (Idem)

Adoremos con una sumisión llena de amor los impenetrables designios de la Providencia y echemos todas nuestras preocupaciones en su seno. Cuando tronaba, el señor Martin, dicen, dejaba tronar. Seguramente era un hombre valiente, pero no soy de los que admiran esta extraña intrepidez. Prefiero el Fiat de la resignación del cristiano. Tengo lástima de aquellos que creen ver y sentir la mano de hierro del inexorable destino que le empuja por los caminos de la vida y que hacen consistir toda su sabiduría en seguir el consejo que el salvaje daba a su hijo: “Sufre y calla”. Este sería también el mejor consejo que se podía dar a los condenados, y si puedo expresarme así, este es el consejo del infierno y de su felicidad. La filosofía, sin embargo, con sus sublimes meditaciones no tiene nada mejor que ofrecer al hombre desgraciado, y no es ella la que nos va a anunciar esta alegría que se levantará para nosotros con la aurora, ad matutinum lætitia. (A un amigo de S. Sulpicio)

¡Y tú, también, lo ves todo negro! ¿Para qué sirve eso? Si juzgamos el futuro con nuestros miedos, es seguro que los males no acabarán, y que una nueva catástrofe nos amenaza de nuevo. ¿No es mejor cerrar los ojos y dormir un dulce sueño de fe, de amor, de confianza en la Providencia, antes de atormentarnos con conjeturas funestas?

Después de todo, ¿qué importa lo que suceda? Los hombres nos son más que ciegos instrumentos de los designios de Dios. Designios siempre llenos de misericordia y de bondad sobre sus elegidos: omnia propter electos. Medita la palabra de San Pablo e intenta que se te pueda aplicar. Los que habitan en el cielo y leen en la eterna voluntad de Dios deben tener gran piedad de nosotros que sólo leemos en los periódicos tan a menudo mentirosos, y, sin embargo, pretendemos prever los acontecimientos y juzgar a la Providencia. (A Querret. 30-01-1816)

Sea lo que sea, y aunque no hay nada que haya cambiado en mi posición real, soy de la opinión de aquellos que piensan que estaría mucho mejor colocado en Bretaña que aquí. Espero que la Providencia favorezca mi retiro definitivo. Yo mismo apresuraría esta ruptura, si no hubiese estado decidido desde hace mucho tiempo a dejarla obrar a ella sola en lo que concierne. Permanezco pues dormido en su seno como un niño pequeño, y cuando llegue el momento de despertarse, diré desde el fondo del corazón a mi buena madre: Ecce venio ut faciam voluntatem tuam. (A Querret sobre su destino futuro, su mandato como vicario capitular terminaba. 10-04-1824)

¿Quién nos hubiera dicho, el mes de mayo último, que Féli no iba a Inglaterra sino para encontrar al hombre al que el buen Dios destinaba para llevarlo a los pies del altar y para hacerle tomar una determinación de la que parecía, desde hace tiempo, que se alejaba cada día más? Oh Providencia, ese es uno de tus golpes.

La Providencia arregla así las cosas. Ella tiene, sin duda, sus razones para esto, y sus razones son la ley suprema. (A Ruault)

No tenemos que dejar que esto nos desanime. Estas dificultades purifican nuestro celo y aumentan nuestros méritos. Déjate devorar por la Providencia, como decía un santo sacerdote, el Sr. Boudon. (A Rohrbacher)

Arrojémonos con los ojos cerrados en los brazos de la Providencia. No nos queda más esperanza que ella. (A través de la correspondencia II p. 250)

Adoremos el querer de la providencia y sometámonos a ella con amor. (A Lucinière. 29-96-1818)

Por mi parte, me gusta más que nunca abandonarme completamente en Dios y en su dulce providencia. Quiero que ella me conduzca de la mano, paso a paso. No volveré a decirle: Madre mía, hay demasiada distancia, y el camino es demasiado duro. Tú te cansarás quizá y yo también antes de llegar a la meta. Pero ella me responderá: hijo mío, ten un poco más de paciencia y de valor, yo llego de un extremo al otro con mi fuerza, porque dispongo de todo con suavidad. (Carta a Chevalier, el 16 de mayo de 1837)

No te dejes turbar ni tambalear por nada, sino confía en la Providencia como en una madre. (Al H. Ambrosio, 25 de mayo de 1848)

Te recomiendo practicar cada vez más la santa resignación a la voluntad de Dios. Es el medio para atraer sobre ti sus gracias más dulces, y para santificarte. Desconfía de todos los deseos, incluso de los mejores, cuando son demasiado ardientes. En una palabra, déjate conducir por la Providencia, ella tiene sus secretos. (A través de la correspondencia VI p. 235)

Cuando pienso en ese pequeño grano de mostaza que arrojaba en tierra hace cuarenta años, sin saber demasiado lo que llegaría a ser, pero bajo el cuidado de la divina Providencia, es para mí una gran alegría, después de tantos años de trabajos y de pruebas, ver que hoy esta obra se desarrolla cada vez más en Bretaña, se implanta en el Sur de Francia, y se extiende hasta la otra parte del mar. A la vista de esto, no puedo menos de quedar confundido y de gritar con la Escritura: Sí, el dedo de Dios estaba allí. (Circular para el retiro de 1857)

Ser fiel hasta en las más pequeñas cosas, pero sin agobio y sin escrúpulo. No temer ser molestado en sus ocupaciones, en sus estudios, en su misma oración. Dejarlas, volver a tomarlas con espíritu sereno y siempre contento. Cuando se está en el orden de la Providencia ¿qué hay de mejor? (Memorial 17)

Es necesario dejarse devorar por la Providencia. Esta frase es de Bernières y no quiero olvidarla. Quiero que toda mi alma la diga y la rediga a cada instante. Sí, quiero dejarme devorar por la Providencia. Ninguna resistencia, ni el menor movimiento, que ella me devore. (Memorial 84)

¡Oh! ¡Cuánto mejor es reposar dulcemente entre las manos del buen Dios y encontrar nuestra felicidad en el cumplimiento de los deberes que la Providencia nos manda! ¡Cómo! ¿Seríamos menos dóciles a sus órdenes, le obedeceríamos con menos diligencia y amor que los siervos del centurión de los que habla el evangelio? “Yo digo a uno, ven, y viene; a otro vete, y va; a aquél haz esto, y lo hace”. Dios mío que tu voluntad sea siempre la mía. Sólo tengo un deseo, el de no oponer la más pequeña resistencia a lo que me pidas. Me entrego a ti completamente, haz de mí lo que te plazca. (Carta a Langrez, 1814)

Tienes demasiadas ganas de que abramos un establecimiento en Morlaix. Recuerda lo que te he dicho: importa poco por quién el bien es hecho, con tal que se haga. Dejémonos devorar por la Providencia. Seríamos indignos de secundar sus proyectos si no ponemos nuestra voluntad completamente en la suya, sin conservar nada de la nuestra. Con todo debemos hacer lo que depende de nosotros para el mayor número posible de niños se salven. Esto es lo que yo explicaré a los fundadores de Morlaix: tres Hermanos nuestros costarán lo mismo que otros tres hermanos cualesquiera. Pero con tres de los nuestros se pueden tener cinco, seis o siete (y esto es lo que no entienden) sin aumentar los gastos. Un poco de paciencia, todo se aclarará con la ayuda de Dios. (A través de la correspondencia VI p. 166)

Dios lo quiere, hija mía, no nos desconsolemos, él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y nunca nos da signos más seguros que cuando coloca nuestra alma en la prensa en la que la suya ha estado a punto de desfallecer. ¿Qué decía, hija mía, en este momento de angustia? Se prosternaba delante de su padre, adoraba su voluntad y no tenía otra que la de cumplirla. Del mismo modo debemos nosotros bendecir a la Providencia y cantar siempre el cántico de acción de gracias que los ángeles repiten eternamente al pie del trono del Cordero. (A la señorita Jallobert)

Un verdadero cristiano, por el contrario, y con mayor razón un religioso, no desea más que cumplir la voluntad de Dios, y en lugar de irritarse y desanimarse a la vista de la cruz, la abraza con amor y se alegra tanto más cuanto mayor es semejanza con Jesucristo, cuya vida ha estado llena de dolor. Con tal de estar en el orden de la Providencia, allí donde uno está seguro que Dios le quiere, puesto que sus superiores le han colocado allí, uno está contento y no pide nada más. Medita estas reflexiones al pie de tu crucifijo. La paz interior renacerá en seguida en tu alma turbada e inquieta. (Al H. Ivo, 15-03-1933)

Veremos a Dios. Es decir, que Dios mismo está presente en nosotros, paseándose en nuestro corazón, según la bella expresión de la Sagrada escritura, deambulando in eis, nos dará a beber de su luz y nos alimentará de la pura substancia de la verdad eterna. Es decir, que su palabra llegará a ser nuestra palabra y nuestra palabra interior. Es decir, que Dios nos hará ver en su propia esencia, con vista clara, la equidad de sus juicios, las maravillas de su sabiduría, la magnificencia y la armonía de sus obras, los secretos de su providencia, el encadenamiento de sus decretos, el acuerdo de sus atributos, en una palabra, sus propios pensamientos y el fondo de sus más altos misterios: in lumine tua videbimus lumen. De aquí nace la extraña expresión del apóstol: conoceremos a Dios como El mismo nos conoce: tunc cognoscam sicut et ego cognitus sum. Ahora bien, ¿quién podrá expresar las emociones, las aspiraciones del alma a la vista de este bien supremo? Hundidos en un perpetuo extasis, el alma se extasia con las más puras delicias, bebe continuamente y sin medida en esta fuente inagotable, y su sed, siempre renaciente y siempre satisfecha, la hace nueva siempre la eterna dicha de la que goza.

Veremos a Dios, y al verle tal cual es, nosotros nos haremos semejantes a El: similes illi erimus. No sólo El será el alimento inmortal de nuestra inteligencia, sino que un amor inmenso, infinito, Dios mismo que es su objeto, hará revivir en nosotros, la caridad, de la cual a penas sentimos alguna chispa, nos abrazará con todos sus fuegos, nuestra alma se derramará completamente en Dios y nos haremos semejantes a El: similes illi erimus. Unión inefable, sacramento augusto, bodas del Cordero, ¿quién podría describíroslas? (Sermones 1286)

La finalidad de la Congregación es servir a la Iglesia, no en una diócesis solamente, sino por todas partes por donde la Providencia permita que podamos establecernos, no consagrándonos todos a la misma obra, sino abrazando en la medida de nuestras fuerzas todas aquellas que puedan contribuir a la gloria de Dios y al triunfo de la verdad. Para alcanzar este objetivo, la práctica de todas las virtudes religiosas nos es necesaria, y nos comprometemos a ello por un voto, cuyo exacto cumplimiento debe ser para nosotros una fuente dichosa y muy fecunda de paz, de alegría y de salvación. Ya hemos tratado este punto en toda su extensión y por lo tanto es inútil volver sobre él. (Sermones VIII 3286)

Entra en los proyectos de su Providencia el servirse de los hombres como instrumentos para realizar su voluntad soberana. Y la destrucción de los cuerpos religiosos, y el debilitamiento de la doctrina en aquellos que deben ser sus depositarios y sus intérpretes, ha sido siempre el signo más terrible de los males que amenazan a la cristiandad. Ahora bien, cosa muy importante y muy triste, desde hace 26 años que las persecuciones sangrientas han cesado y que la religión ha sido restablecida en Francia, nadie ha pensado en hacer algo para remediar a este mal, nada al menos que tenga un carácter duradero y grandioso. Y si la caridad ha multiplicado sus maravillas para poner remedio al mal corporal del hombre, parece haberse olvidado de las miserias espirituales de la esposa del Hijo de Dios. (Retiro a la Congregación de S.-Méen, Sermones VIII 2386-2388)

Mientras sectarios siniestros pero peligrosos reanimaron los viejos errores del maniqueísmo, Santo Domingo y sus discípulos fueron suscitados por la Providencia para frenar su progreso, como San Ignacio y sus hijos lo hicieron más tarde para oponerse a las herejías de Lutero, de Calvino y de Jansenio. Bella y santa misión. Qué dichosos seríamos nosotros si pudiésemos pensar que hemos sido llamados por Dios para cumplir una misión parecida en estos días malos, en los que todas las verdades se ponen en duda, todos los principios católicos son olvidados, y por lo tanto la base de la sociedad salta hecha añicos. (Sermones VIII 2425)

En todo caso, trata a ese pobre Hermano con dulzura, no le hagas ningún reproche que pueda herirle o irritarle. Ábrele tu corazón para que él pueda poner en él el suyo, para sentir el calor, para curarse. Procura que se comprometa a responder a mis últimas cartas y a confesarme él mismo sus equivocaciones. Casi nunca me escribe, y es un mal para él, porque un superior tiene la gracia para conducir aquellos que la Providencia le ha confiado. (Al H. Ambrosio, 15-09-1844)

Queridos niños, dense prisa en venir con confianza, los llamo en nombre del Señor Jesús, que mientras estuvo en la tierra, los llamaba también con tanta ternura y bondad. Pequeños niños, no teman nada, el Hermano que va a prodigarles sus cuidados es un segundo padre que la Providencia les da. No descuidará nada para adornar su espíritu con los conocimientos que, más tarde, podrán serles útiles. Pero buscará, ante todo, por una feliz mezcla de dulzura y de firmeza, corregirlos de sus defectos y hacer de ustedes santos, pues es así como se santificará él mismo y que realizará la vocación que ha recibido de lo alto. Pasará por esta tierra haciendo el bien, ignorado de los hombres, no esperando de ellos ni elogios ni recompensas, pero consolado y sostenido por la dulce esperanza que los niños a los que habrá instruido y santificado entrarán un día en el seno de Abraham y estarán para siempre unidos a él en los eternos tabernáculos. Fiat, fiat. (Fundación de una escuela. Sermones II 800 bis)

No tendrán preferencia por ninguno, pero serán el modelo de todos por su regularidad, su piedad y su modestia. Recordarán que son como los ángeles tutelares y guardianes de la inocencia de los niños que la Providencia les ha confiado e intentarán inspirarles con prudencia un gran amor por la pureza y gran horror de lo que hiere esta virtud. (RFIC 36-37)

Uno no sale impunemente de las vías de la Providencia: homo natus ad laborem; es necesario que esta sentencia se cumpla. Quien lo calcula todo para su bienestar personal y se sustrae de los deberes de la sociedad y a las cargas de la vida se encuentra con una carga más pesada que aquellos de los que se ha aprovechado. Indiferente a todo, su alma se acartona y se seca. Todo movimiento generoso, todo sentimiento amable, se apaga en su corazón petrificado por el egoísmo. Como no tiene relación con nadie, nadie tiene relación con él. Parece que ha dejado de pertenecer a la humanidad. Añadid a esto la turbación de la conciencia, el aburrimiento, las enfermedades, añadid la vejez con todas sus debilidades y disgustos, y tendréis un cuadro completo de la felicidad filosófica. (A un amigo. 1811)

Observamos que, en todas épocas, Dios parece haber querido que surgiese una Orden religiosa especialmente apropiada a las necesidades actuales de la Iglesia. (Retiro de los sacerdotes de Saint-Méen. 1825. S VIII p. 2425-2427)

En los tiempos actuales no hay vocación más bella, más santa, más útil a la Iglesia que la vuestra, puesto que no son los sacerdotes los que faltan, sino maestros piadosos de la juventud. (S VII p. 2221)

Estarían expuestos a la misma desgracia si por una cierta ilusión se imaginan que Dios les hará conocer directamente y sin intermediarios sus designios sobre su alma. Nada hay más contrario al orden ordinario de la Providencia y habría por vuestra parte una gran presunción, suponiendo que haría con ustedes lo que no ha hecho casi nunca con nadie; no cabe duda sin embargo que, a ejemplo del rey profeta, no deban escuchar lo que el Señor dice en ustedes, pero tengan cuidado con confundir la voz de Dios con la de sus deseos; y a fin de discernir la una de la otra, recen mucho y sométanse al juicio de aquellos que tienen la gracia para distinguir las impresiones que vienen del cielo, de las impresiones que son producidas por el espíritu de mentira que se transforma en ángel de luz para seducirlos. (S VII p.2286)