Exaltación de la Santa Cruz


Números 21, 4-9 o Filipenses 2, 6-11
Salmo 77, 1-2. 34-38

Jesús dijo: Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

“El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se anonadó a sí misma para salvarnos, que se ha hecho pecado. Y así como en el desierto fue elevado el pecado, aquí ha sido elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí…

No existe un cristianismo sin la Cruz y no existe una Cruz sin Jesucristo. El corazón de la salvación de Dios es su Hijo, que tomó sobre sí todos nuestros pecados, nuestras soberbias, nuestras seguridades, nuestras vanidades, nuestras ganas de llegar a ser como Dios. Por esto, un cristiano que no sabe gloriarse en Cristo crucificado no ha entendido lo que significa ser cristiano.

Nuestras llagas, esas que deja el pecado en nosotros, sólo se curan con las llagas del Señor, con las llagas de Dios hecho hombre, humillado, aniquilado. «Y éste es el misterio de la Cruz. La Cruz es el misterio, es el misterio del amor de Dios, que se humilla a sí mismo, se hace «nada», se hace pecado.

¿Dónde está tu pecado? «No lo sé, tengo tantos aquí. No, tu pecado está allí, en la Cruz. Ve a buscarlo ahí, en las llagas del Señor: tu pecado será curado, tus llagas serán curadas, tu pecado será perdonado. El perdón que nos da Dios no es cancelar una cuenta que tenemos con Él. El perdón que nos da Dios son las llagas de su Hijo en la Cruz, elevado sobre la Cruz”. (P. Francisco, 08-04-2014)


Estoy sobre la cruz, mi cabeza reposa sobre espinas. Dios lo quiere, hija mía, no nos desolemos. Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y nunca nos da muestras más seguras que cuando pone nuestra alma bajo esta prensa en la que la suya ha desfallecido. ¿Qué decía, querida hija, en este momento de angustia? Se prosternaba delante de su Padre, adoraba su voluntad y no tenía otra voluntad que la de cumplirla. Así debemos nosotros bendecir en todo momento la Providencia y cantar el cántico de acción de gracias que los ángeles repiten eternamente delante del trono del Cordero. (A la señorita Jallobert)

En la cruz tú te entregaste por mí.
En la cruz abriste tu corazón, oh Jesús,
y ahora vivo gracias a Ti.

En la cruz quisiera permanecer junto a ti,
entrar en tu corazón y ser fiel,
en los momentos de oscuridad.

Quiero estar contigo, aunque todo sea gris.
Quiero estar contigo firme y no desistir;
tomar la cruz y caminar contigo, Señor.

En la cruz es tan difícil poder comprender,
pero tu amor me sostiene en pie,
y aunque te falle tu siempre eres fiel.

Igual que tú,
hoy me dispongo a abrazar mi propia cruz.
Esta que bien tu conoces, Señor,
y que me une a tu pasión.