María, Madre y Mediadora de toda gracia

Gálatas 4, 4-7
Judit 13, 18-20 (Salmo)

Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino.
Jesús le respondió: Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía.
Pero su madre dijo a los sirvientes: Hagan todo lo que él les diga.
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
Jesús dijo a los sirvientes: Llenen de agua estas tinajas. Y las llenaron hasta el borde.
Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete.
Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento.
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

El agua es muy buena para vivir, pero en una fiesta se impone que haya vino del bueno. En la época de Jesús en que no existía la Coca Cola, ni la cerveza, ni la mayoría de las bebidas actuales, el vino era ‘la bebida’ de bodas. Además, eran fiestas que duraban varios días. Imagínense la vergüenza de los novios si no habían calculado bien y terminaban tomando agua o té, por falta de vino.

María se da cuenta de que se les había acabado y aún quedaba mucha fiesta por delante. O había colados, o tomaban más de lo previsto; la cuestión es que en un momento se quedaron sin tan importante bebida. María hace que su hijo haga algo por el bien de esos novios, por más que Jesús protesta que aún no había llegado la hora de actuar. “Hagan lo que él les diga”, les dice, y Jesús realizó el enorme milagro de darles abundante vino del bueno a esos novios descuidados.

Es que María es madre y conoce bien a su Hijo. Sabe que se conmueve con el sufrimiento y las necesidades de los demás. Y es lo que nos dice a cada uno de nosotros: “Hagan lo que él les diga” y todo irá bien. Si escucháramos más a Jesús, si no tomáramos a la ligera sus consejos, si estuviéramos atentos a sus palabras, podríamos cambiar muchas situaciones difíciles que nos tocan vivir. Estemos atentos a que nos diga qué hacer en cada situación complicada y seguramente el agua se convertirá en vino y podremos seguir la fiesta de la vida sin sobresaltos.


MÁXIMA
“Hagan lo que Jesús les diga”


Vengan a escuchar a Jesucristo. Sus palabras llegarán a sus almas como un suave rocío, la renovarán, la vivificarán y llenos de fuerza y alegría, volverán como los pastores dando gloria a Dios y penetrados de un sincero deseo de tomar en todo como modelo al Salvador del mundo. (Frutos del retiro)

Háblame, Señor, que tu siervo escucha.
En el silencio está tu voz.
Háblame, Señor, que tu siervo escucha.
Te entrego mi corazón.

En la intimidad de mi corazón,
hay tantas preguntas y confusión.
Hay un anhelo en mi corazón:
poder escucharte sin distracción.