6º Domingo de Pascua

Hechos 15, 1-2.22-29
Salmo 66, 2-3.5-6. 8
Apocalipsis 21, 10-14.22-23

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten, ni teman!
Me han oído decir: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.

Cada domingo del tiempo pascual nos ofrece un aspecto distinto de Jesús Resucitado y de la vida cristiana. El domingo pasado se nos invitaba a amarnos como nos ama Jesús, que entrega su vida por nosotros libre y gratuitamente. El pasaje de hoy nos revela la vida trinitaria que se desarrolla en nosotros mismos y nos muestra la presencia y la fuerza del Espíritu Santo.

El contexto del texto de hoy es la conversación de despedida de Jesús de sus discípulos después de la cena Eucarística, según Juan. Los versículos anteriores nos han comunicado la unión de Jesús con el Padre, con frases muy expresivas: El que me ve a mí ve al Padre (v 9). Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí (v 11). Y nos anuncian el envío del Espíritu, que el texto de hoy nos promete. Yo rogaré al Padre y él les dará un protector, el Espíritu de la Verdad, que permanecerá siempre con ustedes (v 16).

Para el evangelista la morada de Dios es el propio cristiano. Al cristiano Jesús le dice que vendrá con su Padre para morar en él. Para que esta realidad insospechada se dé, Cristo pone un presupuesto: que el cristiano lo ame y guarde su palabra.

Podemos estar orgullosos de nuestro Dios. Ni soñando hubiéramos podido imaginar este comportamiento como propio de Dios. Al recordar el plan amoroso de Dios en su relación con las personas, un sentimiento de profunda gratitud nos debe embargar a todos nosotros. Antes, se concebía a Dios como una realidad exterior a la persona y distante de él. En la exposición que hace Jesús, la comunidad y cada miembro se convierten en morada de la divinidad, la misma realidad humana se hace santuario de Dios.

En ausencia de Jesús, los discípulos contarán con la ayuda del Espíritu, que les hará penetrar en todo lo que Jesús ha dicho. El Espíritu colaborará en la construcción de la comunidad. Hará posible la interpretación del mensaje de Jesús.

La primera lectura da testimonio claro del rol del Espíritu en la Iglesia naciente: El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables. Es el Espíritu el que anima a la Iglesia, el que la congrega, el que hace que busquen acuerdos más allá de las tradiciones particulares y los deseos personales, es el Espíritu el que impulsa y vela, en cada uno, por la unidad del cuerpo, es el Espíritu el que supera las diferencias que amenazan con la división y las transforma en riquezas que potencian a la comunidad eclesial.

Que el Espíritu sea el que siga animando el caminar de la humanidad, de la Iglesia, de Familia Menesiana al servicio de los más pequeños y como expresa el Capítulo General del 2018: “La forma en que se despliega y se desplegará la Familia Menesiana en las diferentes regiones del Instituto es, y deberá seguir siendo, rica en su pluralidad. Su vitalidad depende de la respuesta que dé a las intuiciones del Espíritu, en las diferentes culturas y de cara a las necesidades locales” (pág. 24).

Jesús se despide deseándoles la paz. No es un saludo trivial. Les asegura que no va a estar ausente. Esto debe darles la serenidad y quitarles todo temor. Ir al Padre no es una tragedia, puesto que su muerte va a ser la manifestación suprema del amor del Padre, la victoria sobre el mundo y la muerte.

La Trinidad y nosotros:
Amar es la condición primera y podemos amar porque hacemos experiencia de ser amados. El que ama se trasforma en morada de la Trinidad. Ser morada de Dios es lo máximo que nos puede ocurrir. No se trata de morar en Dios, sino que Dios more en nosotros. Que Dios more en nosotros significa que habita nuestras relaciones, que todo yo soy habitado por Él. ¡Qué amor tan grande nos tiene Dios! Y pensar que a veces lo buscamos fuera.


Sé por una larga y dolorosa experiencia, que hay tristezas que empapan el alma con una fuerza que la sobrepasa, pero no debemos nunca atraerlas voluntariamente. Hay que oponer a ellas, no una resistencia violenta, que nos cansaría sin ningún fruto, sino una paciente confianza que deja hacer al Bien amado, que realiza su obra en nosotros y purifica, por sus operaciones crucificantes, la morada que quiere habitar. (A un amigo, 1816)

Ya ves que he querido estar tan cerca,
tan cerca que he dejado
mi presencia en ti.
Yo siempre estaré junto a la puerta,
esperando que tú me quieras abrir.

Aun cuando no estés escuchando,
aun cuando dudes de que pueda ser yo.
Que sepas que estaré esperando, a tu señal.

Vengo en lo escondido y tan callado.
Tan solo quiero descansar un rato en ti.
Llego en el silencio y sin embargo
con un amor que necesito compartir.

Aun cuando no quieras mirarme,
aun cuando te avergüence tu corazón.
Mi deseo es de perdonarte y de olvidar.

Haz silencio y hablaré tan fuerte.
Haz silencio y déjame que entre.
Yo sólo sé buscar en lo escondido.

Yo quisiera que algún día entendieras
que me sé de memoria
todo lo que hay en ti.
Aunque tú no quieras tu miseria,
te quiero como eres, yo te quiero así.

Aun cuando estés herido y solo.
aun cuando te rechacen, en el dolor,
sabes que lo comparto todo.
Yo lo sufro contigo, es cosa de dos.

Haz silencio y hablaré tan fuerte.
Haz silencio y déjame que entre.
Yo sólo sé buscar en lo escondido.

Ya ves que he querido estar tan cerca,
tan cerca que he dejado mi
presencia en ti.

Haz silencio y hablaré tan fuerte.
Haz silencio y déjame que entre.
Yo sólo sé buscar en lo escondido.
Yo sólo sé saciar mi sed contigo.