Inmaculado Corazón de María


Isaías 61, 9-11
1º Samuel 2, 1. 4-8 (Salmo)

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al ver, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Jesús les respondió: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?
Ellos no entendieron lo que les decía.
Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

Nos encontramos ante las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas, la primera “Mi Padre”; y la segunda haciendo referencia a su destino, su proyecto de vida, “los asuntos de mi Padre”. Lucas ya anticipa lo que moverá a Jesús, el proyecto del Reino. Nadie entiende nada, ni discute nada, ni siquiera sus padres, “María guardaba todo esto en su corazón”. Una primera pincelada del modelo de discípulo dócil en María, capaz de acoger sin entender.

Los hombres acabamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. “Hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada” (Ch. Peguy).
Ya no nos sorprende un Dios que se nos ofrece como niño. “Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan” (El Principito, A. Saint- Exupéry.). Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño. Es precisamente la buena noticia. Dios es y sigue siendo un misterio. María es quien experimenta cotidianamente esta realidad profunda de Dios y es capaz de acogerla y guardarla en su corazón.

Ahora sabemos que Dios no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable desde la ternura y transparencia de un niño. Como María y José, hay que salir al encuentro y desandar el camino de Jesús, hay que cambiar el corazón, hacerse niño, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirse confiados a la gracia del encuentro con él, aunque no entendamos todo.

Escuchemos dentro de nosotros mismos ese “corazón de niño” que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra vida de otra manera. “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” (El principito, A. Saint Exupéry).

Y, sobre todo, es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no se anquilosa, sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no separa, sino que nos une; que no recela, sino que confía; que no entristece, sino que ilumina; que no teme, sino que ama.


María Santísima, a la que hemos propuesto elegir como patrona y especial protectora, esta Madre de bondad y de misericordia, siempre tan atenta a las necesidades de sus hijos, que conoce bien nuestra indigencia, nuestras debilidades y nuestras enfermedades; esta divina María siempre tan preocupada por favorecer todo lo que se hace para gloria de su Hijo, en este momento, en oración con nosotros, se asocia ya a nuestros trabajos; pide para nosotros el espíritu de humildad, de celo, de obediencia, de pobreza, de renuncia; y sin duda, que si no ponemos ningún obstáculo a la eficacia de sus plegarias, vamos a obtener por ella las mejores gracias, las más preciosas” (Apertura retiro de Saint-Méen, 1826)       

En los brazos que acunaron al Señor,
en las manos que curaron sus heridas,
en los dedos que secaron su dolor,
ahí quiero estar.

Junto al vientre en que latió su corazón,
en la voz de quien jamás dijo mentira,
en los labios de quien nunca dijo no,
ahí quiero estar.

Ahí quiero estar,
quiero estar en el lugar
donde todo dice sí,
donde nada puede ir mal.
en los brazos de María;
donde tú soñaste un día
con los hombres que venías a salvar.
ahí quiero estar:
quiero estar en el lugar
donde duerme el salvador,
donde muere mi razón;
en los brazos de María,
donde nace la alegría
y se mide la medida del amor.

En el alma traspasada por la espada,
en los pasos que siguieron a la cruz,
en las lágrimas que nunca derramaba,
ahí quiero estar, ahí quiero estar.

En los años de silencio y de humildad
de renuncias y de vida consagrada,
en el seno donde nace la verdad,
ahí quiero estar.