Jesús exclamó: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, ¡pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, ¡no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas”! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!
Esta denuncia de Jesús no es sólo histórica o dirigida a otros. También es una invitación personal a mirar dentro de nosotros mismos. ¿Con qué frecuencia nosotros también caemos en el mismo error? Es fácil construir una fachada respetable y “piadosa” ante los demás, mientras mantenemos ocultas motivaciones egoístas, resentimientos, orgullo o intereses personales. Muchas veces actuamos correctamente solo porque queremos aprobación, evitar el conflicto, o simplemente porque “es lo que toca”, y no por una verdadera convicción interior.Más aún, muchas veces juzgamos a los otros sin misericordia, atribuyéndoles intenciones que quizás ni siquiera tienen, mientras justificamos nuestras propias acciones bajo un manto de buenas razones, aunque sepamos en lo profundo que esas razones son solo una excusa. Somos rápidos para ver la paja en el ojo ajeno y lentos para descubrir la viga que oscurece nuestra mirada interior.La tarea que Jesús nos propone es la del discernimiento continuo, la purificación constante del corazón. No se trata de ser perfectos, sino de ser auténticos; de alinear, poco a poco, nuestras intenciones más profundas con el Evangelio. Esta coherencia entre lo que somos por dentro y lo que expresamos por fuera es el camino de la santidad verdadera. No es fácil ni inmediato. Es un trabajo de toda la vida: observarnos sin autoengaños, permitir que Dios ilumine nuestras zonas oscuras, y pedirle la gracia de actuar movidos por el amor verdadero y no por el deseo de ser vistos, de controlar o de aparentar.Al final, lo que Dios mira no es la perfección externa, sino un corazón sincero, dispuesto a dejarse transformar. Lo que importa no es tanto lo que los demás ven, sino lo que nosotros somos delante de Dios. Solo así nuestra vida será transparente, libre y fecunda, como la de aquellos que, sin necesidad de palabras, reflejan la luz de Cristo desde lo más profundo del alma.
MÁXIMASeamos coherentes
Cuando pensamos en ello (el orgullo), delante de Dios, nos extrañamos, es cierto, de esta especie de locura que nos lleva continuamente, como a pesar nuestro, a enorgullecernos de todo, a presumir de nuestras fuerzas y a atribuirnos el bien del cual la gracia es el único principio. Pero la confesión de nuestra debilidad y de nuestras equivocaciones no es todavía humildad, y muy a menudo las confundimos con ella, de modo que no tenemos más que una humildad aparente, exterior, de palabras. ¡Cuántas astucias tiene el orgullo! ¡Cuántas trampas nos tiende! ¡Y qué fácil es dejarse engañar! (Sobre la humildad. S. VII 767)
No me mires así,sólo la apariencia.Mira lo que hay dentro de mí.Dios se interesa por el corazón,más que tu exterior.Ni la belleza, ni tus talentoses el corazón y tu valor.Dios se interesa por tu corazón.Ríndelo al Señor.
Y cambiará tu corazón,aparta lo demás …
Un centro menesiano es un lugar para crear comunidad. En él, cada estudiante es capaz de desarrollar su potencial, cada educador crece como persona, profesional y cristiano, y cada padre experimenta el gozo de ver a sus hijos aprender y crecer en plenitud. Una de las convicciones más profundas de toda comunidad educativa menesiana es que el sentido de vida se descubre en los lazos que se van tejiendo.
Modo de relacionarse con los demás tomando la iniciativa, buscando el encuentro con el otro desde la dulzura, el cariño, la amistad profunda, la sincera amabilidad… que nos sostiene mutuamente y nos lleva a Dios y su obra. Son los lazos, las relaciones que se tejen con Jesús y su Evangelio los que hacen posible la transformación en la vida de las personas.Comenzamos la Novena de nuestro Fundador y en este día vamos a encontrarnos con la comunidad, lugar donde nos queremos y nos lo hacemos saber.
“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.”Así como los sarmientos están unidos a la vid y dependen de ella para vivir y dar fruto, los lazos entre las personas (familia, amistad, comunidad, fe) nos conectan y nos hacen parte de algo más grande. Nos recuerdan que no somos autosuficientes: necesitamos de los demás y de Dios. Profundizar en los lazos nos permite fortalecer la Comunidad generando encuentros que transforman.
“Lo que más alegría me da es saber que la caridad reina entre ustedes. Esta unión íntima y verdaderamente fraterna será su fuerza y su dicha; consérvala como un tesoro” (6.03)
“Estrechemos cada vez más los lazos que nos unen, esos lazos tan queridos que ni la muerte misma podría romper; y tengo la esperanza que cada vez que nos encontremos juntos nos animaremos los unos a los otros en la piedad, en el fervor, en la resolución que hemos tomado de acuerdo, de caminar hacia el cielo practicando todas las virtudes que deben hacernos dignos de entrar en él un día” (S.VII p. 2163)
“Unámonos cada vez más en este pensamiento; intentemos, queridos hijos, ayudarnos unos a otros a ser santos; y para esto que cada uno dé a sus hermanos ejemplo de dulzura, de paciencia, de humildad, de fidelidad a la regla; que cada uno rece, no sólo por sus propias necesidades, sino también por todos los miembros de la congregación; en una palabra, no tengamos más que un solo corazón y una sola alma. Que este corazón y esta alma ardan con todos los fuegos de la divina caridad; y después de haber estado así unidos en la tierra, lo estaremos por toda la eternidad en el cielo mismo: fiat, fiat” (S.VII p. 2374)
Señor Jesús, te ofrecemos nuestra vida entera. Que el amor fraterno reine entre todos los que formamos comunidad.Que cada uno se sienta feliz con la alegría de los demás y sufra con sus penas. Que todos nos prestemos ayuda mutua para ir a Dios y realizar su obra cada día. Que no existan jamás entre nosotros ni contiendas, ni rivalidades, ni secretas envidias, ni palabras duras.Aparta de nosotros, Señor todo lo que hiere, todo lo que divide, todo lo que altera la caridad. Haz, Señor, que hoy y siempre intentemos ayudarnos unos a otros a ser santos. Que todos vivamos hoy con dulzura, paciencia, humildad y fidelidad a tu Palabra de Vida. Amén