San José de Cupertino

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!
Pero Jesús le dijo: Simón, tengo algo que decirte.
Di, Maestro!, respondió él.
Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?
Simón contestó: Pienso que aquel a quien perdonó más.
Jesús le dijo: Has juzgado bien.
Y volviéndose hacia la mujer, dijo de Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.
Después dijo a la mujer: Tus pecados te son perdonados.
Los invitados pensaron: ¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.

Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa.
Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la invitación: A todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios.

Durante el banquete sucede algo que Simón no ha previsto: Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso.

Simón contempla la escena horrorizado. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: Aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartarla rápidamente de Jesús.

Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego lo invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús sólo le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Todos los evangelios destacan la acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos de la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos… Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es sólo una: Son los más necesitados de acogida, dignidad y amor. (José Antonio Pagola)

Para interiorizar el evangelio podemos preguntarnos:
¿Mi persona, mi familia, la comunidad educativa menesiana es un ámbito donde se puede encontrar una acogida parecida a la de Jesús?


Quiero, por el contrario, que estén llenos de indulgencia, de caridad para con sus hermanos, y que los disculpen más bien de acusarlos y reprenderlos” (A Mazelier. 31-08-1825)

Quiero ir otra vez
a buscar por los caminos
a los que el rey
invitó para cenar;
a los olvidados por el mundo,
a los que perdidos van sin rumbo.
Enséñame, Señor,
a amar sin condición.

Dame un corazón distinto,
un corazón sencillo,
que te anhele de verdad;
un corazón sincero
que no tenga miedo
para ir donde tú vas.
Dame las palabras que no sé decir.
Quiero dar amor como me amaste a mí.

Quiero partir mi pan,
para darlo al que no tiene
y su hambre saciar;
compartir mi bendición,
dando lo mejor y no las sobras;
dando sin tardar y sin excusas.
Enséñame, Señor,
a amar sin condición.

En medio de la noche
el abrigo tú serás.
Tu amor y tu cuidado
de ellos no se apartará.

Un corazón distinto, un corazón sencillo.
Un corazón sincero que no tenga miedo.


San JOSÉ DE CUPERTINO (1603-1663) fue un fraile franciscano italiano, conocido por su humildad, sencillez y dones místicos. Nació en un hogar pobre y desde niño mostró dificultades para aprender, pero una gran devoción a Dios. Tras varios rechazos, fue admitido como franciscano conventual y ordenado sacerdote. Se le atribuyen éxtasis y levitaciones durante la oración y la misa, lo que le valió fama de santo en vida, aunque también sufrimientos y pruebas. Murió en Osimo, Italia, y fue canonizado en 1767. Es patrono de los estudiantes y aviadores.