San Pío de Pietrelcina

Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte.
Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.

Este pasaje se sitúa en un momento crucial del ministerio de Jesús. Antes de este encuentro, Lucas presenta varias parábolas y milagros, que demuestran su autoridad y la naturaleza del Reino de Dios. La multitud que rodea a Jesús es testimonio del interés y la curiosidad que su enseñanza y sus obras han suscitado.

El contexto histórico también es importante. En la cultura judía de la época, la familia y las relaciones familiares eran fundamentales. Jesús, al afirmar que su verdadera familia son aquellos que escuchan y obedecen la palabra de Dios, rompe con las normas culturales, desafiando las expectativas y ampliando la definición de comunidad.

Este pasaje nos desafía a mirar más allá de nuestros vínculos biológicos y a valorar la comunidad de fe que compartimos con otros. En un mundo donde a menudo nos sentimos desconectados, este llamado a la unidad y a la obediencia, puede ser un poderoso recordatorio de que, en el Reino de Dios, todos somos parte de una familia más grande.


Ámense los unos a los otros como hermanos, como miembros de una misma familia. Que los dulces lazos de la caridad acerquen sus corazones y que no tengan más que un solo corazón en Jesucristo» (Sermón sobre la paz en una parroquia dividida)

Cada vez que nos juntamos,
siempre vuelve a suceder
lo que le pasó a María
y a su prima la Isabel:
Ni bien se reconocieron
se abrazaron y su fe
se hizo canto y profecía,
casi, casi un chamamé.

Y es que Dios es Dios familia,
Dios amor, Dios Trinidad.
De tal palo tal astilla,
somos su comunidad.
Nuestro Dios es Padre y Madre,
causa de nuestra hermandad.
Por eso es lindo encontrarse,
compartir y festejar.

Cada vez que nos juntamos
siempre vuelve a suceder
Lo que dice la promesa
de Jesús de Nazareth:
Donde dos o más se junten,
en mi Nombre y para bien,
yo estaré personalmente,
con ustedes yo estaré.

Cada vez que nos juntamos,
siempre vuelve a suceder
lo que le pasó a la gente
reunida en Pentecostés:
Con el Espíritu Santo,
viviendo la misma fe,
se alegraban compartiendo
lo que Dios les hizo ver.


San Pío de Pietrelcina, más conocido como el PADRE PÍO, nació en 1887 en Italia, con el nombre de Francesco Forgione. Desde joven mostró una profunda fe y deseo de consagrarse a Dios, por lo que ingresó en la Orden de los Capuchinos y fue ordenado sacerdote en 1910. Fue un hombre de gran oración, penitencia y cercanía con la gente. En 1918 recibió en su cuerpo los estigmas de Cristo, que conservó por 50 años, convirtiéndose en signo visible de su unión con la Pasión del Señor. A pesar de incomprensiones y pruebas, siempre obedeció a la Iglesia. El Padre Pío dedicó su vida al confesionario, donde pasaba largas horas reconciliando a las personas con Dios, y a la Eucaristía, que celebraba con gran devoción. También fundó en San Giovanni Rotondo la Casa Alivio del Sufrimiento, un hospital para atender a los enfermos con amor cristiano. Murió el 23 de septiembre de 1968, con fama de santidad. Fue canonizado por san Juan Pablo II en 2002.