San Teófilo de Alejandría

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.

Jesús se enoja con los fariseos y los escribas. Ellos querían que les diera una señal especial, pues no creían en las señales y en los milagros que estaba haciendo. La señal de Jonás a la que refiere Jesús, es la del arrepentimiento que Jonás predicó al pueblo de Nínive y este aceptó creyendo en su palabra. Ahora ellos tienen a Jesús, sus gestos y palabras y quieren más señales que no les serán dadas.

¿Qué más señales hacen falta para creer que Jesucristo viene a inaugurar el Reino de Dios? Los más cercanos a Jesús eran los más incrédulos. Por eso, él pone como ejemplo a los extranjeros y extranjeras que, desde su lugar, se acercaron y creyeron. Esas personas a las que a veces calificamos de “alejadas” en muchas ocasiones saben descubrir a Dios sin pedir señales extraordinarias.

¿Y nosotros? ¿Necesitamos milagros para creer en Él o nos basta la verdad de su Palabra? ¿Somos capaces de descubrir al Hijo de Dios acompañando nuestra vida o necesitamos algo extraordinario para darnos cuenta que en Él está la Vida y la Salvación?


El corazón del hombre es un abismo. ¿Quién penetrará hasta el fondo de su corrupción?… Eres tú, Señor, y si no hubieses entrado en el mío, como un rey lleno de dulzura, yo también estaría alejado de ti. Dios mío, eres tú quien ha hecho ese milagro, lo sé y cuando el orgullo de los pecadores me pregunte ¿dónde está la Palabra del Señor? Señor, sin turbarme y sin responderles, te seguiré como a un pastor. (A.14.4)

Dicen que un día un ángel
a una mujer visitó.
Trajo con él un mensaje de salvación.

Dicen que un día un niño
en un pesebre nació,
y aunque era el rey de los hombres
humilde creció.

Y cuentan que en unas bodas
un milagro ocurrió:
se quedaron sin vino
pero él les dio el mejor.

Y a los ciegos curó.
El pan también multiplicó.
Calmo las aguas en medio de tormentas
y por mí se entregó.

Aunque no lo pueda ver.
Aunque no lo pueda tocar.
Creo en su palabra y la promesa que regala,
Vida eterna.

Yo creo en un Dios que tanto me amó;
que a su único hijo al mundo envió
por mi salvación.

Yo creo, creo, creo.
En ti Jesús yo creo.
Yo creo, aunque no vea, creo.
Aunque no entienda, creo
en Cristo, mi Señor.

En ti Jesús yo creo.
En tu palabra, creo.
En tu camino, creo.
En tus promesas, creo.

Creo en ti, Jesús, yo creo.


TEÓFILO (aprox. 120-180) era un pagano que había aceptado la fe en Jesucristo gracias a los ejemplos de los creyentes y al estudio de las Escrituras. Es conocido sobre todo como uno de los primeros apologistas cristianos, es decir, defensores del cristianismo ante el mundo pagano. Escribió mucho para defender las verdades de la fe contra los errores y las herejías de la época.  En sus escritos, fue uno de los primeros en usar el término «Trinidad» al hablar de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fue obispo de Antioquía, una de las ciudades cristianas más importantes del mundo antiguo.