San Juan Macías – Santa Margarita María Alacoque

Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley:
¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario.
Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.


Hago silencio interior para acoger estas palabras tan duras de Jesús.
No las dijo solamente para los fariseos y doctores de aquella época. Las dijo también para mí.
Tomo conciencia de que estoy frente a Dios que me mira con amor.
Señor, que pueda escucharte sin defensas y dejar que tu Palabra me transforme.

Imagino la escena:
Jesús hablando con autoridad frente a los fariseos y doctores, poderosos señores, guías del pueblo de Israel.
Imagino gestos, palabras, miradas, el clima tenso, las reacciones, los rostros duros…
Me pongo en el lugar de esos personajes.
¿Qué me reprocha hoy Jesús?
¿Qué sepulcros construyo con mi forma de actuar?

Hablo con Jesús como con un amigo que me reprocha porque me quiere.
¿Qué siento escuchándolo?

Señor, dame un corazón sincero, que no esconda tu luz ni sea obstáculo para que otros puedan encontrarte.


En adelante sé más cuidadoso, querido hijo: el orgullo ha tendido mil lazos a tu alrededor, y para hacerte caer más fácilmente los ha cubierto de flores; los llamo así a los mil pretextos que te ofuscan y te hacen creer que no buscas más que el bien, incluso en aquellas mismas ocasio­nes en las que en realidad lo que haces está mal. Te suplico que, si no quieres extraviarte, desconfíes más de tu propio juicio: humíllate y humíllate cada vez más; nunca serás demasiado humilde.” (Al H. Ambrosio, 4 de junio de 1844)

Eres el brillo de mis ojos, claridad,
lo que a mi mente trae descanso y libertad.
Guardo silencio y puedo oír en mi interior
esas palabras que me dicen: Tuyo soy
¡Sólo Tú!

Eres el agua que quita mi sed,
que me refresca y me restaura otra vez;
el que me llena y me da plenitud,
me da descanso y me muestra la luz,
el camino a seguir
si es que quiero vivir otra vez.
¡Sólo Tú!

Eres el dueño de mi vida, eres mi paz,
el que completa cada sueño, cada plan.
Si me faltaras soy un barco sin timón.
Son tus palabras mi compás, mi dirección.
¡Sólo Tú!


San JUAN MACÍAS fue un religioso dominico nacido en 1585 en Ribera del Fresno, España. Llegó al Perú en 1619 y trabajó un tiempo como comerciante, pero pronto sintió el llamado religioso. Ingresó como hermano lego dominico en el convento de Santo Domingo de Lima, donde convivió con San Martín de Porres. Se destacó por su profunda humildad, su oración constante y su gran caridad con los pobres. Pasaba horas en adoración y repartía limosnas que conseguía para quienes más necesitaban. Era muy querido por la gente por su bondad y sencillez. Murió en 1645 y fue canonizado en 1975 por el papa Pablo VI. Es patrono de los pobres y necesitados.



Santa Margarita María Alacoque fue una religiosa francesa nacida en 1647. Desde pequeña sintió un gran amor por Jesús y, tras superar una enfermedad grave, decidió consagrar su vida a Dios. Ingresó en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial. Allí tuvo varias revelaciones de Jesús, quien le mostró su Sagrado Corazón y le pidió que promoviera su devoción para que el mundo conociera su amor. A pesar de sufrir incomprensiones, fue fiel a esta misión. Murió en 1690 y fue canonizada en 1920. Su mensaje central fue el amor infinito de Jesús por la humanidad y la invitación a responderle con amor y reparación.