Domingo 29º durante el año

Santos Isaac Jogues y Juan de Brébeuf

Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario».
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».
Y el Señor dijo: Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Las parábolas ponen en crisis la imagen de Dios y, en consecuencia, el estilo de relación con Dios establecido por la ley y el templo. Jesús pone en crisis el estilo judío de relación con Dios. ¿Dios es como el juez o es como la viuda?
La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que suscita en los oyentes diferentes resonancias. ¿Qué suscita, provoca, en vos?
Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar en que Dios hará justicia a quienes le ruegan día y noche.

La actitud insistente de la viuda pudo más que la negativa del juez y con su constancia le arrancó la debida justicia. Esta actitud perseverante de la viuda es la que Jesús nos invita a imitar en la relación con Dios. No desfallecer nunca cuando lo que estamos pidiendo es justo y necesario.
¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte y en quienes Dios mismo sufre?

En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Solo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento.

Lo que pide la mujer no es un capricho. Solo reclama justicia. Esta es su protesta repetida con firmeza ante el juez una y otra vez: «Hágame justicia».
Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Busquen el reino de Dios y su justicia».
Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le suplican día y noche. Esta es la esperanza que ha encendido en nosotros Jesucristo, al ser resucitado por el Padre de una muerte injusta.

Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie los escuche, no cesa. Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera.
Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?

La parábola nos interpela a todos los creyentes: por un lado, a orar sin cesar, presentando a Dios nuestras necesidades y por otro a buscar junto a Él un mundo más justo para todos, donde los que menos tienen sean los preferidos de todos.

Jesús y su Padre:
La oración es el vínculo que los relaciona. Pasaba noches enteras en oración. Ora con ocasión o sin ella. Pide al Padre luz en los momentos difíciles y en las grandes decisiones. Ora a solas y enseña a orar. Hoy nos enseña que la oración debe ser insistente, pues en la insistencia mostramos el deseo y la intensidad del deseo. Dios no es un juez injusto, es un Padre y como Padre sufre también con las injusticias que padecen sus hijos e hijas, pero está ahí para acompañar y hacer justicia en el momento oportuno. Pero, ¿nos mantendremos en la insistencia o claudicaremos?


¡Qué dichosos son esos hombres! ¡Ellos están seguros de obtener todo de un Dios de quien se puede obtener todo y que siempre está listo para escucharlos y a socorrerlos! Su misericordia irá delante de ellos; sus oraciones se elevarán hasta su trono como un dulce perfume; y Él los cubrirá con su protección; Él será su muralla, su refugio y su apoyo. ¿Cómo podría Él rechazar sus deseos, y retirar su mano para dejar caer a aquellos que lo aman? ¿Cómo podría retirar su oído y no escuchar las palabras de su corazón? ¡Ah! Él es muy bueno como para no tener piedad de aquellos que ponen en Él toda su esperanza, y jamás el Padre de misericordia rechaza a sus pobres niños la limosna espiritual que ellos le piden con espíritu humilde y con un corazón que presenta ante Él sus necesidades y su pobreza. (Sermón II, p 1468)

Yo no soy digna
de que entres en mi corazón,
de que mires en mi vida,
yo no soy.
Tú eres quien sabe de mi herida,
quien sabe de mi desamor
Tú eres.

Tú eres quien puede sanar lo que nos duele,
pueden tus manos renovar
lo viejo que se muere,
puedes soltar todo deseo inerte,
puedes limpiarme si tú quieres,
si tú quieres, si tú quieres.

Yo no soy digna
de que entres en mi corazón,
de que mires en mi vida, yo no soy.
Tú eres quien sabe de mi herida,
 quien sabe de mi desamor.
Tú eres.

Tú eres quien puede sanar lo que nos duele,
pueden tus manos renovar
lo viejo que se muere,
puedes lanzarme hacia la vida y más,
puedes sanarme si tú quieres,
si tú quieres, si tú quieres.


ISAAC JOGUES (1607–1646) fue un sacerdote jesuita que en 1636 fue enviado como misionero a la actual Canadá, donde evangelizó a los pueblos indígenas hurones y algonquinos. Sufrió duras condiciones de vida, enfermedades y grandes riesgos para llevar el Evangelio a esas tierras. En 1642 fue capturado por los iroqueses, quienes lo torturaron brutalmente, cortándole algunos dedos. Aun así, logró escapar y regresar a Francia. Sorprendentemente, pidió volver a Canadá para continuar su misión. En 1646 regresó y fue asesinado por los iroqueses en Auriesville (actual EE. UU.), entregando su vida por la fe.
JUAN DE BRÉBEUF (1593–1649) también fue un sacerdote jesuita francés, que llegó a Nueva Francia en 1625 y se dedicó a aprender la lengua y cultura de los hurones para evangelizarlos con respeto y cercanía. Vivió muchos años en medio de ellos, escribió un catecismo en lengua hurona y fue un gran testigo de fe y caridad. Durante una guerra entre hurones e iroqueses, fue capturado en 1649, torturado con crueldad y finalmente asesinado, manteniéndose firme en su fe hasta el final.
Ambos forman parte de los “Mártires Canadienses”, ocho jesuitas que murieron por la fe entre 1642 y 1649. Fueron canonizados por el papa Pío XI en 1930. Son considerados patronos de Canadá y modelos de entrega misionera
.