Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.Marta dio a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día.Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?Ella le respondió: Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.
Desde los albores de la humanidad se ha tenido cuidado y respeto por los difuntos. Antes de Cristo, el pueblo judío manifestaba, al igual que muchos otros pueblos, confianza en la vida después de la muerte y por eso tenían con los difuntos rituales de vida. La Iglesia, desde sus primeros tiempos, recordaba en la Misa las almas de los que habían partido. Esto se hacía inscribiendo sus nombres sobre tablas. Esto es equiparable a lo que en todas las Misas de hoy en día es la oración por los fieles que han partido en Cristo. Pero sólo en el siglo IX aparece la conmemoración litúrgica de los difuntos, herencia de la costumbre monástica ya en boga en el siglo VII de consagrar, dentro de los monasterios, un día entero a la oración por los difuntos. Y finalmente, en el año 998, a disposición del Abad de Cluny, Odilón di Mercoeur, se fijó la solemnidad para el 2 de noviembre.Entre nosotros tenemos un dicho popular que dice: “lo único que no tiene solución es la muerte”. Pero en clave cristiana es un error esta afirmación. Cristo murió por todos nosotros y desde ese mismísimo momento la muerte no tiene poder sobre la vida. La muerte es un paso, es una etapa más de la vida, la muerte no es el final del camino. Y la respuesta (solución) a la muerte es Cristo Jesús. Eso nos dice la fe. Eso nos dice Pablo y el mismo Jesús en el evangelio de hoy al dialogar con su amiga Marta, respecto de la muerte de su amigo Lázaro.La Conmemoración de los Difuntos es una solemnidad que tiene un valor profundamente humano y teológico, pues abarca todo el misterio de la existencia humana, desde sus orígenes hasta su fin sobre la tierra e incluso más allá de esta vida temporal. Nuestra fe en Cristo nos asegura que Dios es nuestro Padre bueno que nos ha creado, pero además también tenemos la esperanza de que un día nos llamará a su presencia, para toda la eternidad.Esta conmemoración de hoy nos recuerda que la muerte no es el final, sino un paso a la vida definitiva y es por eso que la Iglesia intercede por nuestras hermanas y hermanos difuntos, rezando por ellos, haciendo sufragios y limosnas, pero sobre todo ofreciendo el mismo sacrificio de Cristo en la Eucaristía, de modo que todos los que aún después de su muerte necesitasen ser purificados de las fragilidades humanas, puedan ser definitivamente admitidos a la visión de Dios.La muerte física es un hecho natural ineludible. Nuestra propia experiencia directa nos muestra que el ciclo natural de la vida incluye necesariamente la muerte. En la concepción cristiana, este evento natural nos habla de otro tipo de vida sobrenatural donde no existe la muerte. La voluntad de Dios, del Señor de la vida, es que todos sus hijos e hijas participen en abundancia de su propia vida divina (cf. Jn 10,10); vida divina que el género humano perdió como consecuencia del pecado (cf. Rm 5,12). Pero Dios no quiere, de ningún modo, que permanezcamos en esa muerte espiritual, y por eso Jesús, nuestro Salvador, tomando sobre sí mismo el pecado y la muerte, les ha hecho morir en su misterio pascual (cf. Rm 8,2).Gracias pues al Amor del Padre y a esa victoria de Jesús (cf. Jn 3,16), la muerte física se ha convertido en un pasaje, en una puerta que nos conduce al encuentro con Dios (cf. Ef 2, 4-7). Nuestro propio temor a la muerte y el dolor que nos sacude cuando muere alguien cercano, podemos superarlos mediante la fe en la resurrección (1 Tes 4,13). Para nosotros los creyentes, nuestros muertos no están «definitivamente muertos», «duermen el sueño de la paz», aguardando la resurrección (cf 1 Cor 15,14).El Credo culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna. Dice el Catecismo de la Iglesia (n° 989) que creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad: «Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes (Rm 8, 11). La resurrección de Cristo es garantía de nuestra resurrección.El Catecismo de la Iglesia, continúa diciendo en el n° 991, que creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella» (Tertuliano): «¿Cómo andan diciendo algunos entre ustedes que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe […] ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).Jesús es la Resurrección y la Vida. Vivir y creer en él es vivir para siempre. ¿Crees esto?
Lazos de Jesús con la muerteVarios son los textos bíblicos donde se ve a Jesús confrontando con la muerte (la hija de Jairo muerta y en la casa aún, el hijo de la viuda de Naím camino al cementerio, Lázaro ya sepultado desde hacía 4 días) y en estas ocasiones sus palabras son “no temas, basta que creas” para Jairo; “no llores” a la viuda y a María, “tu hermano resucitará”. Primero se dirige a los que están sufriendo la pérdida, con expresiones que transmiten confianza y serenidad y luego hace algo para revertir la situación: ‘Talitá kum, levántate, sal fuera’. No teme a la muerte, ni a su propia muerte. Sus palabras y sus gestos vencen a la muerte. También sabe empatizar con los que sufren las pérdidas: De inmediato se puso de camino a la casa de Jairo; sintió compasión frente a la situación de la viuda, lloró con la pérdida de Lázaro. Que este Jesús muy humano, nos humanice frente al dolor.
Los abrazo de todo corazón, hijos mios, y les deseo a todos un año muy santo, lleno de méritos para el cielo. No tengamos otro deseo que el de encontrarnos allí todos a la hora de la muerte y de vivir juntos durante la eternidad. ¡Amén!” (ATC IV p. 182)
Desde el desierto suena una vozque llama a la conversión.En los valles muertosvida nueva habrá,el polvo florecerá.Siempre a mi lado Tú estás.Si caigo me levantarás.Confío y espero,mi fuerza es la oración.Descanso en tu corazón.Creo en ti, tú me has sanado.Por la Cruz he sido salvado.La victoria está en la resurrección:La muerte no podrá contra el amor.Desde las montañasse asoma el sol,que alumbra con su esplendor.En los días grises la luz llegará,los miedos disipará.Siempre a mi lado Tú estás.Si caigo me levantarás.Confío y espero,mi fuerza es la oración.Descanso en tu corazón.La muerte no podrá contra el amor.