San Martín de Porres

Jesús dijo a uno que lo había invitado: Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos; feliz de ti porque ellos no tienen cómo retribuirse y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos.

Otra vez Jesús nos enseña dónde vamos a encontrar la felicidad y cómo seremos recompensados por nuestros actos. Pero siempre sus palabras incomodan.

La costumbre normal entre los judíos era almorzar o cenar con amigos, hermanos y parientes. Pero nadie se sentaba alrededor de la mesa con personas desconocidas. Esto sigue siendo una costumbre hasta hoy en cada uno de nuestros hogares. Jesús piensa de forma distinta y manda invitar de forma desinteresada como nadie solía hacer. Manda romper el círculo cerrado y pide que invitemos a los excluidos: a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. No era la costumbre y nadie hace esto, ni siquiera hoy.

Pero Jesús insiste: “¡Convida a esas personas!” ¿Por qué? Porque en la invitación desinteresada, dirigida a personas excluidas y marginadas, existe una fuente de felicidad: “y serás dichoso, porque no te pueden corresponder”.
¡Felicidad extraña, diferente! Tú serás feliz porque ellos no pueden corresponderte. Es la felicidad que nace del hecho de haber hecho un gesto de total gratuidad. Un gesto de amor que quiere el bien del otro y para el otro, sin esperar nada en cambio. Jesús dice que esta felicidad es semilla de la felicidad que Dios dará en la resurrección. Actuar así es ya una resurrección.

¿Qué tal nos caen a nosotros estas palabras de Jesús? ¿Alegran nuestro corazón, o lo llenan de incertidumbre y molestia? ¿Seré capaz de acoger a alguien que no conozco, o que me cuesta, o que nadie lo invita, sabiendo que así lograré la verdadera felicidad, sin esperar nada a cambio?
Nos parece difícil pensar en invitar a nuestra mesa a alguien extraño; pero muchas veces no dejamos de ser generosos con quienes no conocemos y necesitan ayuda. Cada vez que acercamos comida, ropa, compañía a quien lo necesita estamos compartiendo la mesa con quienes no pueden retribuirnos.
Sigamos teniendo gestos de amor y apostemos a que cada vez sean más jugados. Cada uno puede evaluar la sintonía que siente con las palabras del Señor, para reconocer la llamada del día de hoy.


La caridad es la plenitud de la ley; es la ley nueva, el lazo de perfección, el mandamiento del Señor; el que no la tiene está en la muerte; la Esposa de Jesucristo, llena de su santo amor, debe resplandecer y arder con la caridad, que es Dios; es necesario que la caridad sea su elemento, su vida, su principio, el fin de todas sus acciones, la corona de sus sacrificios. (A. 191)

Jesús subió a la montaña a hablar,
con una sonrisa empezó a enseñar.
Nos dijo con amor y gran claridad,
que Dios nos bendice con felicidad.

¡Bienaventurados, felices serán!
Los que con amor a Dios quieran amar.
Si somos humildes, si damos perdón,
Dios nos regala su gran bendición.

Los pobres de espíritu, el Reino tendrán,
los que tienen llanto, consuelo hallarán.
Felices los niños que buscan la paz,
porque como hijos de Dios brillarán.

¡Bienaventurados, felices serán!
Los que con amor a Dios quieran amar.
Si somos humildes, si damos perdón,
Dios nos regala su gran bendición.

Si tienes un corazón de bondad,
si ayudas a otros con generosidad,
Jesús nos promete su amor sin final,
¡y juntos cantemos con gran felicidad!

¡Bienaventurados, felices serán!
Los que con amor a Dios quieran amar.
Si somos humildes, si damos perdón,
Dios nos regala su gran bendición.


Martín de Porres Velázquez fue hijo de un noble español y de una mujer negra liberta panameña. Por su origen mestizo, no fue reconocido de inmediato por su padre ni aceptado al principio como fraile dominico, sino solo como ayudante en el convento de Lima. A pesar de ello, dedicó su vida al servicio de los demás, aplicando sus conocimientos de medicina natural y su gran compasión para curar enfermos y consolar a los necesitados.
Era conocido como “el Santo de la escoba” por su humildad y laboriosidad, y su fama se extendió por toda Lima. Se le atribuían dones extraordinarios como la bilocación y una profunda caridad. Vivió en extrema pobreza, ayudando a los pobres con ropa, comida y medicinas.
Murió el 3 de noviembre de 1639, siendo muy querido por el pueblo. San Juan XXIII lo proclamó Patrono de la Justicia Social, destacando su bondad, servicio a los pobres y su capacidad de unir a personas de distintas razas y condiciones, por lo que fue llamado también “Martín de la Caridad”.