Santa Isabel de la Trinidad

Jesús les dijo a sus discípulos: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al Dinero.
Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús.
Él les dijo: Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios.

La terrible sentencia de Jesús, con que empieza este evangelio, confirma el significado de la parábola del administrador injusto. Jesús no está en contra del dinero, como instrumento de cambio. Ni está en contra del capital, necesario para la productividad, para el progreso, para generar vida y bienestar. Pero con tal que el dinero y el capital se utilice para el bien. Y para el bien de todos, pero nunca para acumular riqueza a costa del hambre y la necesidad de los más débiles e indigentes. Por eso Jesús recomienda hacerse amigos con el “dinero injusto”(mamonâ tes adikías). Sencillamente, quedándose sin él, es decir, dándolo. Y así, cuando se queden sin “la mamona iniquitatis” (dinero injusto), entonces los recibirán “en las moradas eternas”.

Jesús no era un “comunista prematuro”. Era un hombre honesto y libre. El término “mamonâ” aparece en los evangelios solo en boca de Jesús, normalmente asociado a la “iniquidad” o a la “injusticia” (Mt 6,24 par; Lc16,13; 16,9; 16,11). “El mamonâ” se asocia con la adquisición no honrada de bienes o con el afán de obtener ganancias (H. Balz). Y esto es lo que Jesús no soporta. Es más, resulta indignante ver los equilibrios que hacen no pocos exégetas de renombre para terminar justificando el lucro y el afán de ganancias. Sobre todo, cuando sabemos que eso (las ganancias o “valor añadido” que produce el capital) lleva consigo y es causa del hambre y de la muerte de millones de seres humanos. “Ha llegado el momento de asumir un renovado compromiso, que incida positivamente en la vida de aquellos que tienen el estómago vacío y esperan de nosotros gestos concretos que los arranquen de su postración” (Papa León XIV, discurso en la FAO, 16 octubre).

Por todo esto se comprende la incompatibilidad que Jesús establece entre Dios y el afán de ganancias. Como también se comprende la dura sentencia conta los fariseos, “amigos del dinero”:” presumen de observante, pero Dios los conoce por dentro”. Es sano, es honesto, sentirse con mala conciencia cuando se quiere aparecer como persona religiosa y honesta; y al mismo tiempo uno se siente seguro por la sana y solida cuenta corriente que tiene en el banco. Quien siendo así, no siente mala conciencia, ¿cómo puede considerarse observante?


Si hubiese entre ustedes alguno que olvidando la dignidad de su estado se rebajara hasta parecerse a esos seres viles, que el mismo mundo rechaza y desprecia, porque en la instrucción de la infancia no ven más que dinero para ganar, para conseguir fortuna o la de sus padres; si, digo, hubiera, Dios no lo quiera, un solo Hermano cuya santa vocación se tambalease por estas razones, le diría: Vete, desgraciado, toma esa moneda que la impiedad echa a tus pies; tómala del barro, lame ese oro, y después baja la cabeza; no mires más el cielo contra el cual tu has preferido este trozo de metal, ahogando en tu corazón todas las gracias con las cuales te había enriquecido, todos los pensamientos de fe que habías recibido de Dios … (Apertura del retiro de 1833)

Si todo es de todos,
la deuda del mundo
es una injusticia.
Si todo es de todos,
los que tienen tanto
que no pidan más.
Si todo es de todos,
¿por qué hay tanta gente
que no tiene nada?
Si todo es de todos,
las deudas eternas
tendrán un final.

Todo es de todos, todo es de todos…


ISABEL DE LA TRINIDAD (Élisabeth Catez) nació en Bourges, Francia en 1880. Desde pequeña mostró un carácter alegre, sensible y una profunda vida interior. Amaba la música y fue una talentosa pianista, pero sobre todo sentía un fuerte deseo de entregarse totalmente a Dios.
Tras una intensa lucha interior, ingresó en 1901 al Carmelo de Dijon, donde tomó el nombre de Isabel de la Trinidad. Allí vivió sólo cinco años, pero alcanzó una gran profundidad espiritual. Su vida se centró en el misterio de la Santísima Trinidad, a la que llamaba su “Morada”, porque creía firmemente que Dios habita en el alma de quien lo ama.
Isabel padeció una dolorosa enfermedad —la enfermedad de Addison— que la llevó a una muerte temprana el 9 de noviembre de 1906, a los 26 años. Durante su sufrimiento ofreció todo por amor a Cristo y por las almas.
Sus escritos, especialmente sus oraciones y cartas, reflejan una espiritualidad de silencio, adoración y unión con Dios, inspirada en San Pablo y Santa Teresa de Jesús. Fue beatificada en 1984 por San Juan Pablo II y canonizada en 2016 por el papa Francisco.