San León Magno

Jesús dijo a sus discípulos:
Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
Por lo tanto, ¡tengan cuidado!
Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento», perdónalo.
Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería.

En este Evangelio Jesús nos trae dos enseñanzas para tener en cuenta si queremos ser sus amigos:
* cuidado con ocasionar escándalos,
* perdonen siempre a quienes están arrepentidos.
Y ante estas palabras los apóstoles le piden: “Señor, auméntanos la fe”. ¿Por qué? Porque saben que sin fe no tendrán fuerza para actuar como Jesús les está enseñando.

Ahora nos toca preguntarnos: ¿Cuál es la medida de nuestra fe?
¿Está nuestra fe guiada por la prudencia y el amor que nos invitan a no escandalizar, no crear discordias, a buscar la paz promoviendo el trato fraternal, a callar si no es necesario el comentario y puede herir a otro?
¿Está nuestra fe basada en el perdón de corazón?
¿Es capaz de aceptar el arrepentimiento sincero de quienes nos ofenden?
¿Busca disculpar a quien se equivocó en su actuar?
¿Es nuestra fe capaz de mirar al otro con amor y compasión, y perdonar como Dios nos perdona?
¿Está mi fe sostenida por el amor a Jesús?
¿Es roca firme confiada en las palabras del Evangelio?

La medida de nuestra fe está relacionada con la medida de nuestro amor a Dios en el prójimo. Y si sabemos actuar con misericordia seguro, cuando pidamos a Dios confiados, Él nos dará lo que necesitamos. Pedir con fe es saber que Dios nos escucha y lo imposible se vuelve posible.
Aumentar nuestra fe es aumentar el deseo que Dios nos permita ser cada día más parecidos a Jesús en nuestra oración, confianza y acción.


Sé un hombre de fe y todos los pensamientos que te agitan tan penosamente desaparecerán, gozarás de paz y afianzarás cada vez más en tu santa vocación. (Carta al H. Edmond-Marie, 9 de mayo de 1853)

Pruebas de tu amor
me diste, oh Señor.
Toma, toma Tú mis manos.
Caminar contigo
quiero hoy, Señor.

Señor, me falta la fe.
¿A quién le debo pedir?
Yo le pido a Jesucristo
que me dé su gracia
y su bendición.

Ayúdame, Señor,
a hacer tu voluntad.
Toma, toma Tú mi vida.
Alabarte siempre
quiero hoy, Señor.


San LEÓN MAGNO nació en Toscana, alrededor del año 390. Llegó a ser secretario de los Papas San Celestino y Sixto III. Este último lo envió, en el año 440, como representante en una misión diplomática en la Galia y allí León recibió la noticia de que había sido elegido Sumo Pontífice.
Se destacó por ser un gran pastor y un fervoroso predicador.:  “El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor”, escribió el Papa León en uno de sus sermones.
Trabajó incesantemente por la unidad e integridad de la Iglesia. Luchó contra algunas herejías de la época. La tradición señala al Papa León como un pontífice lúcido y sabio, cuya autoridad era reconocida por todos, incluso por quienes ostentaban algún poder secular. Durante el Concilio de Calcedonia (451), los 600 obispos congregados en asamblea se pusieron de pie, luego de haber escuchado la carta que San León les había dirigido. En ella, hacía referencia a la plena divinidad de Cristo y a su plena humanidad. La aclamación de la asamblea fue tal que muchos empezaron a decir que “San Pedro había hablado por boca de León”.
Años después, en 455, San León se vio obligado a negociar con otro feroz bárbaro, Genserico, jefe de los vándalos, y aunque no pudo evitar el saqueo de la capital del Imperio, logró que la Ciudad Eterna no fuese incendiada, ni sus habitantes masacrados.
San León I murió el 10 de noviembre de 461, ya con el apelativo de “Magno” (El Grande) ganado por su amor al pueblo, en honor a su sabiduría y por su grandeza espiritual. Fue canonizado en el año 1574.