San Martín de Tours

Jesús dijo a sus discípulos:
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ven pronto y siéntate a la mesa? ¿No le dirá más bien: prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Este Evangelio nos invita a una profunda reflexión sobre nuestra actitud al servir. En un mundo que glorifica el reconocimiento y el éxito personal, esta parábola nos recuerda que el verdadero propósito de nuestras acciones debe estar en cumplir con lo que Dios nos ha encomendado, sin esperar nada a cambio.

La humildad es un valor central en la vida cristiana. Al reconocer que somos “siervos inútiles”, nos liberamos del peso de la búsqueda de reconocimiento y nos enfocamos en lo que realmente importa: nuestra relación con Dios y el amor hacia los demás. Este llamado al servicio debe manifestarse en nuestras vidas diarias, ya sea en nuestras familias y en nuestras comunidades.

Al aplicar esta enseñanza, podemos preguntarnos: ¿estamos sirviendo a Dios y a los demás con un corazón humilde? ¿Buscamos el reconocimiento o estamos dispuestos a servir en la sombra, sabiendo que cada acción cuenta en el Reino de Dios?


Tomemos, pues, esta resolución sincera, eficaz, inquebrantable de entregarnos siempre al servicio del único maestro, que es eterno y que no está sujeto a ningún cambio; al servicio de este gran Dios que es el principio, la fuente y la plenitud de todo bien. No estamos en la tierra más que para conocerlo, amarlo y servirlo como Él merece ser amado, con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, para poder adquirir así la vida eterna. Amémoslo, seamos totalmente para Él en el tiempo y Él será todo para nosotros en la eternidad”. (Reflexión sobre el fin del hombre)

Amaneció,
el sol calienta el rocío,
el agua deja la fuente,
riega la tierra y se va.
Sopla el viento a la flor
invitando a que comparta su color,
y la tierra la recibe.
Y ahora te toca a vos.

Ser hermano, ser amigo,
compañero de camino,
ser el padre, ser la madre
de ese sol
que te invita cada día
a ser mejor,
al servicio de la vida.

Hay manos que sostienen con amor
manos que acarician el dolor,
manos que se tienden para dar,
manos que te hacen caminar,
personas que saben
que ese vino era
simplemente agua
y Jesús la transformó.
Y ahora te toca a vos…

El mar necesita de los ríos,
la vida necesita de nosotros.
Y aquel dispuesto a todo,
también tuvo que aprender,
también tuvo que dejar
aunque no lo pueda comprender
que su maestro le lave los pies.
Y ahora te toca a vos…


San MARTÍN DE TOURS nació en el año 316 en Panonia (actual Hungría) y creció en Italia, donde su padre, un oficial romano, lo inscribió en el ejército cuando era joven. Martín ya sentía una profunda fe cristiana y un gran amor por los pobres. Una de las escenas más famosas de su vida ocurrió cuando, siendo aún militar, encontró a un mendigo tiritando de frío y partió su capa en dos para darle la mitad. Esa misma noche, según la tradición, Jesús se le apareció vestido con la parte de la capa que había regalado, diciéndole: “Martín, todavía catecúmeno, me ha cubierto con su manto”.
Poco después, Martín dejó el ejército para dedicarse completamente a Dios. Fue discípulo de San Hilario de Poitiers y fundó uno de los primeros monasterios de Occidente en Ligugé, donde llevó una vida de oración y servicio.
En el año 371 fue elegido obispo de Tours, aunque al principio no quería aceptar el cargo. Como obispo, se distinguió por su humildad, su cercanía al pueblo, su trabajo para evangelizar las zonas rurales de Francia y su defensa de los pobres y los perseguidos.
Murió en el año 397 en Candes (Francia). Es uno de los santos más populares de Europa y patrono de Francia.
También es patrono de la ciudad de Buenos Aires.