El pueblo permanecía donde crucificaron a Jesús y miraba.Sus jefes, burlándose, decían: Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!Sobre su cabeza había una inscripción: Este es el rey de los judíos.Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.Pero el otro lo increpaba, diciéndole: ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.Él le respondió: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Con este domingo llegamos al final del ciclo litúrgico. El último domingo de cada año, la Iglesia cierra con broche de oro el ciclo ordinario con la fiesta de Cristo Rey. Y el próximo domingo iniciaremos nuestra preparación para la venida del Señor en la Navidad: el adviento.Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Lo confesamos supremo Señor del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas. Pero es ‘escandaloso’ el modo como ejerce su realeza.Todos los reyes de este mundo mantienen su reinado con la fuerza de las armas, y ostentan el esplendor de su riqueza y de su poder, como algo connatural a su condición y a su nobleza.Pero nunca han existido, ni existirán jamás sobre la faz de la tierra, reyes pobres o débiles. Serían víctimas fáciles de sus enemigos, que usurparían su trono sin ningún género de escrúpulos.Jesucristo es Rey. Pero un rey muy distinto. Es un rey sin armas, sin palacios, sin tronos, sin honores; un rey sin ejército y sin soldados. Un rey que ejerce su poder únicamente con la fuerza del amor, del perdón, de la humildad y de la mansedumbre.Un rey que no atropella ni violenta a nadie, y que no impone su yugo o su ley por capricho. El que lo acepte como rey, debe acogerlo libremente y abrazar su misma lógica, que es la del amor y del perdón.Cristo es, si podemos hablar así, un rey débil porque Él mismo quiso escoger la debilidad para redimirnos. Donde está la cruz, no hay lugar para los signos de la fuerza.Cuando Pilato, antes de condenarlo a muerte, le preguntó si era rey, Jesús le dio una respuesta desconcertante: Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí» (Jn 18, 36).Cristo es rey. Pero no según los cánones y criterios de este mundo. Su soberanía es la del amor, de la justicia y de la paz. Su trono es una cruz; su cetro, una caña con la que le golpean la cabeza; su corona, una corona de espinas.Su reino es para los pobres y humildes de corazón, para los mansos, los pacíficos y los misericordiosos; para los perseguidos por la verdad y la justicia.Su programa de vida se resume en el Sermón de la montaña, en las bienaventuranzas y el mandamiento de la caridad.Sus súbditos y sus amigos predilectos son los pobres y pecadores; sus compañeros de destino, los malhechores, como ese buen ladrón que encontramos en el evangelio de hoy.Los judíos y los príncipes de los sacerdotes que ultrajan a Cristo crucificado hablan un lenguaje de poder y lo desafían a que demuestre su fuerza bajando de la cruz: “Si de verdad es el Hijo de Dios, que baje de la cruz, que se salve a sí mismo”. Y lo mismo le dice uno de los ladrones crucificados con Él. Pero Jesús no hace caso. Su fuerza es el perdón, el amor y la misericordia. Y así lo descubre el buen ladrón.Ojalá que este día de Cristo Rey, también nosotros queramos aceptar la soberanía de Jesucristo y le proclamemos Señor de nuestras vidas volviendo a Él de todo corazón, y haciendo que muchos otros hombres y mujeres, comenzando por los que viven a nuestro lado, se acerquen al amor misericordioso de nuestro Redentor. ¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!
Jesús y sus detractores: Lo condenaron a muerte y acompañaron todo el proceso para asegurarse el final. Querían su muerte y una muerte ignominiosa. Lo hostigaron y ‘desafiaron’ hasta el final. Jesús nunca entró en su juego. No los complació porque nunca desconfió de su Padre, aunque no entendiera. Aún en el dolor de la cruz, no dejó de acoger la súplica confiada del buen ladrón. Con él sí jugó, no con los que lo insultaban y desafiaban a ‘mostrarse’. No tenía nada que demostrarles. Su silencio hablaba a los gritos y los gritos desafiantes eran respondidos con silencio orante.
Jesucristo nos ha sido dado por Rey, por Maestro y por Modelo. Es nuestra Cabeza, somos sus miembros. Debemos por consiguiente entrar en sus designios, trabajar en sus obras, continuar su vida; en una palabra nuestra unión con Él ha de ser perfecta, como El mismo es uno con el Padre. (Apertura del retiro de 1827)
Que corra tu río, que sople tu aliento,que queme tu fuego por dentro.Que caiga tu lluvia y refresque tu viento,que traigas un avivamiento.Y sea un torrente por el mundo entero.Griten los montes con alegría,vean los ciegos la luz del día.Rómpanse yugos de esclavitudy por los siglos reine Jesús…Recorre las vidas carentes de amor,consuela a tu paso el corazón.Visita aun el más oscuro rincóny ahí has brillar tu salvación.Griten los montes con alegría,vean los ciegos la luz del día.Rómpanse yugos de esclavitudy por los siglos reina Jesús.Fiel, justo y verdadero,soberano salvador del universo.