Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa – Beata Catalina María Rodríguez

Jesús decía a sus discípulos: Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo.
Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.

Este evangelio nos recuerda que, aun en medio de los momentos más oscuros y desconcertantes, Dios no abandona a su pueblo.
Las imágenes de destrucción, miedo y confusión no son el final, sino el escenario en el que Dios manifiesta su presencia con mayor claridad. Cuando todo parece derrumbarse, Jesús nos invita a hacer algo sorprendente: levantar la cabeza, mantener la esperanza y mirar más allá del caos.

El Señor no nos pide negar el dolor, sino mirarlo con los ojos de la fe: Él viene, no como juez severo, sino como Salvador que trae liberación. Por eso, la verdadera fe no es la que huye del sufrimiento, sino la que, confiada, espera la llegada de Cristo incluso cuando el mundo tiembla.

En los momentos en que nuestra “Jerusalén” interior se siente sitiada —cuando la angustia, la soledad o el miedo atacan— Jesús nos dice: “No bajes la mirada. Yo estoy cerca. Tu liberación se acerca.”


Redoblemos la vigilancia para evitar los astutos lazos que nos acechan, y aumentemos los esfuerzos para avanzar por el camino cuyo final es el cielo.” (Al H. Hervé, 8 de abril de 1845)

Hay una luz que ilumina mis caminos,
que me acompaña en la oscuridad.
Aunque camine por desiertos y montañas
es esa luz la que siempre estará.

Él es Jesús, mi amigo incomparable
y de su mano aprendo a caminar.
Cuando me caigo, Él es quien me levanta.
Él va conmigo, me cubre con su paz.

Luz que ilumina.
Luz que da vida.
Luz que llena mi existir.
Luz que me alumbra.
Luz de mi vida.

Él es Jesús, mi amigo incomparable
y de su mano aprendo a caminar.
Cuando me caigo, Él es quien me levanta.
Él va conmigo, me cubre con su paz.


CATALINA MARÍA RODRÍGUEZ (1823-1896) fue una monja argentina fundadora de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús.  A los 29 años se casó con un militar con quien tuvo una hija, que falleció al nacer. Al quedar viuda a los 42 años decidió dedicar su vida al servicio de las mujeres más vulnerables. En 1872 fundó la congregación de las Esclavas y en 1875 hizo sus primeros votos. Fue amiga del Cura Brochero y por eso envió a 16 de sus hermanas para que se hagan cargo del colegio de niñas y de la casa de retiros. Muy pronto su obra se extendió por varias provincias argentinas. Fue beatificada por el papa Francisco en el año 2017.
La fiesta de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa se celebra el 27 de noviembre y recuerda las apariciones de la Virgen María a Santa Catalina Labouré en 1830, en París, Francia. Durante estas apariciones, la Virgen pidió que se acuñara una medalla según el diseño que ella misma mostró, prometiendo abundantes gracias a quienes la llevaran con fe y confianza.
En la medalla se ve a María de pie sobre el mundo, aplastando la cabeza de la serpiente, con rayos de luz que salen de sus manos, símbolo de las gracias que derrama sobre quienes las piden. Alrededor, se lee la frase: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. En el reverso se ve la cruz, la M de María, los corazones de Jesús y de María, y doce estrellas.
Esta fiesta nos invita a confiar en la intercesión maternal de María y a vivir abiertos a las gracias de Dios. Es un recordatorio del amor de la Virgen, que se acerca a sus hijos para acompañarlos, protegerlos y conducirlos a Cristo.