Santa Lucía

Los discípulos le preguntaron: ¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?
El respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron.
Y también harán padecer al Hijo del hombre.
Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.

Este diálogo de Jesús con sus discípulos ocurrió al bajar del monte de la transfiguración (Mt17,1-13). En aquel monte, junto a Moisés, los discípulos habían visto al profeta Elías (Mt 17,4).  Este profeta tenía una importancia singular en el judaísmo del tiempo de Jesús, porque se pensaba que Elías estaba en el cielo “como auxilio en caso de peligro o necesidad” (J. Lambrecht). Por eso, cuando Jesús grita en la cruz clamando su desamparo (“Eloí, Eloí”) (Mc 15,34), algunos pensaron que estaba llamando a Elías (Mc 15, 35-36)

El tema de fondo, que contiene este evangelio, está en que nuestra relación con Dios se puede entender de dos maneras: 1) Como auxilio en situaciones de peligro o necesidad. 2) Como exigencia ética que determina nuestro proyecto de vida.
Los judíos del tiempo de Jesús esperaban y deseaban la venida del Mesías según el modelo de “auxilio en el peligro”. Seguramente esto influyó en que mucha gente llegara a identificar a Juan Bautista con Elías (Jn1,21.25; Mc 6,15 par; Lc 9,8; Mc 8,28 par; Mt 16,14; Lc 9,19).

Pero el destino de Juan Bautista y Jesús tuvo un paralelismo estricto y fuerte en el otro sentido: como una exigencia, en su proyecto de vida, que los llevó al sufrimiento y a la muerte violenta. Cuando se plantea “el reino de Dios”, Juan, Jesús, y los discípulos, asumen el mismo destino: sufrir y morir por el pueblo (Mt 11,11-14;16; 14,1-12). El Bautista y Jesús, en la mentalidad de Mateo, proclaman el mismo mensaje, padecen el mismo destino y tienen los mismos enemigos (U. Luz). La honradez ética de ambos, los llevó a los dos a enfrentarse a los poderosos, a verse perseguidos y encarcelados, para terminar en el degüello o en la cruz.

Es urgente que la Iglesia y los cristianos nos identifiquemos con un proyecto de vida equivalente. Usar la religión como auxilio en el peligro es una forma de interés y refinado egoísmo. Es la religión de los que van a los templos, a las imágenes ya los santos cuando se ven en apuros. Jesús no quiere que nos quedemos atrapados en una religiosidad egoísta. La religión de Jesús es honradez ética y defensa de la justicia y el derecho.


La herencia de ustedes es Dios y los tesoros de su eternidad. Si son encontrados dignos de sufrir por el nombre de Jesucristo, acepten, llenos de gozo, el cáliz de las humillaciones y de los dolores; bébanlo, si es necesario hasta el final; es la víspera del huerto de los Olivos; el bien amado estará detrás de ustedes para endulzarles las amarguras. ¡Oh! ¡Si supieran cómo los ama!” ((S. VIII. Renovación de promesas sacerdotales. 29-10-1815)

Día a día encerrados
en los muros de hoy.
Es el mundo apurado
que a nadie puede esperar
y es fácil perderse
o dejarse engañar.

No hay tiempo para pensar
o detenerse a un lado y mirar.
Que es mi hermano
el que no puede esperar. No dejemos que la vida
la atrape el mundo de hoy en su vaivén.
Ofrecerla es mejor que ser
piezas en un juego de ajedrez.

Si podemos entregar la vida
al servicio de Aquel,
Aquel Dios que ha venido
no a ser servido, sino a servir,
sino a servir.

No es fácil el caminar
cuando quieres seguir
a ese Rey que su vida dio
gota a gota hasta morir,
ese Dios que llama hoy a ser hermanos,
al amor, a la alegría de vivir.


Santa Lucía fue una joven cristiana nacida en Siracusa (Sicilia) a fines del siglo III. Desde muy joven consagró su vida a Cristo, haciendo voto de virginidad y dedicándose a ayudar a los pobres con sus bienes.
Durante las persecuciones del emperador Diocleciano, fue denunciada como cristiana. Lucía se mantuvo firme en la fe y rechazó renunciar a Cristo, aun frente a amenazas y torturas. Finalmente fue martirizada alrededor del año 304.
Santa Lucía es venerada como modelo de fidelidad, valentía y pureza, y es patrona de quienes padecen enfermedades de la vista, ya que su nombre proviene del latín lux (luz) y la iconografía la representa con ojos o una lámpara.