San Silvestre I

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas
por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo
nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.

«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.

Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que sólo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.

Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él, no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.

«A Dios nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Solo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer».

No lo hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él es la fuente para acercarnos a su Misterio. ¡Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender y olvidar para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en Jesús!

Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios. (Pagola)


Cuando el Verbo se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, ¿no ha instruido con su boca divina todos aquellos que lo seguían?, ¿no ha reunido en torno a Él a los pequeños niños para enseñarles y bendecirlos? Y nosotros, que somos sus discípulos ¿podemos no imitar sus ejemplos, y no contribuir tanto como nos sea posible a preservar la generación naciente del doble contagio de las malas doctrinas y de las malas costumbres?» (Fundación de una escuela-1846)

Yo creo en Dios que canta,
que la vida hace cantar. (2)

Creo en Dios que canta
y que tu vida hace cantar,
la dicha y el amor
son los regalos que él nos da.
Es como la fuente
que canta en tu interior
y te impulsa a beber
la vida que él te da.

Creo en Dios, que es padre,
que se dice al cantar,
él hizo para ti cantar la creación.
Nos invita a todos
que a la vida le cantemos,
solo pensando en él
brota sola una canción.

Creo en Jesucristo,
que es el canto de Dios Padre,
y que en el Evangelio
él nos canta con su amor.
Él hace cantar
la vida de los hombres,
y toda vida es la gloria del Señor.

Creo en el Espíri
que canta en nuestro ser,
haciendo de la vida
un canto celestial.
Creo que la Iglesia
reúne nuestras voces
y nos enseña a todos
la música de Dios.


San SILVESTRE I fue el Papa número 33 (314-335 d.C.), gobernando en un momento crucial de la Iglesia tras el Edicto de Milán (313) que trajo libertad a los cristianos, convirtiéndose en un puente entre la era de persecución y la Iglesia imperial, presidiendo el Concilio de Nicea (325) y sentando bases administrativas y arquitectónicas.
Nació en Roma a finales del siglo III y fue elegido Papa en el 314, justo después de que el emperador Constantino otorgara libertad de culto a los cristianos.
Tuvo una relación cercana con el emperador Constantino, quien patrocinó la construcción de grandes basílicas (San Juan de Letrán, San Pedro) y otorgó dones a la Iglesia
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