La esperanza para Juan María está ligada estrechamente a la confianza puesta en Dios, a la Providencia que vela por nosotros, si nosotros nos entregamos a su voluntad. Él no se deja ganar en generosidad y guiará nuestros pasos, aunque haya ‘que pasar por cañadas oscuras’, como dice el salmista.
Juan María confía y espera que su obra sea bendecida por Dios, dándole los recursos necesarios para llevarla adelante. Confía aún en medio de los fracasos, sabiendo que Dios tiene caminos desconocidos por el hombre, pero que llevan a buen puerto.Mantuvo la llama de la esperanza encendida cuando tuvo que dejar el colegio-seminario de Saint-Malo, cuando enfermo debió recluirse en la Chesnaie junto con su hermano, cuando en Saint-Brieuc se le murió el amigo obispo y debió hacerse cargo de la diócesis, cuando vio la educación sin Dios llenar de escuelas su país, cuando Gabriel lo dejó sólo con la obra, cuando a Féli lo condenaron y a él lo escracharon de todos lados, cuando envió los primeros hermanos a las Antillas y los misioneros enviados no respondieron como él esperaba, cuando el padre Évain, en quien había puesto toda su confianza, lo traicionó, etc, etc.Confió, esperó, nunca dudó de la divina Providencia.
Además, está su plena esperanza en la vida eterna. Juan María tiene la certeza que los que siguen fieles el camino de la voluntad de Dios, obtendrán la salvación. Y se los repetirá muchas veces a los hermanos, sobre todo a los que desean cambiar de rumbo, desanimados o angustiados frente a situaciones difíciles. Por eso, su malestar, su temor cuando esto sucede, es que se pierdan eternamente.
Vemos el caso del hermano Ambrosio:
Este hermano fue un hombre que desde el principio ocupó cargos directivos. Tenía pasta para ello. Primero dirigió durante varios años una escuela en Tréguier, Francia y luego fue el director general de la obra menesiana en las Antillas. Al igual que Juan María no le temía a los problemas que se le presentaban. Era exigente consigo mismo y exigente con los demás, lo cual le acarreó muchos disgustos. Quería cumplir estrictamente con lo que la Regla mandaba y eso, sobre todo en las Antillas, no gustaba mucho por las costumbres relajadas de la región.Aunque no lo demostrase hacia afuera, interiormente vivía una lucha constante por mantenerse firme y abiertamente se lo decía al fundador, que era su consejero y guía.El problema más grave lo sufrió en las Antillas cuando algunos hermanos, enojados por las exigencias de Ambrosio, quisieron reemplazarlo por el sacerdote que Juan María envió como capellán. El padre Evain, además, se lo tomó en serio e hizo todo lo que pudo por desprestigiar al director y quedarse con el cargo. En algún momento fue tan violento el rechazo hacia su persona, que temió por su vida. Menos mal que Juan María se enteró a tiempo y desarticuló la trama.Abundan en las cartas del fundador las palabras de ánimo, de esperanza, para que siga en la lucha sin caerse:
Veo con dolor que te inclinas al desánimo; eso no sirve para nada. Te recomiendo expresamente que hagas todo lo que dependa de ti para reavivar tu confianza. No debe basarse en tus propios méritos, en tu capacidad y en tus luces naturales, sino en Dios mismo que se complace en usar los instrumentos más viles y los más débiles. Ten por seguro que no te abandonará y considera los pensamientos contrarios como una tentación muy peligrosa. (14-12-1824)
Sólo puedo repetirte el mismo consejo que te he dado con respecto a tu situación personal. Es bueno el vivo sentimiento que experimentas de tus miserias, con tal que, en lugar de abandonarte al desánimo, recurras a Dios con gran confianza y cuentes con su ayuda. Pídale humildemente la fuerza para resistir, la paciencia para sufrir, la constancia para perseverar y, por frecuentes y violentas que sean las pruebas, no sucumbirás. Sé que tus pruebas son duras, pero cuanto más lo son, más también tendrás méritos. (05-01-1939)
Cuando Juan María decide enviarlo a las Antillas, después de consultarlo, surgen en Ambrosio los miedos y las dudas. Entonces el fundador le escribe:
No tengas entonces por esto ninguna preocupación y admira la Providencia que ha dispuesto todo para que tú seas cada vez más útil a la religión y trabajes más que nunca por la salvación de esas pobres almas por las cuales Jesucristo, nuestro maestro y modelo, ha dado su vida: no dude pues más en tu decisión; mírala como la obra de Dios y si te sientes débil, cuenta con la ayuda y las gracias de Aquél que te envía. (27-08-1840)
Cuando se desata le maliciosa trama para sacarlo del medio en las Antillas, no recibiendo cartas del fundador porque eran interceptadas, decide volver a Francia y así se lo comunica a Juan María. Sin embargo, prudente como es, espera la confirmación del fundador para hacerlo. Por fin recibe una carta:
Como me habías anunciado tu regreso (de las Antillas), lo lamenté, porque nada en el mundo podría molestarme más. Pero, veo que el buen Dios no te permitió cometer ese error y se lo agradezco. Por eso te reitero la orden de permanecer en tu puesto. No te desesperes. Comprendo tu situación, es muy dolorosa, lo sé, y, en consecuencia, tomaré los medios para suavizarla, pero, se necesita un poco de tiempo para eso y si apuras las cosas se volverán cada vez más confusas. Ten calma, ten confianza y no obres de manera irreflexiva. Ten en cuenta que a la distancia en que estamos, no puedo remediar inmediatamente lo que anda mal. Pero basta que tenga información sobre el tema y me ocuparé con seriedad. Debes confiar en mí sin reservas. Dios bendecirá tu abandono y tendrás motivos para felicitarte después de haber permanecido en el orden de su providencia. (17-06-1842)
Cuando la odiosa trama contra el H. Ambrosio terminó, Juan María le escribe al Hermano Gerardo:
Finalmente llegamos al final de nuestras pruebas. Ciertamente fueron muy dolorosas, tanto para ti como para mí, pero la Providencia vino en nuestra ayuda, vigiló nuestro trabajo de una manera admirable, lo que debe inspirarnos una gran esperanza para el futuro. (Al Hermano Gerardo, 24-10-1842)
En una obra escrita por Féli y Juan María se hace hablar a Jesús con un joven discípulo, recurso usado para explicar a los jóvenes las verdades fundamentales de la fe. A ellos también los anima incesantemente y les pide no abandonar el camino elegido de servir a Dios.
Sin mí no pueden hacer nada. Sin embargo, no te desanimes, al contrario, acude lleno de confianza al combate que se te propone. Lo he dicho y lo sigo diciendo: No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. He sido santificado a fin de que mis discípulos sean santificados en la verdad. ¿Cómo voy a abandonarte, yo que he muerto para salvarte? No temas, hijo mío; pero teme abandonarme tú, teme traicionarme, como el hijo de la perdición…Háblame con confianza, como un amigo habla con su amigo. Necesitas cosas, dímelas; tienes penas, ponlas en mi corazón. ¿Quién te ama más que yo? ¿Y quién puede consolarte como yo?Confíen en Dios, su Providencia no los abandonará. Miren los pájaros del cielo, no siembran ni cosechan ni recogen en sus graneros y el Padre del cielo los alimenta. ¿No valen ustedes más que ellos? Busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura. No acumulen para la muerte, hijo mío: no hay que trabajar en vano. (Cap III)
A través de las cartas a estos hermanos en dificultad, con dudas graves sobre su vocación o con actitudes equivocadas, se ve el sufrimiento de un padre que ama entrañablemente a sus hijos y no quiere perderlos.
Su gran temor es la condena eterna por haber sido infieles a sus compromisos. Él cree firmemente que la fidelidad al llamado de Dios es certeza de vida eterna; esa es su gran esperanza, que siempre repite a los hermanos. Ellos tendrán muchas vicisitudes, tendrán que sufrir en su misión, pero Dios no se dejará ganar en generosidad y los premiará abriéndoles su casa celestial. Pero ¿qué puede esperar de Dios alguien que rechaza su llamado?
Hijo mío, todavía tengo muchas esperanzas y me es imposible imaginar que estés tan ciego y perdido hasta este punto. Quiero creer que no es más que un momento de desconcierto y que mis reproches justos y paternales te harán volver en ti de inmediato. Escríbeme para consolarme un poco… ¡Yo lo necesito! (Al H. Leónidas)
Termino esta triste carta, mi pobre Jorge, cubriéndote con mis lágrimas y recordándote lo que está escrito en la página 36 de tu Santa Regla. Piénsalo bien, en un asunto en el que se trata de la salvación y la eternidad del cielo o del infierno, decidir por viles motivos de interés, escuchar la voz de la carne y la sangre, y rechazar escuchar este dicho: «El que ama a su padre o su madre o sus hermanos más que a mí, no es digno de mí», es querer perderse a sí mismo. Dejar el camino donde Dios te llama, para entrar imprudentemente en un camino extraño, es renunciar a todas las gracias que él había preparado para ti en tu primer estado, y, por lo tanto, privado de sus luces y de su protección especial, tú caminarás solo y ¿a dónde irás? Sé consciente que puedes precipitarte al abismo. (Al H. Jorge Duclos, 1850)
Juan José Querret era profesor de matemáticas y estuvo en el Seminario de Saint-Malo trabajando junto con Juan María. De allí nació una gran amistad con los hermanos La Mennais.
Con ocasión de la muerte de una hermana del profesor, Juan le escribe y le recuerda lo pasajero de la vida humana sobre la tierra. El lugar de la alegría y de la paz nos espera y el tiempo de nuestra existencia terrena parece acotarse a unos pocos días. ¡Luego la eternidad y el gozo eterno!
Apenas tengo tiempo para escribirte, y lamento estar tan ocupado, porque sería para mí un gran consuelo poder dedicarte tiempo y decirte y volver a decirte que no te dejes hundir por el dolor. Es un peso sin duda difícil de llevar, pero eres cristiano, mi querido amigo, y debes recordarte esta palabra del apóstol, “no se entristezcan como los que no tienen esperanza”.Un momento más y nos reuniremos todos en el seno de Dios; esta separación es penosa, aunque no dure más que un instante; pero sin embargo ¿cuánto se alivia cuando se piensa que va a ser corta, y que en seguida volveremos a encontrarnos en la casa de nuestro Padre celeste, con todos aquellos que queremos tanto? Tu pobre hermana nos ha precedido en algunos días y nosotros no debemos ya pensar más que en ser santos, para merecer ser admitidos como ella en el lugar del refrigerio y de la paz. Tengo completa confianza de que goza ya en este momento de la felicidad de Dios, en quien ella confiaba, con una fe tan viva y un amor tan puro”.
Al mismo le escribe más adelante, lleno de esa sensación de vivir como en el futuro, ya saboreando los gozos celestiales, aunque la vida sea dura. Es como que ya vive lo que espera en la eternidad y que le da fuerzas para caminar y una gran paz:
Si hemos experimentado tanta alegría durante los cortos momentos que hemos pasado juntos, ¿qué será cuando estemos en el seno del mismo Dios y que nuestras almas no serán en cierto modo más que una, que él llenará de su luz y de su amor? Este lenguaje parece muy extraño a la mayor parte de los hombres; sin embargo, no es por ello menos verdadero y debemos bendecir incesantemente a Aquél que nos ha concedido la gracia de enseñarnos a hablarlo y a comprenderlo. Qué dichosos somos de pertenecer a este pequeño rebaño que el Señor se ha escogido y que conduce por caminos tan dulces con una solicitud tan tierna. La vida de la gente sin fe no es más que un doloroso sueño; sus penas no tienen consuelo, incluso sus placeres no tienen encanto. Para nosotros el mundo cambia de cara; vivimos en el porvenir y somos felices renunciando a serlo aquí abajo. Te parecerán un poco serias estas reflexiones y te preguntarás por qué se me ocurre ponerlas en una carta. Pero, en verdad, todo me las recuerda; me gusta que penetren en mi corazón, y son para mí un alimento de alegría que me da en miles de circunstancias una fuerza y una paz que no tendría sin ellas. (16-11-1814)
En 1813 monseñor Cafarelli, obispo de Saint-Brieuc, le pide que sea su secretario. Nace entre ellos una gran amistad. El prelado pone toda su confianza en el joven sacerdote, que se desvive por cumplir su misión lo mejor que puede.Pero al comienzo de 1815, repentinamente, muere Cafarelli, dejando a Juan María desconcertado y a cargo de la diócesis.En esta ocasión recibe una carta del padre Hay, otro de sus amigos del seminario de Saint-Malo. Juan María le contesta dolido, pero siempre imbuido de esperanza y de fe. Es una prueba dolorosa, pero siempre viendo el acontecimiento como ‘voluntad de Dios’. No decaerá por eso su esperanza y su ánimo:
Tu pequeña carta, querido amigo, es un bálsamo. Mis llagas tenían gran necesidad de él, pero ellas no son como esas de las que habla la Escritura, que rehúsan el remedio. Un cristiano no debe derramar lágrimas sin consuelo y las mías están atenuadas por la íntima convicción de que el digno obispo cuya pérdida lloramos, ha recibido la recompensa que merecía por todos sus trabajos y virtudes. Sin embargo, mi pena es muy grande y ¿cómo no había de serlo? La muerte me arrebata un amigo, un hermano, ¡y qué hermano! Cada vez que lo veía, me recibía con una alegría tan grande como si hiciera seis meses que no nos hubiésemos visto. No se preocupaba, por así decir, más que de mí y de todo lo que podía interesarme y agradarme, no hablándome más que para decirme cosas amables que alegraban el fondo de mi corazón, no teniendo en el suyo más que el amor del bien, el celo más puro y más ardiente; verdadero pastor y verdadero padre. Era un Obispo como hay pocos. Ha muerto en mis brazos; y tengo el triste consuelo de haber acogido su último suspiro y de haberle dado los últimos socorros de la religión.
¡Dios mío! ¡Qué golpe tan fulminante! No puedo pensar en ello sin sentir frío en mis huesos, y pienso en ello sin cesar. Mira cuál es mi destino: parece que mis manos no pueden tocar más que cadáveres y remover ruinas. Pero, querido amigo, me consuelo con el pensamiento de que es la voluntad de Dios la que cumple en mí. Es su mano quien me ha conducido aquí, y es ella la que me retiene aquí. Heme aquí encargado de la administración de la diócesis. Me dan signos de una confianza sin límites y espero mantener al menos una parte del bien que ha hecho el digno Obispo a quien echo en falta ahora y que echaré en falta siempre. (Febrero de 1815)
No la tuvo fácil con su familia.Cuando la empresa de su padre quebró, él se hizo cargo del asunto.Su hermano Féli, con el cual trabajó mucho en los primeros años, recibió el batacazo de la condena por parte del Vaticano. Juan María no podía seguirlo en su rebeldía y permaneció dentro de su amada Iglesia, lo cual le trajo el enojo de su hermano, que ya no quiso ni recibirlo.Su hermano menor, Graciano, era un tiro al aire. Llevaba una vida desordenada y dejaba deudas por donde pasaba, deudas que Juan María pagó en muchas ocasiones para salvarlo.La que le dio más alegría fue su hermana María, casada con Ángel Blaize, con el cual tuvo varios hijos, con los que el tío Juan pasó hermosos momentos.
En una carta a Graciano, Juan María deja ver su esperanza de un cambio en él, cambio que no se dio por lo que sabemos:
No he ido a verte, mi querido Graciano; mi corazón estaba demasiado afligido por todas tus faltas, para poder hablarte sin emoción; ¡Dios no lo quiera, que en lo sucesivo deba hacerte algún reproche! Todo ha terminado y quiero olvidarlo todo; se bueno, mi querido amigo. Estaré feliz si me entero de que eres sabio y que caminas por el sendero de la virtud. Ama tu estado y trata de adquirir los conocimientos que sean necesarios para que lo cumplas.
Graciano, estos son los deseos que tengo para ti al dejarte. Creo que te he dado suficientes pruebas de mi amistad para poder contar con la tuya; No te pregunto entonces; sería un insulto para ti. Sí, sí, nos amamos con todo nuestro corazón y por toda nuestra vida. Adiós. (Carta 508)
Graciano terminó embarcándose para las Antillas y allí murió a los 33 años.
En cuanto a Féli sabemos lo mucho que sufrió Juan María en los años de condena y separación. Lo que más le dolía era no poder verlo ni hablarle.En esos momentos Juan María llega a su hermano a través de intermediarios. Uno de ellos es su sobrino Ángel. Espera poder revertir la situación. En una carta a su cuñado le pide:
Te pido que encargues a Ángel (hijo) de mi parte que diga a Féli que le dejo el usufructo pleno, entero, y absoluto sin la menor reserva de la Chesnais. Que disponga de ello como él quiera y como si yo no existiese. A lo único a lo que no consentiría es en recibir de él un solo céntimo. Pobre Féli, qué feliz sería de saber que está cerca de nosotros, aunque esté condenado a no decírselo nunca; hueso de mi hueso, cuanto te he amado siempre y cuánto te amo.
Juan María no se hizo sacerdote pensando en dirigir escuelas, ni en crear congregaciones. Las circunstancias, la Providencia dirá él, lo fueron llevando a tomar esas decisiones que terminaron por ocupar todo su tiempo.
Una vez que vio a las escuelas mutuas, traídas de Inglaterra, expandirse por toda Francia, no dudó que debía hacer algo. Y como era natural en él, una vez que tomó esa decisión, movió cielo y tierra para hacerla realidad.
Amamos la verdad y ninguna consideración humana nos impedirá decirla; amamos a sus hijos y ningún sacrificio nos costará para salvarlos. ¿Qué pedimos para ellos? Una educación cristiana. No, nunca me consolaré ver sacrificar a opiniones del momento los intereses de la familia, los únicos que sobreviven”. (A los padres, sobre la enseñanza mutua)
Su proverbial confianza en la Providencia hizo el milagro, aun cuando había situaciones aparentemente insalvables.
Se alegraba por todo el bien que se hacía en las escuelas que tanto sacrificio le costaron. Veía su obra como el grano de mostaza que plantado en su humilde Bretaña había crecido y extendido sus ramas más allá de las fronteras.
En 1843 le escribe a un hermano que trabaja en las Antillas:
El relato que me hacen de todo el bien que se realiza en nuestras escuelas me llena de una dulce alegría, es para nosotros un nuevo motivo para esperar que esta obra crecerá como el grano de mostaza del evangelio, que se convirtió en un gran árbol. Pero es necesario un poco de paciencia y saber esperar los momentos de Dios” (Al H. Arturo, 02-04-1843)
Y en 1844 se lo dice a un ministro:
El resultado de nuestro esfuerzo hasta ahora es que tenemos en Bretaña 180 establecimientos, de los cuales 14 (y son los más grandes) nos pertenecen totalmente. Otros 31 son dirigidos por dos o tres hermanos. 135 escuelas no tienen más que un hermano, que se aloja y alimenta en la casa del párroco. El número total de hermanos es de 500… (Memoria enviada al ministro de educación, 1844)
Al final de sus días, mira hacia atrás y ve el gran árbol menesiano que se extiende ya en 3 continentes y lo hace viendo la mano de la Providencia detrás de todo ese desarrollo maravilloso:
Cuando pienso en ese pequeño grano de mostaza que he enterrado en tierra hace cuarenta años, sin tener muy claro que ocurriría, pero al cuidado de la divina Providencia, me es muy dulce, después de tantos años de trabajo y de pruebas, ver hoy en día que nuestra obra se desarrolla cada vez más en Bretaña, se implantar en el Sur de Francia y se extiende hasta más allá de los mares. A la vista de todo esto no puedo más que confiar y gritar con las Escrituras: Sí, el dedo de Dios está aquí. (Circular para el retiro de 1857)
Juan María también asesoraba a otros sacerdotes que, siguiendo sus pasos, fundaban congregaciones para dedicarse en sus diócesis a la educación. A uno de ellos le decía en 1835:
Me conmueve su confianza en Dios. Sin Él, ¿qué podemos hacer nosotros, criaturas insignificantes como somos? Él los ha bendecido, y los bendecirá todavía más, deben estar seguros. No es el número el que da la fuerza a la Congregación, es el buen espíritu de los que la forman. (Al padre Mazelier)
No pensó en enviar Hermanos fuera de su Bretaña querida, ni siquiera a otros departamentos de Francia. Y, sin embargo, cuando llegó la petición del Ministerio para enviar maestros misioneros a las colonias de ultramar, Juan María, confiado en que era la voz de Dios quien hablaba, decidió enviar Hermanos.Sabía que era una jugada arriesgada y peligrosa, por el clima tan diferente, por las costumbres tan relajadas, por la distancia tan grande.Comienza con muchas dudas, pero a principios de noviembre de 1836, enviaba una propuesta al ministerio, aceptando el reto. Tan bien cayó la buena voluntad del fundador, que el ministro enseguida le sugirió que también podía trabajar con los esclavos, pensando en que en poco tiempo serían declarados libres.
La primera comunidad fue un fracaso, por la epidemia que se llevó al director y dejó malparados a otros y el desánimo que produjo en los restantes. Sin embargo, Juan María seguirá apostando por las Antillas.
No eran solamente las epidemias y el clima tórrido de las Antillas lo que ocasionaba problemas a los misioneros. La relajación de las costumbres, la mala voluntad de los funcionarios y el rechazo de los dueños de establecimientos rurales donde trabajaban los esclavos, fueron al inicio un obstáculo difícil de remontar. A eso se sumaban las costumbres relajadas de los sacerdotes, que vivían cómodamente sirviendo a los europeos ricos y no se preocupaban demasiado de los pobres y esclavos que abundaban.
Para afianzar la misión envía al Hermano Ambrosio, a quien le dice:
No te asustes por esta expedición: ella será muy buena para nosotros, bajo todos los aspectos; al menos, lo espero.
Lo mismo le dice al Hermano Arturo:
Y antes que nada quiero tranquilizarte sobre el porvenir de tu establecimiento; debes estar seguro que, a pesar de la mala voluntad de ciertas personas, ni tu escuela, ni ninguna otra será destruida. El gobierno ha hecho demasiados sacrificios para establecerlas y las aprecia demasiado para que dependa de cualquiera el destruirlas. Sin embargo, puede haber oposición, pero no deben asustarse (1840)
Con la ayuda de Dios, nuestra obra prospera y prosperará cada día más. Tengamos paciencia, perseverancia y ánimo. Qué importa lo que debamos sufrir en el tiempo. La vida es corta y la recompensa que se nos promete es eterna. (Idem)
Para la obra de instrucción de los esclavos, sé muy bien las dificultades que se encontrarán infaliblemente; pero debemos tener tanta más confianza en Dios, cuanto menos apoyo humano tengamos.(A Ambrosio 24-11-1844)
En todos los acontecimientos, por más molestos como puedan ser, no te turbes jamás: hagamos lo mejor posible y luego permanezcamos en paz en las manos de Dios. (Idem)
Ninguno de nosotros no puede fundar sus esperanzas más que en la misericordia y los méritos de Jesucristo. (Apertura del retiro. Sermón 2264-2269)
En efecto, hijos míos, tienen que combatir grandes combates en estos días malos; el demonio, al que el santo Evangelio llama el fuerte desatado, se ha desencadenado contra ustedes; mil tentaciones diversas los asaltan; mil obstáculos que renacen sin cesar se oponen al bien que están llamados a hacer. Ahora bien, ¿cómo triunfarán en esta guerra? Es decir ¿cómo conservarán su vocación, a la cual está unida su salvación y la salvación de tantos pobres pequeños niños? ¿Cómo se mantendrá en medio de tan numerosas dificultades y a pesar de tan violentos ataques, la bella y grande obra a la que se han consagrado? ¿Cuentan para ello con sus talentos, con su inteligencia, o con los talentos e inteligencia de los niños? No, sería una vana esperanza. Escuchen esta palabra del apóstol S. Pablo: Es nuestra fe la que vencerá al mundo. (Advertencias para el retiro. Sermón 2294-2297)
Pequeños niños, no teman nada, el Hermano que va a prodigarles sus cuidados es un segundo padre que la Providencia les da, no descuidará nada para adornar su espíritu de conocimientos que, a continuación, podrán serles útiles, pero buscará sobre todo por medio de una feliz mezcla de dulzura y firmeza corregirles de sus defectos y hacer de ustedes santos, y es así como se santificará él mismo y que vivirá la vocación que ha recibido de lo alto. Pasará por la tierra haciendo el bien, ignorado de los hombres, no esperando de ellos ni elogios ni recompensas, pero consolado y sostenido por la dulce esperanza de que los niños que él ha instruido y santificado entrarán un día con él en el seno de Abraham, y que estarán para siempre reunidos en los tabernáculos eternos. Fiat. Fiat. Amén. (Palabras en la fundación de una escuela)
Calmen todas sus inquietudes; pongan fin a todas esas dudas, y confiesen con sinceridad, con compunción, con un sincero propósito de ser mejores, y dignos de esta alta vocación que han recibido; durante el retiro no se ocupen más que de esto y olviden el resto. Si obran así, bendeciré al Señor, y los ángeles se alegrarán en el cielo; la iglesia de la tierra compartirá esta alegría; serán para ella, en estos días malos, un motivo de consuelo y de esperanza. (Importancia del retiro anual)
Es con esta disposición que prometemos a Dios esperar la venida de Jesucristo, y es por ella que esperamos encontrar misericordia el día de la cólera. (Ídem)
Lo repito, cualesquiera que sean sus miserias, no se turben, no se desanimen, reanimen por el contrario la confianza, y sobre todo purifiquen su conciencia; no se cansen, no dejen en ella la menor mancha; y después del retiro retomarán sus trabajos con la esperanza, y puedo incluso decirlo con seguridad, que Dios se dignará bendecirlos y santificarlos a todos. (Ventajas del retiro)