Beatas María Dolores Rodríguez Sopeña y Ana de los Ángeles Monteagudo

1ª Samuel 3, 3-10. 19
Salmo 39, 2.5.7-10

Cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros y cuando lo encontraron, le dijeron: Todos te andan buscando. Él les respondió: Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido.
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.

La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los hombres.
Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia continuamente los encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas como una vía privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede en nuestro tiempo, cuando a pesar de las diversas adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas despierta fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor, y sobre el por qué de la muerte.
Son preguntas existenciales a las cuales la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo delante de los ojos al Crucificado, en el cual aparece todo el misterio de salvación de Dios Padre que, por amor a los hombres, no escatimó a su propio Hijo.
Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a todos aquellos que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, y con ternura. (Papa Francisco,  8 de febrero de 2015)

Jesús nunca se ha cansado de servir a los hombres. Hoy aún sigue siendo el hombre más servidor de todos. Él mismo nos lo dijo: «no he venido a ser servido, sino a servir». Pero de vez en cuando Él buscaba momentos de tranquilidad al lado de sus discípulos. Hoy es uno de esos días.

Han llegado a la casa de Simón, y encuentra a la suegra de éste enferma. Jesús, la toma de la mano y la cura. Parece que Dios, hecho hombre para servir, no quiera hacer otra cosa. Él todo poderoso; Él conocedor de los sufrimientos humanos; Él que tanto ha amado al mundo, ¿se iba a quedar tranquilo viendo a los hombres perderse? No, hay que salvarlos a toda costa. Por eso allí está, sirviendo en los momentos de mayor intimidad con sus discípulos. La suegra aprendió muy bien la lección de ese día: «En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirlos». ¿Cuántas lecciones tenemos que sacar de este pequeño acto de donación? Se dice que arrastra más un ejemplo que muchas palabras. Aquí lo tienen. El ejemplo está claro: Cristo, servidor de los hombres para salvarlos.

Aunque haya pasado toda una tarde de enseñanzas con sus discípulos, Él al atardecer sirvió a los demás, para darles la Vida y que la tuvieran en abundancia. No sólo actuó en ese pueblo, sino que su amor se extendió, durante su vida terrena, a los judíos, pero ahora sigue haciendo el bien, a través de un ejemplo de uno de sus consagrados, a través de la oración abnegada de todos los días de una madre de familia, o la sencillez de corazón de un jovencito que hace un acto de amor para con el viejito que está cruzando la calle. El actúa hoy de muchas formas en el mundo, principalmente a través de la oración.


Dios es quien los ha escogido, quien los llama y quien les dice como a los primeros apóstoles: Vayan a enseñar a estos pobres niños que, en regiones lejanas, esperan con ansiedad que se les parta el pan y que se les distribuya el pan de la divina Palabra.(Frutos del retiro)

Sueño que aprendamos a escuchar
para construir comunidad.
Mis hermanos me hablarán de su realidad
estrechando los lazos para andar.

Hay silencios que nos hablan
y palabras que nos marcan
los senderos que debemos transitar.

/A la escucha y en camino
compartiendo el pan, el vino,
la tristeza, la alegría y nuestro hogar/ Bis

Hoy Jesús nos llama a caminar.
Él nos une en fraternidad.
Nuestros dones se unirán para transformar
este mundo en un mejor lugar.

Un nuevo horizonte va a brillar.
Él nos llama en la diversidad.
Menesianos, vamos ya. Hay que comenzar
como hermanos, paso a paso, a caminar.