Juan María sobre la naturaleza

Juan María era un hombre de su tiempo y en su tiempo la ecología no era una prioridad, ni una preocupación.

Era el momento de la Revolución industrial. El humo de las fábricas inglesas llegaba al continente europeo, pero no era visto con horror, ni se lo consideraba sinónimo de muerte, sino de progreso, uno de los grandes temas de la época.

Los recursos naturales parecían ilimitados y las colonias de ultramar de los países europeos proveían la materia prima en abundancia para esas fábricas que consumían, tanto los recursos materiales como las personas.
Surgió sí enseguida la crítica por las condiciones infrahumanas a las que eran sometidos los obreros. En ese tema se enganchó Féli.
Pero deberemos esperar muchas décadas para que se levanten voces llamando la atención sobre la situación de la naturaleza, destruida por la mano avara del hombre.


Tenemos un escrito de Juan María llamado Respuesta a las principales objeciones de los ateos, donde se habla de la naturaleza. El tema es la existencia de Dios, que se demuestra a través de la naturaleza, no la defensa de la misma.
Juan María ve al universo como reflejo de la grandeza de Dios, de su inmensa sabiduría y de su poder:

“El universo da un testimonio de Dios que no se puede negar; los cielos hablan de su gloria, la tierra revela su providencia, toda la naturaleza habla de su inmenso poder, de su inagotable bondad, y Vanini, acusado de ateísmo, tenía razón al decir, recogiendo una pajita del suelo y mostrándosela a sus jueces: Esto que tengo es suficiente para demostrar que hay un Dios.
Esta verdad es tan sorprendente, tan naturalmente impresa en la mente del hombre, que se encuentra aún en el mismo salvaje; en todos los siglos ha sido considerada como cierta por todos los pueblos, y si consulto sobre esta gran cuestión a los hombres más distinguidos por su conocimiento y su ilustración, ¡qué unanimidad imponente! Hay un Dios, gritaron todos, y aquí están, ansiosos por convencerme de ello.
Los metafísicos reclaman antes que nadie mi atención.
Escucho a Descartes, Locke, Clarke, Malebranche, Bonald que demuestran la existencia de un primer ser infinitamente perfecto, autor de todo lo que es, y cuya mano todopoderosa sostiene el mundo, que contiene suspendido en el abismo de la nada. Para contradecir su razonamiento, debemos renunciar al principio mismo de toda razón; debemos negar la correspondencia eterna y necesaria de efecto y causa, y afirmar que el universo se formó como no diríamos que se hizo un reloj.
De modo que vemos que los eruditos, que han observado mejor la naturaleza y que han profundizado en sus secretos, han reconocido que fue obra de una inteligencia infinita y una sabiduría profunda. Leibnitz que dominó todas las ciencias al mismo tiempo, el gran Newton que sometió a las leyes de su cálculo el movimiento de los globos de fuego que ruedan en la inmensidad del espacio, Bacon, Boyle, Haller, Bonnet, Buffon, Boerhaave, Sydenham, por nombrar sólo a los más famosos, han buscado por todas partes al autor de las cosas, y por todas partes han escuchado estas sublimes palabras: ¡aquí estoy! A la vista de las maravillas de su poder y las maravillas de su bondad, deleitados de admiración y amor, se postraron ante Él por quien todo existe, y que no deja de existir para el hombre, sino sólo cuando, sofocando su conciencia y corrompiendo su razón, éste deja de ser hombre”.


En un sermón sobre las maravillas de la naturaleza, sigue refiriéndose al tema, siempre centrado en Dios. Interesante lo que dice sobre:

.- La interrelación de las cosas y seres vivos entre sí.

.- La responsabilidad del hombre frente a la creación entera.

Dios, mis queridos hijos, se muestra en todas sus obras y no se puede estudiar la naturaleza sin descubrirlo a cada paso. El hábito que tenemos de ver las maravillas que nos rodean nos hace menos atentos y disfrutamos de las bendiciones del Creador sin darle las gracias, sin siquiera admirar su poder y su sabiduría que, sin embargo, estallan por todos lados en el universo. Todos los días vemos salir el sol sobre nuestras cabezas, luego desaparecer, volver de nuevo para arrojarnos su benéfica luz, y no nos preguntamos qué mano dirige sus movimientos y quién ha trazado su camino. El orden más perfecto reina a nuestro alrededor, todos los seres tienen entre sí maravillosas relaciones de las que depende su existencia, y que no pueden ser perturbadas ni diferentes de lo que son sin que todo perezca instantáneamente, y no elevamos nuestro pensamiento y nuestra mirada hacia Aquél que los conserva. ¿Qué dije? Vivimos, y la vida nos parece una cosa tan simple, que sólo nos asombra que pueda cesar, como si no fuera mucho más sorprendente que una máquina compuesta de tantas partes como es el cuerpo del hombre, de tantas piezas diferentes, cuyo juego es tan complicado, pueda sobrevivir durante unas horas, sin que el obrero que la hizo la vigile…

Todas las partes del universo están tan estrechamente relacionadas que sólo una hace necesaria la existencia de todas las demás. Así una brizna de hierba que apenas miras, que pisas con desdén bajo tus pies, no podría crecer y desarrollarse si la tierra no recibiera su germen; necesita agua, aire, viento, lluvia, sol, noche, calor, la diversidad de estaciones, en una palabra, de todas las cosas. Pero esta brizna de hierba como todas las demás producciones de la naturaleza, ¿por qué se ha hecho? ¿Qué gloria puede Dios obtener de ella? ¿Fue para él que fueron creadas las estrellas y que se establecieron las leyes que gobiernan toda la naturaleza? No, hijos míos, todo se relaciona con el hombre, rey del mundo corpóreo, y que tiene por encima de él sólo a Dios. El hombre está encargado por parte de todas las criaturas de agradecer en su nombre todo lo que le deben al que les dio el ser. Él es su alma y su inteligencia; él es su voz y su pontífice; colocado entre lo visible y lo invisible, tú y yo somos sacerdotes, es decir, como nuestra inteligencia es capaz de conocer todas estas maravillas, estamos obligados a dar gracias a quien las produjo. Si el hombre es ingrato, todas las criaturas son ingratas con él y por él, de modo que Dios, no obteniendo ya ninguna gloria, debería aniquilarlas…

Si el hombre ignora a Dios es porque quiere ignorarlo, es porque persiste en cerrar los oídos a la voz de todas las criaturas que anuncian al Creador: ¿y quién se atrevería a eximirlo del crimen de esta ceguera voluntaria? El gran libro de la naturaleza está abierto a todos los ojos; nadie, dice Rousseau, es excusable por no leerlo, porque habla a todos los hombres en un lenguaje inteligible para todas las mentes.


Frases sueltas

Féli ha vuelto a La Chesnais. La Chesnais es el único lugar en la tierra donde se puede vivir, ya que sólo ves árboles allí y no se escucha otro ruido más que el de las ranas croando en la cola del estanque.

Te dejo cortar el gran olmo, aunque de mala gana: los árboles viejos son mis amigos y siempre lamento su caída. (11-11-1838. Al H. Lorenzo ubicado en Quintin)

El hombre no es grande más que por su relación con su Creador, y el más hermoso privilegio es el de poder hablar con Él, en la oración. Pero, ¡ay qué poco apreciamos este don excelente, y qué gloriosa es esta prerrogativa! ¿Dónde se encuentran los cristianos verdaderamente convencidos de que para la oración no hay nada imposible, y que si tuviéramos un poco de fe transportaríamos montañas?  Uno se presenta ante Dios con un espíritu ocupado por todo lo que no es Dios, con un corazón vacío de amor, y porque no se saca ningún provecho de la oración, que es más una injuria que un rendido homenaje a la suprema majestad, pronto se saca como conclusión, que la oración no vale para nada, que no tiene absolutamente ninguna virtud, ninguna fuerza.  (Sobre la oración, S IV, 1463)

Si el hombre ignora a Dios es porque quiere ignorarlo, es porque persiste en cerrar los oídos a la voz de todas las criaturas que anuncian al Creador: ¿y quién se atrevería a eximirlo del crimen de esta ceguera voluntaria? El gran libro de la naturaleza está abierto a todos los ojos; nadie, dice Rousseau, es excusable por no leerlo, porque habla a todos los hombres en un lenguaje inteligible para todas las mentes.

Este hombre que acabas de ver revolcarse en el fango como un animal inmundo, convertido en cristiano, adornado de virtudes, es digno de que Dios fije sus ojos en él con complacencia, como la obra maestra de la creación y se jacte de haberlo hecho. (fidelidad a la gracia)

Después de haber creado al hombre, le es imposible olvidarlo y dejar de cuidar al que hizo a su imagen y semejanza. (Sermón sobre Dios)

Sé que la mayoría de los hombres pisotearán esta sangre que estoy a punto de derramar; pero al menos los que creen en mí no perecerán. Al menos cuando vean a su Creador, a su Dios, morir por su salvación y su liberación, sentirán que no hay sacrificios que no deban hacer, precauciones que no deban tomar para evitar las desgracias que los amenazan; y al ver mi cruz, entenderán que sólo una cosa es necesaria, para salvar su alma. (Palabras puestas en boca de Jesús en el sermón sobre la necesidad de trabajar por la propia salvación)

Si Dios ha creado un mundo tan magnífico y tan grande para que habiten las criaturas perecederas, ¡cuál debe ser el sorprendente esplendor y la belleza del palacio donde él reside en la plenitud de su gloria, en medio de los ángeles y de los espíritus de las justas perfecciones de Jesucristo. (Sermón sobre el Cielo)

Un hombre no puede existir sin haber existido otro antes que él, del cual se origina. Ha comenzado la cadena de generaciones humanas y si no hubiera creador sería una serie infinita de ‘efectos sin causa’. ¡Qué cosa más absurda! Me parece escuchar a alguien que, al ver una cadena suspendida, sin descubrir qué la sostiene, pretende explicar por qué no cae diciendo: El primer anillo se sostiene en el segundo, el segundo en el tercero y así hasta el infinito. ¡Como si fuera suficiente para resolver una dificultad retroceder paso a paso, y hacer más pesada la cadena, multiplicando sus eslabones, para no reconocer que necesariamente debe haber una fuerza que la sostiene!
Sin duda, mis queridos hijos hay un conjunto de maravillas muy aptas para despertar nuestra admiración y en las que hasta ahora nunca habían pensado. Y bien, aun las producciones de la naturaleza aparentemente más viles, no nos ocasionan menos admiración. El arte y la inteligencia del Creador no se muestran allí con menos brillo. Hay en el insecto más pequeño lo suficiente como para agotar la mente del hombre, y uno puede constantemente hacer nuevos descubrimientos, cada uno más asombroso que el otro. Pascal, cuyo genio era tan vasto y tan profundo, sólo pudo contemplarlo en silencio. Decía, por ejemplo, que un cirón (ácaro), ofrece al hombre, en la pequeñez de su cuerpo, partes incomparablemente más pequeñas: patas con articulaciones, venas en esas patas, sangre en esas venas, humores en esa sangre, gotas en esos humores, vapores en esas gotas; dividiendo aún más estas últimas cosas, se agota tanto las fuerzas como los conceptos. Tal vez se pensará que no hay nada más allá. Bueno, quiero mostrarles un nuevo abismo: Descubrimos con el microscopio animales un millón de veces más pequeños que un ácaro, en los que encontramos lo que encontramos en el propio ácaro y debajo de estos hay otros infinitamente más pequeños, que se escapan a nuestra mirada, en los que todavía encontramos lo mismo sin fin y sin descanso. ¿Quién no temblaría al ver estas maravillas? La imaginación se asusta cuando lo ve… (Maravillas de la naturaleza)

Así Galeno, que en un principio se inclinó hacia el ateísmo, penetrando, bisturí en mano, en los misterios de nuestra organización, no pudo evitar reconocer allí cada vez las huellas de una inteligencia suprema. Dijo que la sola maravilla del pulgar del hombre prueba indudablemente la existencia de un Dios. “Se ha dicho muy bien, observa Montesquieu, que la investigación anatómica es un himno de alabanza al creador”. (Nota al pie de página de Maravillas de la naturaleza)


Palabras de Féli sobre el tema

Todas las criaturas alaban a Dios, todo lo que siente lo bendice, todo lo que piensa le adora: el astro del día y el de la noche le cantan en su lengua misteriosa.
Él ha escrito en el firmamento su nombre tres veces santo.
¡Gloria a Dios en las alturas de los cielos!
Él ha escrito también en el corazón del hombre, y el hombre bueno lo conserva allí con amor, pero otros tratan de borrarlo.
¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
Su sueño es dulce y su muerte es aún más dulce, porque saben que vuelven al seno de su Padre.
Así como el pobre labrador, al caer del día, deja el campo y vuelve a su choza, y sentado delante de la puerta olvida sus fatigas mirando al cielo, así al anochecer de la vida, el hombre de esperanza torna con regocijo a la casa paterna y, sentado en el umbral, olvida los trabajos del destierro en las visiones de la eternidad. (Palabras de un creyente XVI)


A continuación, un fragmento de Féli donde parece volver al mito de la caverna de Platón: Todo es una sombra de la realidad que no se conoce. Pero en realidad está hablando de la ‘patria eterna’, del cielo, donde se verá la plenitud de la creación:

Lo que sus ojos ven, lo que tocan sus manos, no son más que sombras, y el sonido que hiere sus oídos no es más que un grosero eco de la voz interior y misteriosa que adora, ruega y gime en el seno de la creación.
Porque toda criatura gime, toda criatura está con trabajos de parto y se esfuerza por nacer a la vida verdadera, por pasar de las tinieblas a la luz, de la región de las apariencias a la de las realidades.
Ese sol brillante, tan hermoso, no es sino el ropaje, el emblema oscuro del verdadero sol, que alumbra y vivifica las almas.
Esta tierra, tan rica, tan verde, no es sino la pálida mortaja de la naturaleza; porque la naturaleza, caída también, ha bajado al sepulcro como el hombre, pero como él volverá a surgir.
Debajo de esa densa vestimenta del cuerpo, ustedes se parecen a un viajero, que, en su tienda de campaña a la noche, ve o cree ver pasar fantasmas.
El mundo real está velado para ustedes. El que se retira al fondo de sí mismo lo ve como a lo lejos. Los secretos poderes que duermen dentro de él, se despiertan un momento, levantan una punta del velo que el tiempo tiene con su mano rugosa, y su ojo interior queda encantado por las maravillas que contempla.
Ustedes están sentados en la orilla del océano de los seres; pero no penetran en sus profundidades. Caminan a la caída de la tarde a orillas del mar y sólo divisan un poco de espuma que las olas arrojan sobre la playa.
¿Con qué otra cosa los compararé?
Son como la criatura en el seno de la madre, esperando la hora del nacimiento; como el insecto alado en el gusano que repta, anhelando salir de esta cárcel terrestre, para emprender su vuelo hacia los cielos. (Palabras de un creyente XXVI)