Jesucristo vino para salvar a todos los hombres; María es mediadora para todos. Así como no hay nadie a quien la luz del sol no ilumine, tampoco hay nadie sobre quien no brille la misericordia de María. Ella abre a todos los pecadores el abismo de la misericordia divina. (Sermón en el día de la Anunciación, 25-03-1805)
La gracia no le falta nunca al hombre. Dios es pródigo con él. En todo tiempo, en todo lugar, proporciona a los justos los medios para la perseverancia y a los pecadores los medios para la conversión. Él es siempre el Dios de las misericordias. (Sermón sobre la Misión)
Cuando uno encuentra entre los fieles y entre los ministros de J.C. personas celosas que buscan sólo la gloria de Dios y la salvación de las almas, que se preocupan de instruir a los ignorantes, de convertir a los pecadores, de llevar a todos los corazones el fuego del amor de Dios, del cual los suyos están abrasados, que usa los consejos, las instrucciones, las oraciones y las mortificaciones para ganar almas para Cristo, y que estarían felices de conquistarlos por el derramamiento de su sangre, todos, incluso los más impíos, harán justicia a su celo y los aprobarán, incluso mientras buscan ensombrecer su reputación y evitar el bien que desean hacer. (Sermón sobre los malos discursos, 1807)
Para tener la paz con el próximo, hace falta soportar y perdonar las injurias. Si no se quiere soportar nada de parte de los otros, si uno se arroga el derecho de vengarse de las injurias que se recibe, ¡qué espantoso trastorno! ¡Cuánta animosidad! ¡Cuánto odio! ¡Cuántos males acarrearía! Remitan al Señor el derecho de vengar los ultrajes que reciben. Sólo a Él le pertenece ese derecho. Ustedes, perdonen a sus enemigos. Dios les ha dado un mandamiento formal. Y se los repite en más de un lugar de las divinas Escrituras: “Amen, nos dice, a sus enemigos”. (Sobre la Paz)
Por hoy me limito a pedirles que, en sus más pequeñas acciones, no tengan la mira puesta más que en Dios. No busquen más que su gloria y no la que viene de los hombres. Desconfíen de sus aplausos, de sus alabanzas y si tienen algunos éxitos, refiéranlos a Aquél de quien proceden y de quien fluye toda gracia.
Lean la historia del hijo pródigo. ¡Miren cómo ese buen padre recibe a este muchacho tan indigno de él! ¡Cómo va a su encuentro! ¡Cómo lo aprieta contra su corazón! ¡Cómo llora de alegría! «¡Oh padre, demasiado bueno! ¿Has olvidado con cuánta insolencia este joven te pidió su parte de la herencia? ¿Has olvidado que sólo la gran miseria lo ha hecho pensar en regresar a ti? Sí, este buen Padre lo ha olvidado todo. Sólo piensa en el lamentable estado en el que ve a su hijo y en la manera de sacarlo de allí. ¡Ah! Hermanos míos, tanta bondad no entra en el corazón del hombre. Es Él mismo, es su bondad hacia los pecadores lo que el Señor nos presenta en esta parábola. (S. sobre la misericordia, 1805)
En todos los tiempos, el Señor hace explotar su misericordia en nosotros. El hombre, recorriendo la historia de su vida, encuentra todos los momentos marcados por sus dones; no hay ninguna circunstancia en su vida, aun siendo un criminal, en la que pueda decir que la gracia le ha fallado; pero hay circunstancias en las que los favores del cielo fluyen con más abundancia y donde la misericordia de Dios se agota, si se me permite decirlo así, en favor de sus criaturas. (Sermón sobre el jubileo)
(Jesús) La primera vez que visitó a los hombres, no estuvo rodeado por la manifestación de su gloria; apareció entre ellos en medio de las enfermedades, humillaciones y oprobio. La escritura, para pintarnos este primer advenimiento, lo representa como un cordero lleno de dulzura, como un padre lleno de ternura, como un pastor caritativo que corre detrás de la oveja perdida y busca traerla de vuelta al redil. (Sermón sobre el juicio final, nº 27)
Muéstrense, pues, dulces, alegres, agradables, complacientes, para agradar a sus hermanos en Jesucristo, a quienes pueden edificar, consolar y aún hacer amar la religión y servir al buen Dios, viendo la bondad de aquellos que lo sirven y su caridad tan grande, que los lleva a renunciar a todos sus estados de ánimo y voluntad, para buscar en todo la satisfacción y el agrado de los demás.Nunca amargura o indiferencia hacia nadie… perdonemos siempre al prójimo tanto como podamos, tomemos su defensa, y que nuestros reproches sean raros, llenos de humildad y de dulzura. (Reglamento para las Hnas. 1820)
Jesucristo en sus enseñanzas, nunca dejó de recomendar el amor a los enemigos. Al morir en la cruz, pidió clemencia para aquellos que lo habían clavado en ella: frente a este cuadro ¿reconocen a aquél sobre cuyas huellas prometieron caminar? (Sermón sobre el pecado. nº 33)