Santa María Virgen, Reina

Isaías 9, 1-16
Salmo
112, 1-8


Evangelio: Lucas 1, 26-38

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José.
El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
María dijo al Ángel: ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?
El Ángel le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.
María dijo entonces: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.
Y el Ángel se alejó.


Reflexión

¿Qué quiere decir María Reina? ¿Es sólo un título unido a otros? La corona, ¿es un ornamento junto a otros? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es esta realeza? Es una consecuencia de su unión con el Hijo, de estar en el cielo, es decir, en comunión con Dios. Ella participa en la responsabilidad de Dios respecto al mundo y en el amor de Dios por el mundo.

Hay una idea vulgar, común, de rey o de reina: sería una persona con poder y riqueza. Pero este no es el tipo de realeza de Jesús y de María. Pensemos en el Señor: la realeza y el ser rey de Cristo está entretejido de humildad, servicio, amor: es sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos que Jesús fue proclamado rey en la cruz con esta inscripción escrita por Pilato: «rey de los judíos» (cf. Mc 15, 26). En aquel momento sobre la cruz se muestra que él es rey. ¿De qué modo es rey? Sufriendo con nosotros, amando hasta el extremo, y así gobierna y crea verdad, amor, justicia.
O pensemos también en otro momento: en la última Cena se abaja a lavar los pies de los suyos. Por lo tanto, la realeza de Jesús no tiene nada que ver con la de los poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus servidores; así lo demostró durante toda su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios en la humanidad; es reina del amor que vive la entrega de sí a Dios para entrar en el designio de la salvación del hombre. Al ángel responde: He aquí la esclava del Señor (cf. Lc 1, 38), y en el Magníficat canta: Dios ha mirado la humildad de su esclava (cf. Lc 1, 48). Nos ayuda. Es reina precisamente amándonos, ayudándonos en todas nuestras necesidades; es nuestra hermana, humilde esclava.

¿Cómo ejerce María esta realeza de servicio y de amor?
Velando sobre nosotros, sus hijos: los hijos que se dirigen a ella en la oración, para agradecerle o para pedir su protección maternal y su ayuda celestial tal vez después de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o la angustia por las tristes y complicadas vicisitudes de la vida. En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María confiando en su continua intercesión, para que nos obtenga de su Hijo todas las gracias y la misericordia necesarias para nuestro peregrinar a lo largo de los caminos del mundo. Por medio de la Virgen María, nos dirigimos con confianza a Aquel que gobierna el mundo y que tiene en su mano el destino del universo. Ella, desde hace siglos, es invocada como celestial Reina de los cielos; ocho veces, después de la oración del santo Rosario, es implorada en las letanías lauretanas como Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los Apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, de todos los santos y de las familias. El ritmo de estas antiguas invocaciones, y las oraciones cotidianas como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que la Virgen santísima, como Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la gloria del cielo, está siempre con nosotros en el desarrollo cotidiano de nuestra vida.

El título de reina es, por lo tanto, un título de confianza, de alegría, de amor. Y sabemos que la que tiene en parte el destino del mundo en su mano es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades.


Máxima

María, reina en nuestro corazón


Palabras de Juan María de la Mennais

Recuerden que son hijos de María, que desde el cielo los contempla y que combaten bajo su mirada” (A los jóvenes, Acto de consagración a la Virgen)


Canción

Ven y reina, Madre de Dios – Canto Católico

Madre de Misericordia,
Madre del Salvador,
Auxilio de los Cristianos
ruega por nosotros a Dios.

Virgen fiel y prudente,
Reina de la Paz,
Santa Madre de Cristo
que hagamos su voluntad.

Ven y reina, Madre de Dios,
Reina y Madre de la Creación
ven y reina en nuestro corazón
para que reine el Señor.

Madre del buen consejo,
Ideal de Santidad,
Reina del Santo Rosario
enséñanos a rezar.

Madre Inmaculada,
Madre del Creador,
Reina asunta a los cielos
llévanos contigo a Dios.

Oración por el Capítulo General

¡María, Servidora de esperanza!,
en las Bodas de Caná, estás atenta
e intercedes ante tu Hijo Jesús.

Preséntale hoy, en nuestro nombre,
las necesidades de la Familia Menesiana.
Cuando llegue su hora, Él sabrá escucharlas.
Así, de nuestras carencias y fragilidades
surgirá nueva vida.

En este tiempo de preparación
de nuestro 28º Capítulo General,
confiados en tu maternal solicitud,
queremos imitar tu fe y audacia,
y ofrecer a los niños y a los jóvenes de hoy
el vino nuevo del Evangelio.

Enséñanos a acoger como tú
a tu Hijo Jesús,
y a hacer todo lo que Él nos diga.
Haz de nosotros ‘servidores de esperanza’
testigos compasivos y atentos,
valientes, fieles y audaces,
felices de caminar tras su Maestro.

¡Dios sólo en el tiempo!
¡Dios sólo en la eternidad