Rut 1, 1-8. 14-16. 22Salmo 145, 5-10
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.
Este texto que, así separado del contexto parece tan bonito y tranquilo, en verdad está situado en medio de duros enfrentamientos entre Jesús y su Buena noticia, llena de vida y esperanza para todos y los rígidos guardianes de las leyes del pueblo, traducidas en usos y costumbres, que producían situaciones de injusticia muy grandes. Estamos en la última semana de Jesús, poco antes de su muerte.
La pregunta que le hacen no es ingenua, es “para ponerlo a prueba”. Ellos tenían muchos, demasiados mandamientos, dados por Moisés o inventados más tarde por los rabinos. Jesús resume todo en el amor a Dios y al prójimo. Eso ya estaba en la ley judía, mezclado con muchos otros preceptos. Ellos decían amar mucho a Dios, pero no lo unían al cuidado del prójimo. Y esos mandamientos unidos lo son también para nosotros. Son dos caras de la misma moneda.
Juan en su primera carta nos dice: “El que dice: ‘amo a Dios’, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano”. (1 Jn 4, 20)Santiago, por su parte, en su carta nos dice: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta”. (Sant 2, 14-16)
El amor a Dios, a quien no vemos, se manifiesta en el amor a los demás, a los que están a nuestro lado. Es que, como dice san Pablo, somos un cuerpo, cada uno ocupando el lugar que le corresponde y siendo solidario con los demás. Y “si un miembro sufre, todos los demás sufren con él…” (2 Cor 12,26)
Lo más grande es el amor
Es necesario ayudarnos unos a otros a servir, a alabar a nuestro divino Maestro; es una parte de la comunión de los santos, que no será, es cierto, plenamente consumada más que en el cielo, donde todos los corazones no serán más que uno sólo en el corazón de Jesucristo, pero que debe comenzar en la tierra, por la comunión de nuestros sentimientos, de nuestros esfuerzos y de nuestras oraciones” (R 438)
Va Dios mismo en nuestro mismo caminar – María José Bravo
Cuando el pobre nada tieney aún reparte,cuando un hombre pasa sed y agua nos da;cuando el débil al hermano fortalece:¡Va Dios mismo en nuestro mismo caminar!Cuando sufre un hombre y logra su consuelo,cuando espera y no se cansa de esperar;cuando amamos, aunque el odio nos rodee,¡Va Dios mismo en nuestro mismo caminar!Cuando crece la alegría y nos inunda,cuando dicen nuestros labios la verdad;cuando amamos el sentir de lo sencillo:¡Va Dios mismo en nuestro mismo caminar!Cuando abunda el bien y llena los hogares,cuando un hombre donde hay guerra pone paz;cuando hermano lo llamamos al extraño:¡Va Dios mismo en nuestro mismo caminar!