Consejos de Juan María sobre la vida espiritual

  • Mantenerse siempre en una entera dependencia del espíritu de Dios y no entristecerlo nunca: Estar atentos para conocer lo que pide de nosotros; consultarlo a menudo y cuando no estemos seguros del camino que debemos tomar, rogarle con nuevo ardor que ilumine nuestro corazón.
  • Renunciar a la propia voluntad, aun cuando la sigamos, es decir, no hacer nada por gusto, nada para nosotros, todo por Dios. ¡Dios sólo! ¡Dios sólo!
  • Cuando el alma está reseca y cuando la tristeza la oprime, ir al Huerto de los Olivos, ponerse de rodillas al lado de Jesucristo: tomar el cáliz que nos ofrece y decir: Padre mío que no se haga mi voluntad sino la tuya.
  • No extrañarse ni turbarse por nuestras faltas. La turbación debilita el alma. Vive de confianza y de amor, y la alegría es para ella un tesoro inagotable de santidad.
  • Tener mucho cuidado en no perder esta libertad de espíritu, esta amable y dulce libertad de los hijos de Dios sin la que no se puede hacer ningún bien. Para conservarla es necesario unirse estrechamente a Dios, caminar en su presencia con un corazón en el que reina la paz.
  • Ser fieles en las cosas más pequeñas, pero sin angustia y sin escrúpulo: no temer ser molestados en nuestras ocupaciones, en nuestros estudios, en las mismas oraciones; dejarlas y volverlas a tomar con espíritu sereno y siempre contentos; en el momento en que estamos en el orden de la providencia ¿qué más queremos?
  • No precipitarse nunca en los asuntos que tengamos: no querer que vayan tan deprisa como nuestros pensamientos; combatir los obstáculos a sangre fría, sin desanimarse ni irritarse. Si acertamos, bendecir al Señor; si no acertamos, bendecirlo también y de todo corazón: Dios lo quiere; esa palabra lo dice todo.
  • A menudo pensar en Dios al conversar con los hombres; recogerse para orar en lo secreto, pero sin violencia, sin penosos esfuerzos, con una gran sencillez de amor.
  • Escuchar a Dios en la meditación; abrir los oídos del corazón para recibir su palabra santa: alimentarse con ese maná de suavidad, sin perder nada de él; gustarle, saborearle con delicia.
  • Exponer nuestras miserias y nuestras necesidades a nuestro Padre que está en los cielos, sin esfuerzos violentos para elevarnos a altas consideraciones: Cuando Él nos llama y nos atrae, seguir el atractivo de su gracia, acudir a Él con la sencillez de un niño pequeñito que se deja llevar de la mano.
  • Permanecer contentos en la noche oscura de la fe: no tratar de prever todo ni prevenir todo.
  • No comenzar nada por vanidad, y no detenerse nunca porque la vanidad venga a quitarnos el mérito del poco bien que queremos hacer: Dios está siempre cerca de los que trabajan por su gloria, combate con nosotros cuando nosotros combatimos por El.
  • Asombrarse por la grandeza de nuestra vocación.

    “Sin embargo, sé que todo depende de la voluntad de Dios sobre nosotros; no debemos descuidar nada para conocerla y ninguna consideración humana puede impedirnos seguirla…. Quedaría, pues, desolado si contristara al espíritu de Dios” (Memorial)