San Agustín

1ª Tesalonicenses 1, 1-10
Salmo 149, 1-6. 9

Evangelio: Mateo 23, 13-22

Jesús exclamó diciendo: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes! ¡Ay de ustedes, guías, ciegos, que dicen: «Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, ¡entonces sí que vale”! ¡Insensatos y ciegos!
¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro? Ustedes dicen también: «Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar». ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda?
Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel que lo habita. Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.


Reflexión

Las viudas eran en la Palestina de Siglo I, el paradigma del ser indefenso y vulnerable. Jesús arremete contra el abuso de las autoridades religiosas que devoran los bienes de los más pobres.

Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quieren”.
¿A dónde hay que “entrar”? La respuesta sólo puede ser una: A aquello que somos. No se trata de entrar a “algo” que se halle fuera. No se trata de proyectar nuestro anhelo “ahí fuera”. Como si fuéramos seres incompletos, como si tuviéramos que alcanzar algo externo con nuestro esfuerzo, en una búsqueda desenfrenada hacia fuera, hacia todo lo que nos rodea; cuando en realidad, ese anhelo, está en lo profundo de cada uno de nosotros mismos.
¿Cómo podríamos “entrar”, si lo que estamos haciendo todo el tiempo es “salir”? Una constante huida, que nos dificulta mirar a nuestro interior. ¡Y cuánto más difícil, si se mezcla con otros intereses, que buscan el beneficio propio! (como en el caso de los fariseos y escribas).

La “entrada” a lo que somos es, en realidad, una vuelta a “casa”, a nuestro ser más profundo, donde en realidad se cumplen nuestros anhelos más profundos.  Este camino comienza con la aceptación de lo que es, la aceptación profunda del momento presente. Sin dejarnos engañar por nuestros pensamientos, prejuicios ni etiquetas. Buscar es auténtica comunión con el momento presente, con la vida misma, la aceptación de todo lo que aparece en nosotros. Así, podemos descubrir esa realidad última y profunda de sabernos seres habitados por su Amor, y no tener que buscar fuera, lo que llevamos dentro. Sabernos hijos y hermanos por su Amor.

¿Aprendo a vivir el momento presente con la profundidad de saberme amado?


Máxima

Corregir es amar


Palabras de Juan María de la Mennais

Primeramente, en vano trataríamos de descubrir lo que pasa en nuestro interior si Dios no nos iluminase con su luz y nuestro primer cuidado debe ser pedírsela; tinieblas espesas nos envuelven por todas partes, nuestros propios pensamientos se nos escapan, nuestras disposiciones más íntimas se nos esconden. Y de todos los misterios, el más impenetrable para el hombre es el hombre mismo… Dios, para quien todo está claro, cuyo ojo penetra en los repliegues más secretos de nuestro corazón ¿no es Él quien debe enseñarnos quiénes somos?” (S VII p. 2336 2337)


Amigo de publicanos – Coro Seminario Pontifico

Señor de los afligidos,
Salvador de pecadores,
mientras aquellos señores
de solemnes encintados,
llevan al templo sus dones,
con larga cara de honrados.
Ay que me gusta escucharte
cuando les dices:
‘la viuda, con su moneda chiquita
ha dado más que vosotros,
porque ha entregado su vida’.

Señor de las Magdalenas,
pastor de samaritanos,
buscador de perlas finas
perdidas en los pantanos,
cómo te quedas mirando
con infinita tristeza
al joven que te buscaba
y cabizbajo se aleja,
por quedar con su dinero.
¡Ay, qué difícil que pase
por esta aguja un camello!

Amigo de los humildes,
confidente de los niños,
entre rudos pescadores
escoges a tus ministros;
parece que todo fuera
en tu Evangelio sorpresa;
Dices: ‘felices los mansos
y los que sufren pobreza;
bendito son los que lloran,
los sedientos de justicia,
dichosos cuando os maldigan’.

‘Es hijo de los demonios’,
los fariseos decían,
‘se mezcla con los leprosos
y con mujeres perdidas,
el sábado no respeta.
¿Dónde vamos a parar
si ha decidido sanar
a toda clase de gente?
¡Es un hombre subversivo!
Ante tanta confusión
yo me quedo con lo antiguo.

Ellos miraban al cielo
y Tú mirabas al hombre,
cuando apartado en el monte
te entregabas a la oración;
sólo buscabas a Dios,
a tu Padre Santo y justo;
en el secreto nombrabas,
para que Tú los sanaras,
al hombre uno por uno,
y lo que el barro manchaba
tus ojos lo hicieron puro.